Julio Cortázar y Alejandra Pizarnik: Una historia de cartas íntimas

Las palabras pueden sanar cualquier tipo de herida del pasado

Julio Cortázar y Alejandra Pizarnik: Una historia de cartas íntimas

Autor: Andrea Peña

Las palabras pueden sanar cualquier tipo de herida del pasado. En ellas encontramos el lugar perfecto entre pertenencia y empatía; lugares donde difícilmente logramos llegar solos, pues casi siempre necesitamos de alguien más.

Las cartas son una forma de comunicación que llegan más rápido al corazón que los mensajes digitales actuales. A través de ellas somos para alguien lo que no podemos ser con otros, es decir, se logra una intimidad en la que el sentir se vuelve la fuente de inspiración para seguir viviendo.

Cortázar, escritor que llenó miles de corazones alrededor del mundo, tenía el fanatismo de escribir a sus amigos de una forma íntima y pasional. Sin tapujos, el argentino lograba saciar la necesidad de amor de los demás por medio de palabras, en las cuales alguien, siendo su amigo o no, encontraba paz.

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Alejandra Pizarnick fue una gran poeta argentina y amiga íntima de Julio Cortázar. Entre ellos se escribieron cartas con un valor emocional grande, ya que Julio ayudaba a sobrepasar las terribles depresiones que Alejandra vivía a causa de un problema de autoestima que sufría debido a sus peso y apariencia física.

Las cartas entre ellos pueden decir lo mucho que se querían y lo cercanos que eran, tratando siempre de tener en cuenta que la distancia no impide la intimidad.

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Al finalizar, Alejandra le escribió lo siguiente a Cortázar:

“P.D. Me excedí, supongo. Y he perdido, viejo amigo de tu vieja Alejandra que tiene miedo de todo salvo (ahora, ¡Oh, Julio!) de la locura y de la muerte. (Hace dos meses que estoy en el hospital. Excesos y luego intento de suicidio -que fracasó, hélas)”.

A lo que Julio respondió:

“Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.

Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.

Julio (septiembre de 1971)”.

 

Alejandra se suicidó el 25 de septiembre de 1972, un año después de escribir esta carta.

Fuente: CltraCLTVA


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