«Buscaba deseo desesperadamente»: el «viagra femenino», en primera persona

Amanda Parrish tiene 52 años, padece de trastorno del deseo sexual hipoactivo y es una de las 11 mil mujeres que participaron de los ensayos clínicos de flibanserina. Aunque los datos sugieren que los efectos de esta píldora superan por muy poco el efecto de un placebo, ella asegura que le devolvió las ganas de tener relaciones sexuales.

«Buscaba deseo desesperadamente»: el «viagra femenino», en primera persona

Autor: CVN
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Amanda Parrish tiene 52 años, vive en Nashville, la capital del estado de Tennessee, en Estados Unidos, y desde noviembre de 2005 sale con Ben, quien es su marido desde el 1° de diciembre de 2013. Juntos armaron una familia ensamblada que reunió a seis hijos de matrimonios anteriores. Ella es una de las 11 mil mujeres que participaron de los ensayos clínicos de flibanserina, conocida como el «viagra femenino», recientemente aprobado en Estados Unidos y que saldrá a la venta a partir del 17 de octubre bajo el nombre comercial de Addyi. Tras ser diagnosticada con trastorno del deseo sexual hipoactivo, se inscribió para participar de la prueba hace seis años y durante nueve meses tomó esta pastilla que, dice, le devolvió el deseo de tener relaciones sexuales.

¿Qué es lo que probó Amanda?

La flibanserina es un compuesto químico que actúa sobre determinados neurotransmisores del cerebro: aumenta la dopamina y la norepinefrina y disminuye la serotonina, lo que genera un incremento de la libido. Está dirigida exclusivamente a mujeres premenopáusicas que sufren dicho trastorno (la pérdida repentina de cualquier deseo de tener sexo) que, en Estados Unidos, representa a una de cada diez mujeres. Numerosos médicos llaman la atención sobre la gran cantidad de contraindicaciones y efectos secundarios de la pastilla, así como los datos que demuestran que supera por muy poco el efecto de un placebo.

Su aprobación es una forma de poner sobre la mesa los problemas de las mujeres vinculados al deseo femenino y a sus derechos de vivir plenamente la sexualidad. El «sexismo» fue, justamente, uno de los argumentos de «promoción» que usó el laboratorio Sprout Pharmaceuticals Inc. al sembrar la idea de que si había una píldora como el Viagra para los hombres, también debía existir una para las mujeres, por lo que varias asociaciones se sumaron al lema «Even the Score» (es decir, «equiparen los resultados»).

Pero… ¿Se trata de equiparar el tanteador, o de «normalizarlo», es decir, ajustarlo a la norma que supone que las mujeres casadas y en pareja deben sentir deseo por su marido? Es que otro de los cuestionamientos es el hecho de convertir a la pastilla en la solución «mágica» ante la falta de deseo. ¿El hecho de que «nos duela la cabeza» solo tiene que ver con nosotras o se da porque no somos bien estimuladas? ¿La pastilla viene a cubrir una necesidad de las mujeres o es una forma de satisfacer el deseo masculino de tener a una mujer «siempre lista»? ¿No tener ganas de tener relaciones sexuales es siempre un problema? ¿O es una llamada de atención frente a una relación que no está bien?

En primera persona

Volvamos a la historia de Amanda y su marido Ben. Durante los primeros tres años de relación, su vínculo sexual era bueno. «Teníamos relaciones excitantes y yo tomaba la iniciativa tantas veces como él, aunque estábamos limitados a los fines de semana por los horarios de nuestros hijos», cuenta Amanda a Entremujeres.

Al poco tiempo ella empezó a «hacerse la dormida» cuando él llegaba a la cama las noches que podían estar juntos, o ponía excusas, diciendo que estaba demasiado cansada. Amanda no encontraba ninguna razón para esa repentina pérdida del deseo sexual: «Yo amaba a Ben y me sentía muy atraída por él, mi salud física no había cambiado, mis hijos estaban creciendo y se estaban volviendo más independientes, mi trabajo estaba estable y nuestro vínculo emocional era maravilloso. Hablamos de todo… Excepto sobre sexo».

Amanda es miembro de la Convención Bautista del Sur, una iglesia protestante conservadora de Estados Unidos, por lo que creció muy cerca de la idea de que el sexo es solo para procrear y en un contexto en el que se suponía que las mujeres no debían hablar de «eso» y, mucho menos, que podían disfrutarlo. «Crecí frustrada, preocupada y triste. Pensaba que Ben iría a buscar a otra más amorosa o interesada ​​en el sexo, y la verdad es que me encantaba tener relaciones sexuales con él… Si él las comenzaba».

Hicieron terapia de pareja, pero no tuvieron los resultados que esperaban. «No era la raíz de mi problema. Ben me trató como una princesa, ambos estábamos cómodos con nuestra desnudez y practicábamos el amor romántico. Pero no importaba adónde me llevara, qué me comprara o cómo me halagara, no era suficiente para despertar mi deseo. Mi problema era del cuello para arriba, más tarde me enteré de que se trataba de un desequilibrio químico-biológico de los neurotransmisores en mi cerebro», cuenta.

Probó con testosterona, aunque «estaba aterrorizada por los efectos secundarios, como que me creciera más vello. También compré una medicina vudú por Internet que prometía un aumento de la libido, pero cuando me llegó me dio miedo de tomarla sin saber lo que tenía y sin haber sido aprobada por la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos)».

Ponerle nombre al problema

En 2009, después de preguntarle a su médico en dos oportunidades «qué era lo que estaba mal» con ella, encontró un folleto que anunciaba el ensayo clínico de flibanserina. Al leer las preguntas, fue coincidiendo con cada una de las consultas: ya no tenía interés en el sexo, ya no iniciaba las relaciones sexuales, se sentía molesta por la situación, su pareja se estaba resintiendo, y no tenía problemas físicos que se pudieran atribuir a la pérdida de deseo.

