Charles Baudelaire: Poeta francés, uno de los máximos exponentes del simbolismo, considerado a menudo el iniciador de la poesía moderna. Hijo del ex sacerdote Joseph-François Baudelaire y de Caroline Dufayis, nació en París el 9 de abril de 1821. Su padre murió el 10 de febrero de 1827 y su madre se casó al año siguiente con el militar Jacques Aupick; Baudelaire nunca aceptó a su padrastro, y los conflictos familiares se transformaron en una constante de su infancia y adolescencia.
Una vez obtuvo la mayoría de edad, reclamó la herencia paterna, pero su vida de dandy le hizo dilapidar la mitad de su herencia, lo que indujo a sus padres a convocar un consejo de familia para imponerle un tutor judicial que controlara sus bienes. El 21 de septiembre de 1844 la familia designó un notario para administrar su patrimonio y le asignó una pequeña renta mensual, situación que profundizó sus conflictos familiares.
A principios de 1845 empezó a consumir hachís y se dedicó a la crítica de arte, publicando Le Salon de 1845, un ensayo elogioso sobre la obra de pintores como Delacroix y Manet, entonces todavía muy discutidos. Ante los primeros síntomas de la sífilis y en medio de una fuerte crisis afectiva, intentó suicidarse el 30 de junio de ese año. Más tarde publicó Le Salon de 1846 y colaboró en revistas con artículos y poemas. Buena muestra de su trabajo como crítico son sus Curiosidades estéticas, recopilación póstuma de sus apreciaciones acerca de los salones, al igual que El arte romántico (1868), obra que reunió todos sus trabajos de crítica literaria.
Fue además pionero en el campo de la crítica musical, donde destaca sobre todo la opinión favorable que le mereció la obra de Wagner, que consideraba como la síntesis de un arte nuevo. En literatura, los autores Hoffmann y Edgar Allan Poe, del que realizó numerosas traducciones (todavía las únicas existentes en francés), alcanzaban, también según Baudelaire, esta síntesis vanguardista; la misma que persiguió él mismo en La Fanfarlo (1847), su única novela, y en sus distintos esbozos de obras teatrales.
Comprometido por su participación en la revolución de 1848, la publicación de Las flores del mal, en 1857, acabó de desatar la violenta polémica que se creó en torno a su persona. El 30 de diciembre de 1856, Baudelaire había vendido al editor Poulet-Malassis un conjunto de poemas, trabajados minuciosamente durante ocho años, bajo el título de Las flores del mal, que constituyó su principal obra y marcó un hito en la poesía francesa. El poemario se presentó el 25 de junio de 1857 y provocó escándalo entre algunos críticos. Gustave Bourdin, en la edición de Le Figaro del 5 de julio, lo consideró un libro «lleno de monstruosidades», y once días después la justicia ordenó el secuestro de la edición y el proceso al autor y al editor, quienes el 20 de agosto comparecieron ante la Sala Sexta del Tribunal del Sena bajo el cargo de «ofensas a la moral pública y las buenas costumbres». Sin embargo, ni la orden de suprimir seis de los poemas del volumen ni la multa de trescientos francos que le fue impuesta impidieron la reedición de la obra en 1861. En esta nueva versión aparecieron, además, unos treinta y cinco textos inéditos. Aquí te dejamos algunos
Poema I
LA DESTRUCCIÓN
El demonio se agita a mi lado sin cesar;
flota a mi alrededor cual aire impalpable;
lo respiro, siento cómo quema mi pulmón
y lo llena de un deseo eterno y culpable.
A veces toma, conocedor de mi amor al arte,
la forma de la más seductora mujer,
y bajo especiales pretextos hipócritas
acostumbra mi gusto a nefandos placeres.
Así me conduce, lejos de la mirada de Dios,
jadeante y destrozado de fatiga, al centro
de las llanuras del hastío, profundas y desiertas,
y lanza a mis ojos, llenos de confusión,
sucias vestiduras, heridas abiertas,
¡y el aderezo sangriento de la destrucción!
Poema II
UNA MÁRTIR
Dibujo de un maestro desconocido
En medio de frascos, telas sedosas,
y muebles voluptuosos,
de mármoles, pinturas, ropas perfumadas,
que arrastran los pliegues suntuosos,
en una alcoba tibia como en un invernadero,
donde el aire es peligroso y fatal,
donde lánguidas flores en sus ataúdes de cristal
exhalan su suspiro postrero,
un cadáver sin cabeza derrama, como un río,
en la almohada empapada,
una sangre roja y viva, que la tela bebe
con la misma avidez que un prado.
