Viajábamos en el subte línea B, en la capital porteña, que, a las 19 hr. —horario pico—, iba que estallaba. «¿Lo conocen a Víctor Heredia?», preguntó un morocho, que se tambaleaba, por el vaivén del tren, acaso por algún estupefaciente. «La canción que voy a regalarles es de Víctor Heredia», dijo. El cantante apeló a la autoridad y, de a poco, se fue ganando la simpatía del vagón. No sobresalía por la educación de su voz, sino por una gracia honesta y directa.
Este personaje, cuando terminó de cantar «Bailando con tu sombra», preguntó si conocíamos dicha canción. Hace poco la popularizó Abel Pintos (se la suele ubicar como «Alelí»). Todos respondieron que sí. «Bueno, ahora les voy a contar la historia». «¿Vos la sabés?», interpeló a una oficinista que levantó la mirada de la pantalla del celular para responderle que no.
Aparentemente, Víctor Heredia visitó una cárcel, donde conoció el relato de un prisionero que, todas las noches, encerrado en su celda, bailaba solo, abrazando el aire. Decía el recluso que, en las horas de oscuridad, lo visitaba su amor, la mujer que había sido lo más valioso de su vida, a quien, en un arrebato de celos y furia, asesinó.
Esta noche quiero que bailemos otra vez
la canción que el viento nos cantaba en el ayer.
Ya sabrá el infierno cómo hacer para aceptar
que baile en mi celda con tu sombra sin parar.
Cómo he podido matar
a quien me hacia soñar…
Mientras el morocho contaba esta historia histriónicamente, miraba a la oficinista. Cuando terminó el relato, le preguntó «¿Te sorprendí, eh? No te la sabías a esta…». Así se compró a la muchacha, que, para entonces, ya había guardado el celular y preparaba su aporte para la cantante y sonante gorra del artista callejero.
«Yo sueño con cantar. Trabajo en el subte, porque amo cantar y, por ahora, solo tengo público acá. Es difícil seguir los sueños. Yo siempre supe que quería cantar, pero de chiquito no hubiera sabido que iba a terminar acá. Pero mientras tanto está bueno, ¿no?», comentó el cantante, mientras introducía su «gracias y espero no haberle ocasionado molestias».
Son innumerables las historias de artistas que empezaron así, hasta que tuvieron la buena suerte de cruzarse con un productor, algún head hunting diligente. Sin ir más lejos, hace poco publicamos la historia similar de Benjamin Clementine.
Por lo demás, habría que determinar qué es tener éxito hoy en día y cuánto importa el talento personal. Muchas veces no basta con ser audaz e imaginativo para ser exitoso. Y, después, está el hecho de que una cosa es ser exitoso, y otra distinta, ser famoso. En el caso de Víctor Heredia, por ejemplo, fue determinante el azar que lo enfrentó con la historia del preso, pero ¿qué hubiera sido de ella sin el trabajo premeditado del músico?