Hay que destacar un hecho político positivo: Chile no apoyó la guerra de Estados Unidos contra Irak, a pesar de las enormes presiones ejercidas por Washington.
Cuando los partidos de la Concertación por la Democracia asumieron el gobierno, en marzo de 1990, se encontraron con un país aislado internacionalmente, debido a los 17 años de dictadura militar.
Una de las primeras tareas, fue restablecer relaciones y reinsertar a Chile en el contexto mundial de naciones democráticas, aunque en el propio país la democracia fuera muy limitada.
Esta tarea fue desarrollada de manera exitosa debido principalmente al aprecio del que gozaban quienes se habían opuesto al régimen de Pinochet, y al mismo tiempo debido a las posiciones neoliberales que enarboló la Concertación, en los mismos momentos que caía el muro de Berlín y se acababa el llamado “socialismo real”, es decir, el nuevo Gobierno chileno estaba “en sintonía” con la corriente política que aparecía como la única posible en esos momentos de fin de las utopías.
El eje de la política internacional de la Concertación -en pleno acuerdo con la oposición de derecha- fue el libre comercio, especialmente buscó y logró tratados con Estados Unidos, Europa, importantes países asiáticos como China, Japón e India e incluso en Oceanía con Nueva Zelanda y Australia, finalizando -en febrero de 2010-, acuerdos con 56 países (ya sea individualmente o en bloques), lo que significa que alrededor del 90% de las exportaciones de Chile tienen algún grado de preferencia arancelaria.
LA PEOR DE LAS FALTAS
Quizás la mayor crítica que se puede hacer a la política internacional de la Concertación es su obsesión por relacionarse con los países “desarrollados”, de otros continentes, menospreciando a los vecinos y a toda la región latinoamericana, donde se dan importantes procesos de búsqueda de alternativas al neoliberalismo y especialmente de integración real.
Desde luego Chile no adhirió al Alba, (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), que nació en oposición al Alca impulsado por Estados Unidos. Hay que señalar que hasta ahora nueve países han firmado su adhesión a esta iniciativa: Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua, Dominica, Honduras (con Manuel Zelaya), Ecuador, San Vicente y las Granadinas, y Antigua y Barbuda.
Es verdad que “no se le pueden pedir peras al olmo”; es coherente que los gobiernos neoliberales no se sumen al Alba, pero se podía esperar, al menos, una posición menos hostil en relación a Venezuela. Hay que recordar que bajo el gobierno de Ricardo Lagos, Chile llegó a apoyar el golpe de Estado contra Hugo Chávez, el 12 de abril de 2002, vergonzosa posición que nuestro país sólo compartió con Estados Unidos y España (entonces dirigida por Aznar).
El gobierno de Eduardo Frei, con el -en ese entonces- canciller José Miguel Insulza, se opuso a que el ex dictador Augusto Pinochet fuera juzgado en Gran Bretaña, desarrollando un gigantesco lobby para protejer y traer de regreso al tirano, sin que fuera juzgado, tal como finalmente sucedió.
Bajo el gobierno de Michelle Bachelet se produjo un mayor acercamiento a los países vecinos, especialmente mejoró las relaciones con Bolivia y mantuvo buenas relaciones con el conjunto de los países latinoamericanos. Hay que destacar el importante papel que cumplió Chile en la creación y consolidación de Unasur (Unión de Naciones del Sur) y el rol que jugó este organismo en impedir un golpe de Estado que estaba muy avanzado en Bolivia, en septiembre de 2008. También fue firme la condena al golpe de Estado en Honduras, sin reconocer, hasta ahora, a los gobiernos que sucedieron a Manuel Zelaya.
Esos avances se ponen abiertamente en peligro con la llegada al gobierno de Sebastián Piñera, reconocido amigo de Álvaro Uribe, que ha llevado a Colombia a realizar actividades guerreras y provocadoras contra Ecuador y Venezuela y que incluso ha puesto a disposición de Estados Unidos siete bases militares, con la excusa de combatir el narcotráfico, pero en realidad su objetivo central es vigilar y controlar una región estratégica en América del Sur.
Aunque es importante presionar para que las relaciones a nivel de gobierno sean las mejores con América Latina, contribuyendo a la integración de lo que se ha llamado “la patria grande”, lo más importante es practicar la integración desde abajo.
EL DESAFÍO DESEABLE
El acercamiento que logremos hacer entre los pueblos hermanos, a nivel bilateral y multilateral, de múltiples formas, fortaleciendo los encuentros, los foros sociales, es la gran tarea que tenemos por delante. Entre otros proyectos se desarrolla la llamada Asamblea de Ciudadanos/as del Cono Sur que realizará la Primera Asamblea Regional en noviembre en la ciudad de Iquique (ver: www.asamblea-conosur.net).
Hay que avanzar hacia una América Latina integrada -por arriba y por abajo- plural, multiétnica y solidaria, con justicia social y ambiental y eso es tarea de todos y de todas.
por Víctor Hugo de la Fuente
El autor es periodista, director de la edición chilena del prestigioso periódico de origen francés, Le Monde Diplomatique.
Fotografía: Bienvenida oficial al Presidente de Estados Unidos, George Bush, por parte de Patricio Aylwin, junto a los comandantes en jefes de las FF.AA. 1991. Santiago de Chile. Por Presidencia (Álvaro Hoppe).
El Ciudadano