Después de un examen médico y una evaluación diagnóstica emocional completa (para descartar problemas de depresión o en el vínculo), le dieron un diagnóstico: sufría de trastorno del deseo sexual hipoactivo, que consiste en la ausencia reiterada y persistente de fantasías sexuales o interés para realizar algún tipo de actividad sexual.

No dejó pasar tiempo y se inscribió para participar de la prueba de la flibanserina, «la única opción de tratamiento que se encontraba en estudio y la única opción médica para mí. Yo estaba buscando desesperadamente deseo y estaba dispuesta a intentar cualquier cosa con tal de recuperar el nivel de interés que había tenido alguna una vez», narra.

Se sentía tan eufórica por las novedades que la charla de esa noche con Ben fue difícil. «Le dije ‘te habrás dado cuenta que no estuve muy interesada en tener relaciones sexuales, pero lo bueno es que no sos vos, es una cuestión médica y voy a participar del ensayo clínico de un medicamento para arreglarlo’. Ben se sintió aliviado, por no decir otra cosa, porque después me enteré que tuvo miedo de que yo estuviera viendo a otra persona, que ya no me sentía atraída por él o que él estaba haciendo algo para causar mi desinterés».

La prueba

Durante nueve meses Amanda tomó flibanserina cada noche antes de acostarse. «Fue como si un interruptor se hubiera encendido de nuevo, como si se hubieran reconectado los cables de la electricidad. Mi deseo regresó. Volví a tomar la iniciativa y nunca estaba ‘dormida’ cuando él venía a la cama. En definitiva, volví a ser esa Amanda de la que él se había enamorado cuatro años antes», dice a Entremujeres. «Tampoco me malinterpretes: no estaba cariñosa las 24 horas, no quería tener sexo todo el tiempo y no quería hacerlo con cualquiera. Simplemente volví a sentir deseo y eso puso nuestras relaciones sexuales en un nuevo nivel».

Es que lo que más le angustiaba a Amanda era no tener ganas de tener relaciones, ya que -según nos cuenta- la excitación nunca fue un problema para ella. «Si Ben tomaba la iniciativa, mi cuerpo respondía y podía alcanzar el orgasmo. Podía hacerlo físicamente, pero la mística y la maravilla de la situación me la perdía, no podía disfrutar de la experiencia completa. Además, como mi cerebro no quería sentir deseo, la mayoría de las veces no accedía a tener sexo, a pesar de que siempre me gustó tener relaciones con mi marido». Tal como explica el psiquiatra y sexólogo Walter Ghedin, «puede ocurrir que la mujer no sienta deseo e igual llegue al orgasmo, sobre todo, si se estimula el clítoris. En estos casos, la fisiología hace su parte: al tocar los genitales se provoca vasodilatación, lubricación y aumento de la sensibilidad de los labios menores y el clítoris, lo que puede detonar la respuesta orgásmica». Amanda dice que es como cuando tomás un café: «Lo primero que te tienta es el aroma de la preparación en tu nariz. Pero si no pudieras olerla, ¿esa taza de café sería tan buena?»

Uno de los puntos salientes de este medicamento es su gran cantidad de efectos secundarios. Tantos, que la FDA obligó al laboratorio que destaque los riesgos en el envase. Más de 10% de las mujeres estudiadas experimentó mareos, somnolencia, fatiga, insomnio o sequedad en la boca. Además, existen posibilidades de que esta droga provoque hipotensión o pérdida de la consciencia, que pueden agravarse si se toma alcohol u otros medicamentos. Consultada por este tema, Amanda aseguró que ella no experimentó ningún efecto secundario.

La importancia del diálogo

Esta mujer, que al momento de hacer la prueba tenía 46 años, narra que recién cuando fue diagnosticada y empezó a tomar la pastilla pudo empezar a hablar de sexo con su marido y sobre el papel que éste cumplía en su relación. Conversaron de sus gustos, sus miedos y sus preocupaciones. La toma de la droga les dio una excusa, un contexto para hablar de temas que hasta el momento no habían podido poner sobre la mesa.

«Este diálogo abierto nos mantuvo a flote durante los últimos 5 años, ya que no tuve acceso a la droga. Aunque mi trastorno está muy presente, por lo menos hablamos sobre el tema, él lo entiende y es paciente conmigo. Sin embargo, él reconoce que el 99% de las veces soy una participante obligatoria en lugar de una iniciadora dispuesta. Y eso nos hace sentir mal a ambos», cuenta Amanda, quien asegura que ya tiene turno con su médico para mediados de octubre para que le haga una receta.

En una entrevista con The New York Times, la doctora Lauren Streicher, profesora de ginecología y obstetricia de Northwestern University, habló sobre esto y opinó que el surgimiento de esta droga hará que, por primera vez, muchas mujeres se animen a hablar con los médicos sobre sus problemas sexuales. En el caso de Amanda la opción de tomar un medicamento le generó una apertura en torno al tema: pudo hablar con un profesional para hacerse los estudios que eran necesarios para diagnosticar el trastorno y ponerle nombre a eso que la hacía sentir mal.

Que estemos hablando de esta pastilla puede ayudar a la gran cantidad de mujeres que hoy consultan por su deseo sexual disminuido pero, sobre todo, a las que hasta ahora no se animaron a hacerlo y puede que se acerquen al consultorio. Los médicos podrán buscar con ellas las mejores alternativas para el tratamiento de su problema, más allá de la pastilla.

 

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