Parecida a las tétricas visiones que engendra la oscuridad
y que nos encadenan los ojos,
la cabeza, con la masa de su crin sombreada,
y de sus joyas preciosas,
en la mesilla de noche, como una planta acuática,
reposa, y, vacía de pensamientos,
una mirada vaga y blanca como el crepúsculo
escapa de sus ojos extraviados.
En el lecho, el tronco desnudo, sin pudor,
en el más completo abandono, muestra
el secreto esplendor y la belleza fatal
que la naturaleza le donó.
Una media rosada, adornada con hilo de oro, en la pierna
ha quedado cual recuerdo.
La liga, al igual que un ojo secreto que llamea,
lanza una mirada diamantina.
El singular aspecto de esta soledad
y de un gran retrato voluptuoso,
de ojos provocativos como su actitud
revela un amor tenebroso,
una culpable alegría y fiestas extrañas,
llenas de besos infernales,
que regocijarán a los ángeles malos
nadando entre cortinas y chales.
Sin embargo, al ver la esbeltez elegante
del hombro y su trazo quebrado,
la cadera levemente afilada, y la cintura ágil
lo mismo que un reptil irritado, se advierte
que ella es joven aún. —Su alma exasperada
y sus sentidos mordidos por el tedio,
¿se habían entregado a la jauría enfurecida
de deseos errantes y perdidos?
El hombre vengativo al que no pudiste, viviendo,
a pesar de tanto amor, aplacar,
¿sació en tu carne, inerte y complaciente,
toda la inmensidad de su deseo?
¡Responde, cadáver impuro! ¿Por tus rígidas trenzas
te levantó con brazo febril?
Dime, cabeza horrible, ¿en tus fríos dientes
hay aún sus últimos adioses?
—Lejos del mundo burlón, lejos de la multitud impura,
lejos del magistrado curioso,
duerme en paz, duerme en paz, extraña criatura,
en tu sepulcro misterioso;
tu esposo corre el mundo, y tu forma inmortal
vela junto a él cuando duerme;
lo mismo que tú sin duda te será fiel
y constante hasta la muerte.
Poema III
LESBOS
Madre de los latinos y los griegos deleites,
Lesbos, donde los besos, lánguidos o incendiados,
cálidos como soles, frescos como sandías,
son ornato de noches y de días gloriosos;
madre de los latinos y los griegos deleites;
Lesbos, donde los besos son como esas cascadas
que, sin miedo, se lanzan a simas profundísimas
y corren sollozantes, con gritos sofocados,
borrascosos y ocultos, profundos y hormigueantes;
Lesbos, donde los besos son como esas cascadas.
Lesbos, donde las Frinés (1) mutuamente se atraen,
donde nunca ha quedado un suspiro sin eco,
a Pafos (2) semejante los astros te proclaman
¡y de Safo celosa Venus puede sentirse!
Lesbos, donde las Frinés mutuamente se atraen,
Lesbos, tierra de noches lánguidas y abrasadas,
que hacen que en sus espejos, oh infecundo placer,
las niñas de sus propios cuerpos enamoradas
palpen los frutos gráciles de sus núbiles cuerpos;
Lesbos, tierra de noches lánguidas y abrasadas,
Deja al viejo Platón fruncir su ceño austero;
de los besos innúmeros obtienes tu perdón,
reina del dulce imperio, noble y amante tierra,
inagotable siempre en tus refinamientos,
deja al viejo Platón fruncir su ceño austero.
Tú obtienes el perdón del eterno martirio
sin cesar infligido a las almas intrépidas,
que aleja de nosotros la sonrisa radiante
vagamente entrevista al borde de otro espacio.
¡Tú obtienes el perdón del eterno martirio!
¿Cuál, Lesbos, de los dioses, osará ser tu juez
y condenar tu frente que arrugaron las penas,
si sus áureas balanzas no han pesado el diluvio
de llanto que a los mares tus arroyos vertieron?
¿Cuál, Lesbos, de los dioses, osará ser tu juez?
¿Qué quieren de nosotros leyes justas o injustas?
Honor del Archipiélago, vírgenes de alma noble,
como no importa cuál, es regio vuestro culto,
¡y se reirá el amor del Cielo y del Infierno!
¿Qué quieren de nosotros leyes justas o injustas?
