El historiador Byrne Fone desmenuza la aversión hacia la diversidad sexual a lo largo de la historia de Occidente. Una mochila de prejuicios que aún pesan en Chile.
Era la última jornada de los Carnavales Culturales en Valparaíso. En el intertanto entre un grupo y otro sobre el escenario frente al Parque Italia, sonó la canción ‘Puto’ de Molotov. La multitud tarareaba el tema al igual como lo había hecho con varias canciones escuchadas durante la jornada, pero cuando el estribillo se anuncia con el ‘¡Puto! el que no brinque, el que no salte… ¡Puto! el que no brinque y eche desmadre…”; se escucha cantar a la multitud extasiada “Amo a matón, amo a matón… Mataría al maricón.. Y qué quiere ese hijo de puta?”.
Al igual que dicho acorde y en tan sutiles como variadas ocasiones la homofobia, definida como el pánico y odio irracional a las conductas sexuales diversas, pese a que no se reconoce abiertamente brota con fuerza. No en vano diversos estudios señalan que pese a la apertura reciente y el activismo de organizaciones de diversidad sexual, Chile es uno de los países más homofóbicos del continente.
Una encuesta hecha a población GLBBT el 2007 arrojó que ocho de cada diez personas encuestadas (84,4%) sufrió alguna forma de violencia debido a su orientación sexual o identidad de género. El 40% de dichas agresiones provienen de personas conocidas.
Y no se trata sólo de violencia psicológica o física, sino que la homofobia a veces proviene de instancias formales como ser echados de locales comerciales, la no aceptación por parte de bancos de sangre de donantes gays o el despido de algún empleo.
La homofobia es uno de los prejuicios más persistentes y generalizados en la cultura occidental, pese a la mayor apertura experimentada en las últimas décadas. Sus manifestaciones tienen un continuo desde el desprecio, la burla y la desconfianza, hasta el odio, la agresión física y el homicidio.
Dicha problemática es la que aborda Byrne Fone, catedrático de la City University of New York, en ‘Homofobia. Una historia’ (Océano), cuyas 600 páginas hacen un recorrido desde la Antigüedad para tratar de entender lo que el autor denomina “el último prejuicio aceptable”.
Un dato local: Las fuentes de maltrato físico y psíquico denunciadas es encabezado por los Carabineros con un 21,7 por ciento, la Policía de Investigaciones los sigue con un 12%, los servicios de salud un 15,8 por ciento y los guardias de seguridad marcan 14,5 por ciento- según la encuesta del 2007.
Lo cierto es que acá o en varias otras sociedades muchos justifican la risa fácil o el comentario insidioso como algo inherente a lo humano. “Mi suposición es que aun cuando la mayoría de los homófobos imaginan que la homofobia es un nombre intelectualizado para una antipatía innata hacia los homosexuales, ésta, no obstante, es un producto de la educación y socialización”- comenta Fone.
Fone intenta demostrar con su relato que la homofobia ha adoptado diversas formas y tiene muchos orígenes. Inventada, fomentada y apoyada a través del tiempo por la religión, gobiernos, la ley y la ciencia, “tiende a hacer una erupción con un veneno especial cuando las personas imaginan una amenaza para la seguridad de los papeles que representan los géneros, de las doctrinas religiosa o del Estado y la sociedad, o para la seguridad y la salud sexual del individuo”.
Fone ahonda en diversos momentos de la historia de Occidente y da cuenta de cómo la aversión hacia la diversidad sexual pasó de ser permitida y tolerada en la antigüedad a su expansión por el pensamiento cristiano en siglos recientes.
El repaso histórico permite además clarificar algunos mitos, como el que pese a que sociedades como la griega o la romana permitían las relaciones entre personas del mismo sexo, cualquier comportamiento afeminado era motivo de desprecio.
Fone además da cuenta de las calamidades asociadas con las prácticas homosexuales, como el pervertir la familia, corromper los estados, atraer catástrofes naturales o epidemias como castigo divino.
Se echa de menos de parte del autor un relato que incluya las experiencias sexuales diversas en culturas distintas a la Occidental, sobre todo cuando culmina su obra centrado exclusivamente en el proceso del movimiento gay de EEUU. Quizás tal lugar desde donde escribe también provoca una mirada esencialista respecto a una de las tantas prácticas sexuales posibles.
El Ciudadano