Resulta imposible hacer una síntesis de los logros en 20 años de gobiernos concertacionistas como si éste fuera un proyecto uniforme, continuo y coherente; cuando en realidad ha estado siempre mutando a la mano de la evolución cada vez más liberal de esta coalición.
AYLWIN
El período de Patricio Aylwin es el de la reconstrucción. Así como se recuperan las instituciones democráticas, se encuentran con un sistema privado de salud complejizado y un sistema público sin inversión real en 20 años. Hospitales ruinosos de lo que fueron, sin calderas, sin ambulancias, sin laboratorios y con equipos prácticamente de museo, donaciones del terremoto del 60 y de la Liga para las Américas, en los que aún se leía US NAVY.
Se re invierte y moderniza de la mano del crédito alemán o de generosas donaciones como la del gobierno francés en ambulancias, lo que se agradece.
FREI
En el gobierno de Frei hay un giro hacia lo privado, se habla de la integración público-privada. Se construyen dos hospitales nuevos después de 30 años (el Padre Hurtado y el Doctor Luis Tizne), pero, conforme al concepto de licitación pública para utilidad privada, son hospitales cerrados, ubicados en el corazón de sectores populares oriente y sur poniente, sin servicio de Urgencia. Se los separa del sistema de financiamiento del resto del sistema público, pasando a depender del Ministerio de Hacienda.
Mientras, los habitantes de San Ramón y Macul sólo podían mirar el flamante hospital que tenían frente a sus casas, pero iban a los antiguos, donde las inversiones habían disminuido.
LAGOS
Luego, Ricardo Lagos sí tiene un proyecto de salud: La Reforma Sanitaria, compleja, inconsulta y no consensuada. Iluminada por la fuerza de una razón indiscutible y de la auto confianza presidencial. Como solución para las listas de espera de un mes, se plantea pedir horas por teléfono y hacer la fila en casa.
Se estrena el Plan Auge, una respuesta de salud curativa, no preventiva, con carácter legal, que busca devolver derechos a los pacientes. Con una limitada (o realista) lista de enfermedades, con una serie de exclusiones, como los rangos de edad. La ley trasforma estas enfermedades en derechos exigibles, sin nuevas inversiones para aumentar las coberturas del sistema público.
BACHELET
El período de la Doctora Michelle Bachelet carece de proyecto propio, como con el Transantiago y la Reforma Procesal Legal, hereda el proyecto laguista, lo extiende según su sensibilidad a nuevas patologías, sin un impacto poblacional claro, pero emotivo. En pro de los derechos reproductivos de la mujer, se inicia una larga y extenuante lucha por la pastilla del día después con la derecha religiosa y política.
No resuelve oportunamente la construcción de los hospitales de La Florida y Maipú, o implementar de verdad el ex Hospital Militar como un nuevo hospital público abierto a la comunidad. Se hace eco de las alarmistas y lucrativas campañas mundiales por las pandemias, paralizando los programas quirúrgicos del Auge, con lo que aumentan aún más las listas de espera. Sin inversión en infraestructura.
LO QUE QUEDA PARA LA DERECHA
La Concertación entrega el Gobierno con un sistema privado de salud fortalecido, expandido y financieramente saneado. En inmejorables condiciones para recibir a los pacientes con bonos portables Auge.
Se habla de inversiones históricas en los gobiernos concertacionistas en salud. Pero los números son claros: Chile está entre los países con una expectativa de vida baja. Y es el país con el menor gasto en salud pública de los miembros del OCDE. Su gasto es un tercio de los EUA y la mitad de los otros socios latinoamericanos.
Esto constituye el real legado en salud pública de la Concertación.
El gran error de la Concertación en salud pública fue pensar que la población los evaluaría por la calidad de las clínicas privadas donde los envió a operarse. El Estado rinde examen en los insalubles y atestados servicios de urgencia de los hospitales públicos.
Por Omar Hernández Pereira
El autor es traumatólogo de la Universidad Católica de Chile y Jefe de esa especialidad en el Hospital Sótero del Río.
Fotografía: Álvaro Hoppe
El Ciudadano