Pues Lesbos, entre todos, me ha elegido en la tierra
para cantar lo oculto de sus floridas vírgenes,
y fui desde la infancia admitido al misterio
de sofocadas risas y de llantos sombríos;
pues Lesbos, entre todos, me ha elegido en la tierra.
Y desde entonces velo en la cumbre del Léucate (3)
como vigía de ojo seguro y penetrante,
que acecha noche y día brick, tartana o fragata,
cuyas lejanas formas en el azul titilan;
y desde entonces velo en la cumbre del Léucate,
Para saber si el mar es indulgente y bueno,
y en medio de los ayes que en la roca resuenan,
un día devolverá hacia Lesbos, que olvida,
el cadáver amado de Safo, que partiera
¡para saber si el mar es indulgente y bueno!
De Safo, la viril, que fue amante y poeta,
¡más hermosa que Venus en su triste blancor!
—El azul se somete al negro que salpica
el tenebroso círculo que el dolor dibujó
¡de Safo, la viril, que fue amante y poeta!
—Más hermosa que Venus presentándose al mundo
y mostrando el tesoro de su serenidad
y el destello radiante de su juventud rubia,
sobre el viejo Océano, prendado de su hija;
¡más hermosa que Venus presentándose al mundo!
—De Safo que murió el día de su blasfemia,
cuando insultando el rito y el culto establecidos,
entregó como pasto supremo su belleza
a un bruto cuyo orgullo castigó la impiedad
de aquella que murió el día de su blasfemia.
Y desde entonces Lesbos se lamenta sin tregua,
y a pesar de las honras que los mundos le rinden,
cada noche se embriaga con la voz turbulenta
que alzan hacia los cielos sus desiertas riberas
¡y desde entonces Lesbos se lamenta sin tregua!
(1) Friné: Nombre de una cortesana griega célebre por su belleza. Se cuenta que, habiendo sido acusada de impiedad, obtuvo la absolución desnudándose ante sus jueces
(2) Pafos: Ciudad de Chipre, consagrada al culto de Venus
(3) Léucate: Acantilado de la isla Leucade, desde donde se precipitaban al mar los amantes desesperados, cuyo ejemplo más célebre es Safo. Sin duda el nombre lo hallaría Baudelaire en la Eneida.
El poema “Lesbos” fue tomado de
Las Flores del mal, Alianza Editorial, Madrid, 1982
Traducción de Antonio Martínez Sarrión
Poema IV
MUJERES CONDENADAS
Como un rebaño pensativo sobre la arena acostadas,
entornan los ojos hacia el horizonte marino,
y sus pies que se buscan y sus manos enlazadas
tienen dulces languideces, amargos escalofríos.
Unas, corazones que aman las largas confidencias,
en el corazón de los bosques y junto a los arroyos,
deletrean el amor de las tímidas infancias
y marcan en el tronco los jóvenes arbolillos;
otras, como hermanas, andan lentas, graves,
a través de las rocas llenas de apariciones,
donde san Antonio vio surgir como lavas,
desnudo el seno, a sus purpúreas tentaciones.
Las hay que a la lumbre de resinas goteantes,
en el hueco mudo de los viejos antros paganos,
te llaman en socorro de sus fiebres aullantes,
¡oh Baco, adormecedor de viejos remordimientos!
Y otras, cuya garganta gusta de escapularios,
que, ocultando un látigo bajo sus largos vestidos,
mezclan en la noche oscura y los bosques solitarios
espuma del placer y lágrimas de la tortura.
¡Oh vírgenes, oh demonios, oh monstruos, oh mártires!,
grandes espíritus negadores de la realidad,
buscadores de lo infinito, devotos y sátiros,
ora llenos de furor, ora llenos de llanto,
vosotras, a las que en vuestro infierno mi alma os ha seguido,
pobres hermanas, os amo tanto como os compadezco
por vuestras dolorosas tristezas, vuestra sed no saciada,
y las urnas de amor que llenan vuestro corazón.
Poema V
LAS DOS BUENAS HERMANAS
La Licencia y la Muerte son dos buenas muchachas,
pródigas de sus besos y ricas en salud;
su flanco siempre virgen y cubierto de hilachas,
con la eterna labor que jamás dio a luz.
Al poeta siniestro, enemigo del hogar,
favorito del infierno, cortesano sin más,
tumbas y lupanares le muestran tras su vallado
un lecho que el remordimiento no frecuenta jamás.
