Carla era estudiante de segundo medio de un reconocido colegio valdiviano, cuando se deslumbró con la llegada del nuevo profesor de Historia. Como buena adolescente, no tardó en enamorarse y cuando comenzó a tratarla con más atención que a sus compañeras, estaba feliz.
Un día que quedaron a solas, el profesor la invitó a un pub y ella aceptó. Esa noche, salieron a tomar un trago, pero la cosa tomó otro cariz, cuando él le propuso que fueran a un motel. “Aunque yo me había tomado varias cervezas, me dio pánico y le dije que no”, comenta Carla.
A la semana siguiente, la actitud del educador había cambiado en 180°. Pero no sólo eso. Las notas de Carla disminuyeron de manera notable. Según ella, seguía estudiando de la misma forma, pero su promedio bajó más de un punto. Cuando quiso plantear el problema en su casa, el miedo a que la reprendieran fue más fuerte y guardó silencio. Lo mismo pasó en la dirección del colegio. Carla terminó reprobando esa asignatura y si bien no le costó el año escolar, la angustia e impotencia que sufrió por la experiencia vivida le valieron un cuadro de estrés y depresión.
El acoso sexual en las salas de clases es más frecuente de lo que imaginamos. Sin embargo, es complejo manejar estadísticas, al igual que en la mayoría de los temas de abuso. Lo que sí está claro es que es más común desde los hombres hacia las mujeres.
¿QUÉ ES EL ACOSO SEXUAL?
Según la Organización Internacional del Trabajo, el acoso sexual se define como conductas de naturaleza sexual o basadas en el sexo, que afectan la dignidad de la mujer o del hombre. Estos pueden incluir un comportamiento físico -verbal o no verbal- indeseado y ofensivo para la persona que es objeto de ellos.
Asimismo, la ley habla de acoso sexual cuando una persona “realice en forma indebida, por cualquier medio, requerimientos de carácter sexual, no consentidos por quien los recibe y que amenacen o perjudiquen su situación laboral». Esta ley, que tipifica y sanciona el acoso sexual, fue publicada recién en marzo del 2005. Menos de un mes después de entrar en vigencia, se habían presentado 25 denuncias, comparadas con las 61 existentes el año 2004, según datos entregados por la Dirección del Trabajo.
Aunque estas dos definiciones parecen ser claras y fuertes, llama la atención que sólo se adscriben al ámbito laboral y no al estudiantil. Y es en éste donde se hace difícil lograr que los afectados hagan público su problema, por existir una relación de subordinación entre el estudiante y el profesor.
En un renombrado liceo de La Unión, varias alumnas acusan que un instructor de educación física “se engrupía a todas las chicas que llegaban a su asignatura. De hecho anduvo con una niña de segundo (medio), la llamaba por teléfono, le mandaba cadenitas y cartas de amor. Cuando terminaron, no se demoró mucho en perseguir a otras. La mayoría no lo pescamos”.
En otro establecimiento de la misma ciudad, una escolar anónima acusó directamente a su profesor jefe de aprovecharse de su condición para “mirarnos descaradamente y hasta tocarnos el poto y las piernas. Se cree mino y nos toquetea”.
Está claro que ninguna de estas estudiantes se atreve a denunciar o por lo menos, dar a conocer a alguien esta delicada situación, por miedo a las consecuencias. El silencio de las víctimas tiene varios motivos: el miedo a represalias en la sala de clases (“mala barra”); desquite en las calificaciones; temor a no ser tomadas en serio o simplemente, el no considerar que los actos perpetrados por el acosador tienen un carácter sexual. Muchas veces aquellas ‘palmaditas amistosas’, cariños demasiado afectuosos o extrañas miradas, no son identificados por los alumnos como algo negativo.
En ocasiones, incluso aquellas frases de “buena onda”, tienen connotaciones que provocan ciertas dudas. Varios alumnos -tanto varones como damas- de segundo medio de un establecimiento de La Unión, contaron que un profesor se despide los viernes “diciendo que nos desea que tengamos harto sexo el fin de semana”. Agregaron que este mismo personaje “premiaba” con buenas notas a las alumnas de bonito físico y, consecuentemente, no prestaba atención o desfavorecía en las calificaciones a las que consideraba “feas”.
