Le hicimos seis preguntas a María Luque, para que la dibujante nos cuente sobre algunos aspectos de su obra. Ella vive en Rosario, provincia de Santa Fe, en Argentina. Tiene 32 años y dibuja desde que era chica, desde que tiene memoria. Un día agarró los lápices y no los soltó más, si nos permiten la imagen.
María pasó por una escuela de arte, estudió algunos años y aprendió mucho, pero terminó abandonando. Empezó a tomar talleres con artistas que le interesaban y a hacer residencias, buscando formarse por fuera de las instituciones académicas. Desde hace algunos años, solo se dedica al dibujo y a la ilustración, y ahora también trabaja con historietas.
El año pasado terminó una novela gráfica sobre la vida de Cándido López, que esperamos que se publique pronto por estos lados, ya que, en principio, se publica en Francia. En dos meses sale un libro suyo, en serigrafía, impreso por Chocho y editado por Moebius, con una historieta corta que se llama Chamamé. Ahora está trabajando en una novela nueva, y haciendo también muchas cosas al mismo tiempo. A veces da talleres de dibujo, hace fanzines y trabajos de ilustración por encargo. Además, organiza un festival, en Rosario, con otras dibujantes, que se llama Festival Furioso de Dibujo y este año es su segunda edición. Asimismo, tiene otro proyecto que se llama Merienda dibujo, que ya va casi por su cuarto año: son encuentros con otros dibujantes, generalmente, en bares, donde hacen lo que más le gusta a María, según contó, comer y dibujar.
Los materiales que usa regularmente son lápices de colores, marcadores, acuarela y acrílico. «Uso muchos materiales —comentó—, pero lo que nunca cambia es el soporte del papel. Me voy encariñando con diferentes técnicas, según el momento. No tengo un color favorito, pero sí tengo colores a los que recurro mucho, especialmente el rojo y el amarillo. Me doy cuenta porque son los que se terminan más rápido».
No hace mucho trabajo de descarte, apenas empieza un dibujo, sabe si va a funcionar o no. «Suelo dibujar bastante rápido, nunca hago bocetos, voy directamente al papel. Me gusta que sea intuitivo, sentir que la mano está casi poseída y dibuja sola, no darle lugar a la cabeza para que piense tanto cada movimiento».
—¿A quiénes podés mencionar como referentes?
—Miro un montón de cosas, aunque creo que la mayor influencia es de la gente que tengo cerca, la gente con la que puedo juntarme a dibujar, como Powerpaola, Sofía Álvarez Watson, Amadeo Gonzales
y mis amigas del Festival Furioso, con quienes dibujo una vez por semana.
—¿Qué relación entabla tu obra con el mercado cultural?
—Hasta hace un tiempo, yo tenía otro trabajo y una especie de vida paralela, pero, en los últimos años, fui encontrando la manera de no depender de un trabajo que no me guste. Dibujo mucho y, afortunadamente, hay un montón de gente que quiere tener dibujos en su casa. Tengo dos galerías, Mar dulce, en Buenos Aires, y Ó!, en Portugal, que se encargan de vender mis dibujos. Yo siempre llevo conmigo una carpeta con originales, adonde vaya.
—Y con respecto a tu contexto, ¿qué relación hay entre tus dibujos y lo autobiografico?
—Creo que esa relación es un poco inevitable, siempre me gustó aparecer en mis dibujos. Hace poco, me acordé que, de chica, hacía autorretratos en hojas de cuaderno y los tiraba por el balcón de mi casa, esperando que la gente los encuentre y que quieran ser mis amigos (me aburría bastante dibujando sola). Me gusta dibujar las cosas que me pasan porque es como volver a vivirlas, pero más lento. Elegir la ropa de cada personaje, pintar los muebles, pensar cada diálogo, todo eso son horas de estar sentada enfrente del papel. Me gusta, también, que en el dibujo puede pasar lo que yo quiera, no siempre todo es igual que en la vida real.
—¿Qué buscás expresivamente?
—Me doy cuenta de que disfruto mucho cuando logro simplificar el dibujo al máximo. Hace varios años pintaba y yo quería que mi mano fuera como un plotter, que no hubiera registro del trazo. Eso me enloquecía y, realmente, no disfrutaba nada el momento de pintar, era puro sufrir. Por suerte, pude escapar de eso y, al momento de dibujar, intento disfrutarlo y que no sea una tortura. Si mancho un pedazo de hoja con mate bueno, puedo hacer una palmera ahí que lo tape, o si la cara de alguien sale medio deforme no voy a intentar rehacerla hasta que quede perfecta, porque sé que no puedo dibujar perfecto. El virtuosismo no me conmueve mucho, prefiero que el dibujo sea simple.
—¿Qué pensás sobre el lugar que en tus obras tiene el humor y la crítica?
—Creo que no me doy mucha cuenta de cómo funciona eso. No estoy pensando mientras dibujo «esto va a ser gracioso», pero sí es algo que sale medio intuitivamente. La novela sobre la vida de Cándido transcurre durante la Guerra del Paraguay, no se me ocurre nada más triste y terrible que una guerra. Sin embargo, no quería que el libro fuera muy solemne y, de alguna manera, terminó teniendo mucho humor. Me sale de esa forma, en los dibujos y, en la vida real, también.
—¿Qué opinás sobre la etiqueta «naif»?
—No soy muy buena con las etiquetas, no sabría qué decirte. Me da risa cuando me dicen que mi trabajo es «infantil», yo lo veo bastante alejado de eso. En mi dibujo, suele haber cosas medio terribles o crueles, o animales que comen gente, o gente muy borracha, o personas desnudas, o sexo al aire libre. Que el dibujo sea simple y colorido no significa que sea ingenuo.
Aquí la página personal de la artista, para ver más de sus obras.