Y el ataúd y la alcoba con grandes blasfemias
nos ofrecen alternando como buenas hermanas
terribles placeres y horribles deleites.
¿Cuándo quieres enterrarme, Vicio de brazos inmundos?
Muerte, su rival en atractivos, ¿cuándo vendrás
a plantar tus negros cipreses sobre sus mirtos fétidos?
Poema VI
LA FUENTE DE SANGRE
A veces siento mi sangre correr en oleadas,
lo mismo que una fuente de rítmicos sollozos;
la oigo correr en largos murmullos,
pero en vano me palpo para encontrar la herida.
A través de la ciudad, como un campo cerrado,
va transformando las piedras en islotes,
saciando la sed de cada criatura,
y coloreando en rojo toda la natura.
A menudo he pedido a estos vinos
aplacar por un solo día el terror que me roe;
el vino torna el mirar más claro y más fino el oído.
He buscado en el amor un sueño de olvido;
mas para mí el amor es un lecho punzante,
hecho para dar de beber a esas putas crueles.
Poema VII
ALEGORÍA
Es hermosa mujer, de buena figura,
que arrastra en el vino su cabellera.
Las garras del amor, los venenos del garito,
todo resbala y se embota en su piel de granito.
Se ríe de la Muerte y desprecia la Lujuria,
y ambas, que todo inmolan a su ferocidad,
han respetado siempre en su juego salvaje,
de ese cuerpo firme y derecho la ruda majestad.
Anda como una diosa y reposa como una sultana;
tiene por el placer una fe mahometana,
y en sus brazos abiertos que llenan sus senos
atrae con la mirada a toda la raza humana.
Ella cree, ella sabe, ¡doncella infecunda!,
necesaria no obstante a la marcha del mundo,
que la belleza del cuerpo es sublime don,
que de toda infamia asegura el perdón.
Ignora el infierno igual que el purgatorio,
y cuando llegue la hora de entrar en la noche negra,
mirará de la Muerte el rostro,
como un recién nacido, sin odio ni remordimiento.
Poema VIII
LA BEATRIZ
En terrenos de ceniza, calcinados, sin verdores,
mientras me lamentaba un día a Naturaleza,
y mi pensamiento vagaba al azar,
sintiendo en mi corazón clavarse el puñal,
vi, en pleno mediodía, descender sobre mi cabeza
una oscura nube grande y tempestuosa,
que llevaba un rebaño de viciosos demonios,
parecidos a enanos crueles y curiosos.
Pusiéronse a contemplarme friamente
y, como hablando de algún loco que pasa,
les oía reír y murmurar entre sí,
y cambiar más de un guiño y más de un ademán.
«Contemplemos a gusto esta caricatura,
esta sombra de Hamlet que imita su gesto,
la mirada indecisa y los cabellos al viento,
¿no da pena ver a ese vividor,
ese vago, ese histrión sin teatro, ese gracioso,
que porque sabe representar con arte su papel,
quiere interesar con sus cantos de dolor
a las águilas, grillos, arroyos y flores,
e incluso a nosotros, autores de estas viejas rimas,
y recitarnos a gritos sus públicas parrafadas? »
Hubiera podido (mi orgullo, alto como el monte,
domina la nube y el clamor de los demonios)
volver simplemente mi cabeza serena,
si no hubiese entre su tropa obscena,
¡crimen que no hizo tambalear al sol!,
la reina de mi corazón, de mirada sin igual,
que se reía con ellos de mi sombría tristeza
y les hacía, a veces, alguna sucia caricia.
Poema IX
LA METAMORFOSIS DEL VAMPIRO
La mujer nos decía con su boca de fresa,
ondulante, acechante, entre sierpe y tigresa,
los senos oprimidos a punto de estallar,
estas palabras que ella dejaba resbalar:
“Yo tengo el labio húmedo y conozco la ciencia
que en el fondo del lecho diluye la conciencia.
Enjuga todo llanto la gloria de mis senos
que hacen reír a los viejos igual que a niños buenos.
¡Y soy para quien sepa contemplarme sin velos
la luna, y soy el sol, las estrellas, los cielos!
Tan docta soy amando, queridos sabihondos,
cuando un hombre aprisiono en mis brazos redondos
o cuando a sus mordiscos abandono mi pecho,
frágil y libertina a la vez, que en mi lecho,
gustador del deleite que raya en frenesí,
hasta los mismos ángeles se perdieron por mí.”