Como una forma de frenar estas prácticas, se han realizado estudios enfocados a entender la naturaleza y dinámica del acoso sexual. La idea es crear programas de sensibilización y definir líneas de acción para prevenir y, en lo posible, acabar con el problema. Sergio Gallardo, director del Departamento de Educación Municipal (Daem) de La Unión, señala que “al interior de los establecimientos existen programas de educación sexual para prevenir. Del mismo modo, los directores, que están más en contacto con funcionarios y niños, están siempre actuando para evitar estos hechos”.
Pese a la aparente “ceguera” legal en cuanal acoso en las salas de clases, se han elaborado diversos informes que indican que el abuso sexual en los colegios es cada vez más grave, ya que las denuncias se han incrementado durante los últimos 10 años.
YO TE TOCO, TÚ TE CALLAS…
Casos hay muchos. Hace un par de años en La Unión, un conocido profesor, apodado el “Masca la Chicha”, mantuvo una relación con una alumna y tuvo un hijo con ella. Sin embargo, Sergio Gallardo nos tranquiliza señalando que “felizmente hasta este momento, producto del resultado de nuestros antecedentes, no hemos sabido de hechos consumados. Podemos garantizar que no vamos a amparar ningún tipo de actitud de este tipo”.
Otra situación que ocurrió cerca de San José de la Mariquina, en Rucaco, tiene como protagonista a un profesor y una alumna de un colegio particular. Si bien tampoco existen antecedentes concretos del proceso, el profesional acusado del abuso continúa trabajando en el establecimiento particular.
En Máfil, hace algunos años atrás, hubo problemas de acoso sexual en ambos liceos de la comuna y los protagonistas fueron inspectores de cada establecimiento. El caso se resolvió en un sumario que quedó a medias, pues cuando los padres debían entregar sus versiones, éstos desestimaron seguir con la acusación.
Según el Jefe del Daem de esa comuna, Iván Sánchez, la determinación final fue cambiar de lugar de trabajo a ambos inspectores. “De ahí estamos en constante preparación de nuestro personal, para atender los casos de niñas que se ven involucradas en estos temas”, señala Sánchez.
Los cuatro jóvenes de Paillaco que quisieron referirse al tema del acoso, se muestran reacios a creer que la autoridad haga algo por el tema. Dijeron haber sufrido el
hostigamiento de una de las docentes de su liceo y a todo el mundo la historia les pareció un invento. Sin embargo, tampoco hicieron una denuncia.
En Corral también se registró una situación de esta índole cuando el año 2002, dos profesores de un colegio local recibieron un sumario administrativo por acusaciones de acoso sexual. Las tres profesoras acusadoras pertenecían al mismo establecimiento, lo que provocó un pequeño escándalo en la comuna.
Uno de los casos emblemáticos en nuestra provincia ocurrió en Lago Ranco, cuando un docente con más de 23 años de servicio, fue inculpado de acosar sexualmente a dos alumnas, en distintos periodos de tiempo. El hecho pasó a manos de la justicia, pero el maestro fue sobreseído. El hecho fue tan bullado, que en la ciudad se formó un fuerte movimiento estudiantil que buscaba protestar y dar a conocer a la opinión pública la situación.
UNA VISIÓN OFICIAL
Para Arturo Alvear, jefe del Departamento Provincial de Educación de Valdivia, aunque en la zona no existen estadísticas ni registros, tampoco hay denuncias, con la excepción del caso de Lago Ranco.
Según Alvear, pese a la falta de datos, “lo que se hace en estos casos de abuso o acoso de escolares, se deriva a los tribunales de justicia. No hacemos sumarios, pero sí los hacen los sostenedores (de los colegios). Lo que hacemos es aconsejar a las víctimas”.
