Espéculo fabricado con una impresora 3D y diseñado por Gaudilabs. Foto por Klau / Creative Commons
El acceso a la atención en materia de salud reproductiva es esencial para el bienestar de las mujeres de todo el mundo. Sin embargo, la realidad es que esos servicios a menudo no están al alcance de muchos grupos, como las trabajadoras del sexo, las inmigrantes, el colectivo LGBTQ y las mujeres que no tienen un seguro de salud, por mencionar unos pocos.
Un colectivo de biohackers radicales y transhackfeministas ha decidido interceder por esas mujeres y por ellas mismas y reclamar servicios ginecológicos. Bajo el nombre de GynePunks, estas mujeresestán haciendo acopio de un verdadero arsenal de instrumentos caseros con los que poder llevar a cabo diagnósticos y dispensar asistencia de primera necesidad: centrifugadoras fabricadas conmotores de disco duro ; microscopios hechos con piezas de webcams; incubadoras caseras y espéculos creados con impresoras 3D.
Con la determinación necesaria, es posible montar un laboratorio biológico casero totalmente equipado para realizar pruebas rutinarias como análisis de fluidos o espectroscopias. Las GynePunks han logrado reunir muchas de estas herramientas y técnicas, así como información sobre su aplicación en la detección de infecciones por cándida, cáncer de útero, ETS y embarazos.
Asimismo, se ha recopilado gran cantidad de información sobre otros aspectos de la salud reproductiva, desde tratamientos a base de plantas para las ITU hasta recursos para practicar autoabortos con menor riesgo para la mujer.
Hasta ahora, sus experimentos se limita básicamente a laboratorios de hackers y talleres. No obstante, su intención es la de conseguir que este tipo de utensilios esté a disposición de cualquiera que tenga conexión a internet y acceso a piezas de uso frecuente, de forma que puedan tener más control sobre su salud reproductiva.
Inserción de una webcam en un espéculo, que podrá utilizarse para la inspección del cuello uterino y para realizar diagnósticos mediante la prueba del vinagre. Imagen: Paula Pin / Creative Commons
«En mi opinión, esta mentalidad de hacker nos da otra perspectiva del mundo que nos rodea y nos proporciona muchas herramientas para diseñar y crear nuestras propias tecnologías», me contó en un mail Paula Pin, una de las primeras GynePunks. «Entendemos nuestro cuerpo como una tecnología más susceptible de ser pirateada, modificada, desde los conceptos establecidos sobre el género y el sexo hasta la búsqueda de nuevas formas de explorar nuestro propio cuerpo, de nuevas ideas y tecnologías que nos ayuden a ser más libres, autónomas e independientes del sistema».
El colectivo de GynePunks nació en Calafou, una comunidad de cooperación y « colonia ecoindustrial posapocalíptica» establecida en lo que queda de una fábrica textil abandonada cerca de Barcelona. Desde 2013, los miembros de un hacklab llamado Pechblenda realizan talleres dirigidos a la descolonización del cuerpo femenino, la investigación de medicamentos vaginales a base de plantas, de lubricantes de fabricación casera y juguetes sexuales mejorados.
Su trabajo no tardó en fusionarse con el de la red internacional de biohackingHackteria, el proyecto de laboratorio abierto Gaudilabs y otros nodos de una red cada vez más extensa de artistas, científicos, investigadores y hackers. De esta iniciativa conjunta nació GynePunks.
Entonces, ¿qué es una GynePunk? «El único criterio por el que alguien puede considerarse GynePunk es la voluntad de reclamar el control sobre tu propio cuerpo», afirma Klau Kinky, otra componente del movimiento.
«GynePunk no es un colectivo formado, sino una revuelta de cuerpos», continúa. «Y para esa revuelta, usaremos toda la ayuda, la complicidad, las alianzas y las herramientas que encontremos».
Klau había trabajado en un proyecto personal de investigación sobre la a menudo triste y violenta historia de la ginecología que sirvió de inspiración para la gestación de la iniciativa GynePunk. «Lo que descubrí durante la investigación fue horrible y me encendió», explica.
Una sesión de trabajo en GaudiLabs, Lucerna. Foto: Urs Gaudenz / Creative Commons
Klau quedó especialmente conmovida por las historias de tres esclavas negras en el Alabama de 1840, Anarcha, Lucy y Betsey, a quienes podríamos decir que se debe la ginecología moderna.
Estas tres mujeres se convirtieron en los sujetos de estudio vivientes de J. Marion Sims, inventor del espéculo y aclamado como «padre de la ginecología». Debido a su aparente capacidad sobrehumana para soportar el dolor, Sims sometió a Anarcha a 30 intervenciones quirúrgicas sin anestesia. Con las conclusiones extraídas de estos y otros experimentos, Sims trataba a sus pacientes ricas y blancas (con anestesia) mediante unas prácticas que sentaron las bases para el establecimiento de los procedimientos ginecológicos actuales.