Cuando toda la médula succionó de mis huesos,
y sobre ella rendido quise darle mis besos,
advertí que en sus flancos —todo fue en un momento—
resbalaba un humor viscoso, purulento.
Cerré entonces los ojos de frío y de terror,
y al abrirlos de nuevo al vivo resplandor,
junto a mí, y en lugar del maniquí gozado
que parecía haberse ya de sangre saciado,
temblaba un esqueleto, produciendo un crujido
como el de esa veleta que da un agrio chirrido,
o el rótulo hecho trizas del umbral del infierno
tremolando en el viento de una noche de invierno.
Poema X
UN VIAJE A CYTEREA
Mi corazón, como un pájaro, revoloteaba feliz,
y volaba libremente alrededor de las cuerdas;
el navío corría bajo un cielo sin nubes,
como ángel embriagado de un sol radiante.
¿Qué isla es ésta tan negra y triste? —Es Cyterea,
nos dicen, un país famoso en las canciones,
Eldorado trivial de todos los solterones.
Mirad, después de todo es una pobre tierra.
—¡Isla de dulces secretos y de fiestas del corazón!
De la antigua Venus el soberbio fantasma,
más allá de tus mares flota como un aroma,
y llena los espíritus de amor y languidez.
Bella isla de verdes mirtos, llena de capullos en flor,
siempre venerada por todas las naciones,
donde los suspiros de amantes corazones
avanzan como el incienso por jardines de rosas
o el eterno arrullo de la paloma torcaz.
—Cyterea no era más que una tierra pobre,
un desierto rocoso turbado por gritos feroces.
¡Sin embargo, presentía yo allí algo singular!
Aquello no era un templo de sombras selváticas,
donde la joven sacerdotisa, eterna enamorada de las flores,
iba, el cuerpo ardiente por calores secretos,
entreabriendo sus ropas a las brisas ligeras;
pero, he aquí que rozando la costa el bauprés,
al asustar los pájaros con nuestras velas blancas,
pudimos ver que era un patíbulo de tres zancas,
destacado en el cielo, negro como un ciprés.
Las aves rapaces, posadas en su cumbre,
destrozaban con furia a un ahorcado ya podrido:
cada una hundía, como un clavo, su impuro pico
en los rincones sangrientos de aquella podredumbre.
Eran los ojos agujeros, y del vientre desfondado
los gruesos intestinos caían sobre los muslos;
y sus verdugos, ahítos de espantosas delicias,
a picotazos lo habían castrado por completo.
Bajo los pies, una manada de celosos cuadrúpedos
levantado el hocico, merodeaba;
una bestia más grande se agitaba en el centro,
como un verdugo rodeado de auxiliares.
¡Oh habitante de Cyterea, de un cielo tan hermoso,
silenciosamente sufrías estos insultos
en una expiación de tus infames cultos,
y los pecados que te impidieron el descanso eterno!
¡Ridículo ahorcado, tus dolores son los míos!
Yo sentí, a la vista de tus miembros flotantes,
como un vómito subir hasta mis dientes
el largo río de hiel de mis antiguos dolores.
Ante ti, pobre diablo, tan caro de recordar,
sentí todos los picos y todos los mordiscos
de los cuervos fieros y de las panteras negras,
que antaño tanto gozaban en machacar mi carne.
El cielo estaba embrujado, la mar en calma;
para mí todo era negro y sangriento para siempre,
¡ay!, y tenía, como en un espeso sudario,
el corazón amortajado en esta alegoría.
En tu isla, oh Venus, no encontré en mi viaje
más que un patíbulo simbólico donde colgaba mi imagen…
—¡Oh Señor! Dame la fuerza y el coraje
¡de contemplar mi cuerpo y mi alma sin asco!
Poema XI
EL AMOR Y EL CRÁNEO
Viñeta antigua
El amor está sentado en el cráneo
de la Humanidad,
y desde este trono, el profano
de risa desvergonzada,
sopla alegremente redondas pompas
que suben en el aire,
como para alcanzar los mundos
en el corazón del éter.
El globo luminoso y frágil
toma un gran impulso,
estalla y exhala su alma delicada,
como un sueño de oro.
Y oigo el cráneo a cada burbuja
rogar y gemir:
—Este juego feroz y ridículo,
¿cuándo acabará?
Pues lo que tu boca cruel
esparce en el aire,
monstruo asesino, es mi cerebro,
¡mi sangre y mi carne!