Como en este tema es tan difícil establecer cuáles son las relaciones, hay que ser muy cuidadoso a la hora de denunciar. Según la autoridad, “incluso, hasta el trabajo que pueda hacer un profesor de educación física podría malinterpretarse. Una cosa es que alguien diga que hay un acoso y otra cosa es probarlo. A veces, incluso, las pruebas no serán suficientes para comprobarlo”.
Es vital la colaboración de todos los protagonistas para evitar estas situaciones. Alvear agregó que incluso se cuenta con la ayuda de “los alumnos más grandes, los de enseñanza media. Ellos siempre han estado muy llanos a colaborar con nosotros y saben que dentro de su formación está el denunciar este tipo de actos”.
LA CONCIENCIA DEL ABUSO
La mejor manera de disminuir esta problemática es educando a los estudiantes de manera adecuada y con seriedad, sin tabúes. Estudios de la Sociedad Ginecológica Americana de Pediatría y Adolescencia (Naspag), indican que en nuestro país, la actividad sexual en los jóvenes comienza a los 12 años, tanto en varones como en mujeres. Si bien es cierto la educación sexual en el colegio empieza desde 8° básico, la necesidad de enseñarles a los niños lo que es el sexo desde temprana edad, se hace urgente.
Programas de TV, la música, la publicidad y la misma Internet, permiten que los infantes tengan acceso al tema sexual con más facilidad que nunca. Esto nos ha llevado a construir una sociedad sexuada -aunque enfocada a lo masculino- en la que el acoso es visto como algo común, que no amerita un castigo.
De hecho, es común oír la justificación de violadores y acosadores, de haber sido “incitados” por su víctima, por el hecho de que esta usara una vestimenta sexy o tuviera actitudes provocativas. Para los criminalistas, no existe relación entre la forma de vestir de sus víctimas o sus ademanes y las incidencias del ataque u hostigamiento sexual.
Del mismo modo, es evidente la falta de fiscales especializados en el tema, lo que no facilita el procedimiento más adecuado ante estos delitos e incrementa la dificultad para tomar medidas concretas. Tampoco hay que dar espacio a un uso malintencionado de la ley de acoso sexual. Para ello, se ha establecido que los denunciantes sean sometidos a procesos de prueba y se les solicitará la declaración de testigos.
Sin embargo es difícil que los niños se den cuenta cuando los están acosando, hasta que son abusados. Por ello, una fuente del Juzgado de Menores de Valdivia, señala que: “aunque el acoso sexual es más bien algo psicológico, (en el tribunal) no consideramos al adulto, sino que al menor. Tampoco tenemos competencia para remover a un profesor de un colegio, pero en el caso, se le debe hacer un sumario en el establecimiento, que luego se remite a la fiscalía. Finalmente, si realmente sus actos se traducen en acoso sexual, se inicia una investigación”.
Si el niño aparece en riesgo, “el Tribunal de Menores toma las medidas de protección aparecidas en la Ley de Menores, derivando al afectado a hogares o a familiares directos o indirectos, dependiendo de la causa del abuso”, enfatizó la fuente.
Vale la pena recordar que el Ministerio de Educación establece claros derechos y deberes, tanto para profesores, como para alumnos. Además, para este tipo de denuncias, debe recurrirse a las Oficinas 600, habilitadas en cada Dirección Provincial del país, o bien a través de Internet, en las páginas www.mineduc.cl ó 600.mineduc.cl.
No podemos seguir escondiendo la cabeza bajo la tierra ante un problema que se sustenta en el abuso de poder entre profesores y alumnos. Tampoco comenzar a culpar a diestra y siniestra, corriendo el riesgo de acusar a inocentes. Como todo problema social, las responsabilidades deben asumirse de ambos lados, autoridades y ciudadanía, para establecer las mejores formas de combatir la raíz del mal, educando y mejorando la legislación respecto a estos temas. Y por supuesto, asistiendo a las reuniones de apoderados, preocupándose de lo que sucede con nuestros hijos más allá de nuestro hogar y estableciendo relaciones con los profesores, docentes y funcionarios, para conocer el entorno en que se mueven nuestros niños.
Jorge Quagliaroli
Pedro Herrera
Carlos López