Las historias de Anarcha, Lucy y Betsey han pasado prácticamente desapercibidas, mientras que se han hecho estatuas para conmemorar a los médicos cuyo trabajo se fundamentó en el sufrimiento de estas mujeres. El movimiento GynePunk se hace eco de esa historia desconocida para reivindicar su causa. Así, han rebautizado las glándulas de Skene como «glándulas Anarcha». Y es que, realmente, ¿qué sentido tiene ponerle el nombre de un tipo a unas glándulas que son responsables de los orgasmos de la mujer?
Existen más ejemplos de nombres de tipos blancos muertos que recuerdan la tensa relación histórica entre la ginecología y las personas más desfavorecidas. Ya sean personas con sexualidad no binaria, que deben afrontar los juicios de valor de los médicos, o las comunidades de alto riesgo, para quienes el acceso a la sanidad queda restringido por las cuotas de los seguros, o incluso las que tienen el privilegio de acceder a dichos servicios solo para ver cómo pesa sobre ellos una constante amenaza, la realidad es que la sección de obstetricia y ginecología no se percibe como un lugar de sanación.
«Representa, al menos para mí, una especie de purgatorio, a veces un infierno», explica Klau. «Yo venía de un país en el que el aborto sigue siendo ilegal. Yo misma me sometí a un aborto ilegal de riesgo en Perú cuando tenía 14 años. Como migrante, he sufrido insultos y maltrato en las consultas ginecológicas españolas. Me he implicado en este proyecto porque es algo que mi cuerpo necesita, es algo vital; una lucha política que consiste en recuperar las tecnologías, recuperar el control de mi cuerpo y alejarme de toda esa violencia».
Pero, ¿resulta práctico o seguro utilizar tecnología de código abierto para retomar el control de nuestra salud reproductiva? Hasta ahora, gran parte del trabajo se centraba en el aspecto del diagnóstico, y los miembros del colectivo se cuidan de señalar que este proyecto no constituye una panacea. Está limitado por factores obvios: acceso a materiales, un lugar en el que almacenarlos y tiempo para llevar a cabo estas tareas. Pero la infraestructura existe y hay personas con la suficiente motivación, por lo que es posible establecer alternativas útiles para el cuidado personal. Klau pone como ejemplo el programa piloto de la prueba del vinagre, con el que se ha logrado reducir la mortalidad por cáncer de útero entre las mujeres sin recursos de Bombay en un 31 por ciento.
Centrifugadora creada a partir de un disco duro con portamuestras impreso en 3D. Foto: Paula Pin / Creative Commons
«En el futuro, me gustaría centrarme más en cómo tratar el diagnóstico, en la curación y la prevención», explica. «Creo que nuestro trabajo está sensibilizando a la gente, que se acerca para participar en este diálogo sobre nuestro cuerpo y nuestra salud».
Manipular el motor de un disco duro es más complejo que realizar la prueba del vinagre, pero esta última es una clara demostración de que una comunidad puede empoderarse mediante el uso de sencillas herramientas. Internet está cada vez al alcance de más personas y proliferan los espacios de creación y los fab labs . Este panorama, junto con el crecimiento de la tecnología de código abierto, facilitan la aparición de alternativas viables.
«La mayoría de nuestros instrumentos se pueden fabricar con piezas de hardware recicladas, componentes electrónicos básicos, cola termofusible y cartón», afirma Marc Dusseiller, biohacker y miembro de Hackteria. Tanto el instrumental como los experimentos que nos describe están pensados para que cualquiera pueda fabricarlos por su cuenta. «De hecho, gran parte del equipamiento básico de un laboratorio puede fabricarse muy fácilmente, quizá con calidad y reproducibilidad limitadas, pero suficiente para «desmitificar la ciencia»», explica.
El American College of Obstetrics and Gynecology define a las mujeres desatendidas como «aquellas que no tienen acceso a una atención sanitaria de calidad debido a las barreras que generan la pobreza, las diferencias culturales de raza o etnia, geografía, orientación sexual, identidad de género u otros factores que contribuyen a las desigualdades en materia de atención sanitaria». Esta definición incluye a muchísimas personas cuyas necesidades no es probable que vaya a satisfacer el sistema actual.
Una posible solución pasaría por crear instituciones de conocimiento médico gratuitas y descentralizadas y recursos desarrollados por y para quienes más lo necesitan. El planteamiento de estas soluciones podría poner de manifiesto las carencias de la medicina tradicional actual. El hecho de que decenas de millones de mujeres deban abortar por su cuenta cada año demuestra la necesidad de crear un sistema más incluyente. Pero hasta que ese sistema sea una realidad, la creación de herramientas y recursos mejores constituye la mejor opción para cubrir las carencias actuales.
«No creo que vaya a haber una fase final, el cuerpo es ilimitado», afirma Klau, que cerró la entrevista con una cita de Audre Lorde: «No existe ninguna lucha por un solo problema porque no vivimos vidas con un solo problema».
Fuente: Motherboard