El 24 de marzo de 1980, mientras celebraba la eucaristía, Monseñor Óscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, cayó abatido por un disparo en el corazón. Durante los tres años de su ministerio, muchos sacerdotes, delegados de la palabra, laicos y laicas, también murieron asesinados. Era el martirio de Jesús en nuestros días, porque “se mata a quien estorba… como mataron a Cristo”.
Entre sus muchas afirmaciones, dijo que “sería triste que en una patria donde se está asesinando tan horrorosamente no contáramos entre las víctimas también a los sacerdotes. Son el testimonio de una Iglesia encarnada en los problemas del pueblo” (4-7-79). Todo esto, mientras la oligarquía y sus lacayos rayaban los muros y lanzaban panfletos con la consigna: “Haga patria: mate a un cura”, porque estos habían abierto los ojos de los campesinos frente a la opresión de que eran víctimas.
Monseñor Romero nunca rehuyó la persecución, porque “el pastor no quiere seguridad mientras no le den seguridad a su rebaño” (22-7-79). Es así que murió como pueblo y pensando en la liberación de éste. Tras haber recibido múltiples amenazas de muerte, en marzo de 1980 afirmó: “Que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad”. Porque para Monseñor Romero lo fundamental fue siempre la buena noticia de la liberación por la que hay que luchar y la buena noticia de Dios, cuya voluntad hay que seguir.
La Iglesia de liberación, propiciada por Monseñor Romero, supuso la encarnación histórica en las luchas por la justicia y por los derechos fundamentales del pueblo. No se podía ser Iglesia de los pobres y abandonarlos a su suerte. Inserta en los oprimidos, la Iglesia debía y podía ser medicina para sanar los subproductos negativos de la lucha. Y con el espíritu del Evangelio, podría ser levadura que hace crecer y fermentar la masa. Por eso, él trabajó para que los salvadoreños pudieran vivir como hermanos.
En El Salvador, los pobres y todas las personas de bien “nunca habían sentido a Dios tan cerca, al cristianismo tan verdadero, tan lleno de sentido, tan lleno de gracia y de verdad”, según Ignacio Ellacuría, quien sería más tarde asesinado junto a la comunidad jesuita. La muerte de Romero sancionó para siempre su vida y lo ha convertido en buena noticia para el mundo de hoy y en el símbolo de la multitud de mártires de América Latina, constituyendo una esperanza de un mundo nuevo de solidaridad, de justicia y de fraternidad, haciéndose vida sus palabras: “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”.
Por Hervi Lara, del Comité Óscar Romero-Chile
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ACTIVIDADES EN HOMENAJE A ROMERO Hoy terminan las actividades rememorando la obra y el compromiso de Monseñor Romero la celebración de la Eucaristía “Romero une a los y las pobres de América Latina» a las 19.30 horas en la Parroquia Latinoamericana, ubicada en Bustamante 180, Providencia (Metro Baquedano).
Teléfono: 2 2229328.
Convocan: Comunidad Óscar Romero, de Cerro Navia; Comité Óscar Romero de Chile; Centro Ecuménico Diego de Medellín; Centro Ignacio Ellacuría; Revista Reflexión y Liberación; Fraternidades Laicas Carlos de Foucauld; Observatorio de la Escuela de Las Américas; Comisión Ética Contra la Tortura; Reflexión Cristiana Valparaíso, y la Parroquia Latinoamericana.
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