El terremoto ocurrido el 27/02 ha servido para develar varias situaciones que permanecían en la sombra y derribar algunos mitos que el sistema había impuesto por medio del ordenamiento discursivo de la derecha. Sin embargo, lo más relevante es observar los posibles rumbos que tomará el gobierno empresarial de Sebastián Piñera.
Primero: Quedó demostrado la incapacidad del Estado chileno para reaccionar eficientemente ante una catástrofe. La emergencia del país está en manos de un organismo como la Onemi que, como su nombre lo indica, es sólo una “oficina” de emergencia y no una subsecretaría u otro organismo con mayor poder de decisión y de recursos.
Segundo: La tan celebrada eficiencia de la empresa particular, punto central de los discursos de la derecha, quedó en entredicho, al demostrar su incapacidad para abastecer de servicios a una población en situaciones de máxima emergencia, como fue el caso de las telefónicas o de reponer los servicios dañados, situación competente a las empresas eléctricas y otras. Su argumento de que este es el quinto terremoto más grande de la historia es inconsistente si se toma en cuenta que también, este es el siglo con mayor tecnología de la historia y lo que ocurrió en 1960, no puede compararse, en recursos tecnológicos, con la primera década del siglo XXI.
Tercero: El poder de los medios de comunicación es infinitamente superior a lo que fue en siglos anteriores. El poder de convencimiento que se ejerció sobre la población lo demuestra. El saqueo, una situación predecible después de un terremoto, en cualquier parte del mundo, fue orquestada y amplificada por la televisión. Se creó una situación de descontrol y caos que propició la entrada del estado de excepción y el control de la región en manos del ejército; esto con el aplauso de la población atemorizada por los altavoces de los medios de comunicación.
Una vez pacificada la ciudadanía lo que significó que se controló la posibilidad de protestas por el escándalo de los daños hechos por constructoras e inmobiliarias inescrupulosas, vino el otro paso: la unidad nacional, eufemismo que en la práctica significa obediencia nacional. Aquí aparecieron los niños símbolos, las banderas símbolos y las frases símbolos.
Las consignas “Fuerza Chile” y “Chile ayuda a Chile” hacen aparecer antipatriotas a cualquiera que critique la política del gobierno. Por cierto la Concertación, ahora en la oposición, se plegó al llamado patriótico y sólo ha hecho tímidas críticas en puntuales ocasiones.
La manipulación funcionó con éxito total. El país estuvo sometido a una cadena de disolución mental pocas veces vista con situaciones tan surrealistas como un cura haciéndole propaganda a un supermercado.
Sin embargo, lo realmente preocupante es lo que ha ocurrido en las primeras semanas de gobierno del presidente de la Alianza. Al implante del estado de excepción al que se sumó el toque de queda, se ha visto una intención de militarizar la vida ciudadana. El ejército ha tomado preponderancia en una serie de actividades que de hecho son de incumbencia del Estado y empíricamente está reemplazando en sus funciones a las fuerzas de carabineros. La impresión que ha quedado, después de la exposición televisiva de los saqueos es que carabineros es incapaz de controlar situaciones difíciles y éstas deben quedar en manos del ejército. Entonces surge la interrogante: ¿Para qué sirve carabineros?
Es indudable que sí hay una parte de esta institución que le interesa y mucho al gobierno y estas son las fuerzas especiales, es decir, las dedicadas a la represión. Lo ocurrido en la conmemoración del Día del Joven Combatiente es una alerta de lo que el país va a experimentar. El apoyo irrestricto a las medidas adoptadas por estas fuerzas, y su posterior felicitación, pasó por alto, que las medidas para conservar el orden significaron brutales acciones, como bombardear con gases lacrimógenos a todas las poblaciones sin importar el efecto que éstas causaran sobre los niños y los ancianos. La situación fue tal, que un periodista relató que tuvieron que usar máscaras antigases para poder reportear los sucesos.
Si el ejército actuó para controlar los desmanes en las poblaciones de Concepción en situación de emergencia, cabe preguntarse si este método se va a implementar en otras situaciones. ¿Es posible que poblaciones estigmatizadas como antros delincuenciales sean intervenidas para la seguridad ciudadana? Desde luego ha quedado claro que para el gobierno y su presidente el orden es lo primero.
Al término del Estado de excepción, como era previsible, los militares no se retiraron y por orden del presidente se integraron a las “tareas de reconstrucción” enunciado bastante impreciso que ha asegurado su asentamiento en la población, y que ha significado que se perciba la presencia del ejército en tareas propias de los civiles, no sólo como benéfica sino que altamente necesaria.
La presencia de altos militares en retiro, en cargos que tradicionalmente fueron ocupados por civiles, es otra de las medidas tomadas por Piñera y que recuerdan la tan comentada reunión que tuvo con el Alto Mando del Ejército. ¿Qué fue lo que se acordó en dicha reunión? ¿Existió alguna transacción? El general en retiro Hernán Cheyre dijo en una entrevista que no había que desperdiciar la experiencia que tenía el ejército. ¿Incluye esa experiencia los 17 años del gobierno de Pinochet?
Lo que está pasando en este país después del 27/02 es tanto o peor que el terremoto. El desprestigio que se va instalando sobre las capacidades del aparato estatal, para resolver los problemas de la ciudadanía y dar paso a la eficiencia del sector privado y de los emprendedores, más la decisión de favorecer a los empresarios y a los dueños de las grandes cadenas comerciales en detrimento de las pymes están conformando efectivamente “una nueva forma de gobernar”.
Finalmente hay que señalar la indefensión en que se encuentran los habitantes de este país frente a los medios de comunicación de masas. Esta situación hace imperioso que se efectúe un fuerte debate en torno a cuestiones relevantes para el cuerpo social, lo cual hace necesario que el país se aboque a una gran reconstrucción: la reconstrucción de las organizaciones sociales, única forma de tener verdadera participación en la solución de los intereses de la comunidad. Si no es así, Chile habrá sufrido un a apretón grado 15.
Por Luisa Bustamante
Egresada de Sociología, Universidad Arcis
Diplomada en Estudios griegos y Bizantinos, Universidad de Chile