Hay que tener una buena dosis de inconciencia para zambullirse en la historia del genocidio perpetrado en 1994 en Ruanda por la mayoría hutu contra la minoría tutsi. Pero es de actualidad : según un informe de la ONU de noviembre de 2009, las milicias del Frente Democrático de Liberación de Ruanda (FDLR) “habrían recibido regularmente apoyo político, logístico y financiero de gente vinculada a las fundaciones católicas El Olivar e Inshuti” y fondos provenientes “directamente e indirectamente del Gobierno de las islas Baleares”.
Hoy dirige el país el presidente tutsi Paul Kagamé; pero las milicias hutus –acusadas de saqueos, asesinatos, violaciones y raptos de niños en el Kivu congolés– se empeñan en retomar el poder. Lo que realmente asombra es la implicación de sectores de la Iglesia católica en la política de ese país africano.
Desde la colonización y evangelización de Ruanda, el país de las “mil colinas”, hacia el año 1900 (poblado por un 80% de hutus y un 10% de tutsis) la Iglesia jugó un papel no sólo religioso sino político. En su trabajo, los misioneros católicos se toparon con la resistencia de los tutsis y gozaron en cambio de una gran benevolencia hutu.
Si bien no se puede acusar a la Iglesia de haber creado las categorías o “razas” hutu y tutsi, han contribuido a arraigar y justificar la división de dos grupos que jamás se habían enfrentado a lo largo de siglos sino en trifulcas de intereses entre agricultores tutsis y pastores hutus. En nombre de las etnias, etnólogos y misioneros pensaron haber hallado en África un terreno en el que aplicar las teorías raciales propias del siglo XIX.
En 1931, la Iglesia obtuvo la destitución del rey tutsi Muyinga, contrario a la cristianización de su pueblo. Numerosos clérigos y miembros de la jerarquía se implicaron en la propagación de “esquemas racistas”, por ejemplo en la obra del Padre Albert Pagès o del obispo Léon Classe. Después del Padre Loupias, el abate Alexis Kagamé propagó esquemas racistas en la lengua local.
En 1933, los padres blancos fundaron el periódico católico Kinyamateka que más tarde propagaría la ideología “Parmehutu” en donde el tutsi es un “no cristiano”, “anti-blanco”, “mentiroso”, “inteligente y artero”; mientras que el hutu es “trabajador”, “indígena dócil”, “amigo del blanco”.
Con el monopolio absoluto de la enseñanza, la Iglesia multiplicó la formación de abates y seminaristas hutus, con el fin de realizar en Ruanda un “reino de Cristo” y en 1946 el rey Mutara III escogido por la Iglesia, consagró oficialmente el país a “Cristo Rey”. La conversión al catolicismo se volvió la puerta obligada para acceder a cualquier empleo colonial. El colonizador y la Iglesia habían logrado hacer de Ruanda un país casi 100% católico y un modelo para África llamado “la joya de África”.
Pero el viento de independencia que soplaba en los años cincuenta reforzó el nacionalismo “comunista” y “ateo” de los tutsis. En 1957, los hutus cercanos a la vicaría ruandesa redactaron un manifiesto según el cual los tutsis son intrusos llegados del Nilo, a donde han de regresar. El sermón sobre la Caridad de 1957 de monseñor Perraudin y su carta pastoral racista de cuaresma del 11 de febrero indujeron directamente la “matanza de Todos los Santos” de 1959, durante la cual paisanos armados de machetes quemaron las haciendas de los tutsis, dejando decenas de miles de muertos y no menos refugiados.
Cuando en 1963 los refugiados tutsis intentaron volver a Ruanda, ahora república independiente, decenas de miles fueron asesinados en la “Navidad roja”. A partir de la independencia, el dominio de la Iglesia se acentuó, en particular el de su ala derecha, el Renouveau Charismatique y el “departamento secreto” del Opus Dei. En 1973 se puede hablar del régimen hutu del presidente Habyarimana como de una dictadura católica de un país casi 100% católico.
En las actas del 16 de mayo de 1997 de la comisión parlamentaria belga, numerosos testimonios acusan directamente a la Iglesia católica y sus ramificaciones. Sacerdotes, obispos, arzobispos, abates, curas, misioneros, miembros del Opus fueron oficialmente acusados de complicidad, pasiva o activa, en el genocidio de 1994. Según el investigador belga Pierre Galant, 816 machetes fueron comprados y distribuidos por Caritas-Ruanda en 1993.
El padre blanco Johan Pristil, partidario ferviente del “hutu-power”, participó en la creación de la Radio “Mil colinas” y tradujo Mein Kampf al Kinyaruanda, y vio a los tutsis como a los “judíos de África”. Se hallaron 30.000 cadáveres en su parroquia en Nyumba. La radio “Mil colinas” –o “radio de la muerte”– predicó la matanza día tras día.
Monseñor Misado fue arrestado en 1999 por su participación en el genocidio y las hermanas Mukangango y Mikabutera por haber entregado a los tutsis refugiados en sus conventos. El abate Seromba fue condenado a cadena perpetua. Genocidas notorios se esconden y son protegidos en conventos, monasterios y parroquias. En Francia, el abate Munyeshyaka y otros están protegidos por las autoridades civiles y católica, así como Rekundo en Ginebra, exfiltrado por “Caritas Catholica”, Nahimana en Florencia y Bellomi en Brescia: unos 50 sacerdotes genocidas ruandeses lograron huir a Europa y Canadá.
¿Pedirá perdón la Iglesia católica por su política africana y el genocidio de Ruanda?
Por Nicole Thibon
Periodista
Ilustración de Mikel Casal
Fuente: blogs.publico.es