El Comité Comunal Valdivia del Partido Comunista de Chile llevó a cabo este lunes 29 de marzo un homenaje a los tres profesionales degollados por agentes de la dictadura en 1985. El acto se realizó a las 11 horas en la Plaza de la República de Valdivia. Publicamos el comunicado de este Comité y una carta titulada «Hace 25 años…».
A la Ciudadanía Valdiviana
El día 28 de marzo de 1985, tres trabajadores chilenos fueron secuestrados y asesinados de una manera que dejaba al descubierto la deshumanización de la dictadura. Ellos eran: José Miguel Parada, sociólogo y funcionario de la Vicaria de DD.HH de Santiago; Manuel Guerrero, profesor y líder de la Asociación Gremial de Educadores de Chile (Agech) y Santiago Nattino, de profesión publicista. Los tres tenían en común el ser luchadores sociales y políticos del pueblo, ser miembros del Partido Comunista de Chile. Reconocidos y respetados en sus círculos sociales, de trabajo, gremiales y familiares; se habían planteado la derrota social y política de la dictadura de Augusto Pinochet.
Los tres fueron asesinados por una institución del Estado: Carabineros de Chile. Cesar Mendoza Durán, entonces Director General de Carabineros, sostuvo que se trataba de una “venganza entre comunistas”. La investigación judicial, que tomó años, concluyó que funcionarios policiales haciendo uso de vehículos como un helicóptero, armas y prerrogativas de la institución, raptó y asesinó a tres chilenos en lo que más tarde la prensa denominaría “el caso degollados”.
La violación de derechos humanos en Chile durante la dictadura nunca fue el resultado de la acción “de algunos malos elementos” sino una decisión de las instituciones del Gobierno y del Estado, de mantener la dictadura militar que hambreó y humilló al pueblo, dándole tiempo -a los ahora exitosos empresarios- de robar las empresas del Estado y mantenerse en el poder.
José Miguel Parada; Manuel Guerrero y Santiago Nattino luchaban contra un orden dictatorial que instaló la reproducción de un sistema que ha hecho más pobres e indefensos a las clases populares y más ricos y poderosos a la clase empresarial. Como herencia de la dictadura y del sistema económico administrado en los últimos 20 años, hoy el 20% más rico tiene 10 veces más ingresos que el 20% más pobre. Es decir vivimos en un país de fantasía, en el cual las y los trabajadores necesitamos despertar para transformarlo.
Por esto recordamos la herencia de José Miguel, Manuel y Santiago, cuya lucidez, honradez y consecuencia nos animan hoy a continuar luchando por la construcción de un nuevo tipo de sociedad.
HACE 25 AÑOS…
Hace 25 años el corazón nos latía fuerte y apesadumbrado con la noticia. Dos de los nuestros habían sido asesinados. Las horas siguientes nos traerían más horror, una joven rebelde también caía en manos de la represión, luego tres comunistas aparecerían degollados en un camino apartado, entre el aeropuerto y Quilicura.
Las primeras informaciones hablaban de dos individuos armados que eran abatidos por efectivos de Carabineros, luego supimos sus nombres: Rafael y Eduardo Vergara Toledo, combatientes del MIR. Paulina Aguirre Tobar era asesinada en El Arrayán esa misma noche. Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino, secuestrados también el 29, verían el fin de sus vidas esa noche.
Para nosotros, jóvenes combatientes de esos años, el tamborileo que anunciaba las noticias de radio Cooperativa se nos presentaba cada minuto más atroz. La misma emisora que nos levantaba el ánimo ante cada jornada de protesta, cuando sabíamos de los cortes de luz, de las barricadas, de las poblaciones liberadas, esta vez nos traía la muerte en cada palabra. El camino al cementerio, por esos días, se nos hizo demasiado habitual.
Con Eduardo me unió un poema, escrito en homenaje a Carmen Gloria Larenas, una joven comunista abatida en una protesta en Valparaíso, que él me pidió para publicar en El Rapidito, el boletín de la UNED que pegábamos en las paredes del Pedagógico y que tenía ese nombre por que no duraba mucho a la vista. Digo pegábamos porque, aun cuando yo militaba en la Jota, al llegar al Peda y ante la tardanza de mis compañeros en contactarme, decidí comenzar a trabajar con quienes estaban más a la vista construyendo resistencia, mis hermanos del MIR.
Allí conocí a Eduardo, con sus jeans gastados y sus zapatos de gamuza, también a la Jenny, al Pablo, la Anita, al Jecar que se dejaba caer saltando la reja para improvisar discursos en el casino o en Ciencias, en la facultad de la Chile que está cruzando la calle. Todos hermosos combatientes con los que compartí la calle, la barricada, los pastos, las risas, el canto, las bromas y las discusiones. De esos años guardo herencia rojinegra, que se complementa con mi hoz y mi martillo, para seguir aportando a la lucha.
Los tiempos me darían la oportunidad de conocer y compartir con Manuel y Luisa, maravillosos padres nuestros, cuando ya de fotógrafo y periodista seguía el proceso judicial. Más de algún aporte hicimos desde El Siglo para llegar a la verdad y las condenas. También desde la Funa apuntando a los asesinos en sus casas y trabajos.
A Manuel lo vi en algunas reuniones y en las marchas encabezando a los profes, pero lo conocí más a través de su compañera, de su libro, de su hija y su hijo. Igual que a José Manuel, en el tiempo en que trabajé en el comando de Estela como candidata a diputada, por Javiera, el Juanjo, el Camilo. A don Santiago, solamente por los relatos de su esposa Elena, que lo amó por siempre. Con ellos me unía el compromiso militante, la sangre que corría por mis venas desde el pampino salitrero de mi abuelo hasta el obrero rodriguista que fue mi padre.
Hoy, a 25 años ya de esos días tristes, tengo sin embargo una sensación de optimismo. Tras tanta derrota y muerte se asoman nuevos días, y no es retórica ni mero deseo, hay señales que indican caminos de unidad, separación de aguas que aclaran también el panorama y ganas de pelear que no se acaban.
Por ellos, por Eduardo, Rafael, Paulina, Manuel, Santiago y José Manuel, por mi abuelo y mi viejo, por todos nuestros héroes, pero especialmente por los que siguen, por los que avanzan, por los que construyen, por mis hijos y los hijos de mis hermanos y hermanas de ruta, no hay tiempo que perder. La unidad es necesaria, la lucha una obligación. Con todas las fuerzas de la Historia.
Por Julio Oliva García