Contra la idea tradicional de definición, donde se busca especificar la característica esencial de una cosa, Ludwig Wittgenstein sugirió en sus Investigaciones Filosóficas que aquellas cosas que llamamos por el mismo nombre están conectadas por una serie de similitudes y coincidencias que se traslapan, sin haber un solo rasgo común a todas ellas. En un ejemplo que se ha tornado famoso en la filosofía del lenguaje, Wittgenstein pregunta cómo sabemos que una actividad determinada es un juego. Sin necesitar una definición, dice Wittgenstein, resulta que podemos usar la palabra correctamente, y decir qué es un juego y qué no lo es; vemos (intuitivamente) el parecido de familia entre el ajedrez, el bridge, las escondidas y el solitario, aunque ninguno de ellos comparta todas las características que podrían mencionarse como definitorias: competitividad, placer, respeto a ciertas reglas… Un punto fundamental aquí es que el uso de las palabras está atado al contexto y no puede disociarse de él. Surge de formas de vida y modos de ver el mundo, por lo que sin entender estas formas o estos modos difícilmente entenderemos qué cabe en una palabra y qué no.
Con esto en mente, me parece que el proyecto de ley que busca convertir las jineteadas patagónicas en deporte nacional se inserta en una forma de vida y un modo de ver el mundo donde el maltrato a animales todavía se considera deporte, y donde se reviste lo supuestamente tradicional con un manto de corrección e inviolabilidad – como si agregarle este adjetivo a algo lo hiciera mejor o preferible a sus alternativas no tradicionales. Uno de los autores del proyecto, el diputado DC por Aysén Iván Fuentes, dice en su página web que ésta es una “fiesta donde se dan cita la destreza del jinete y la fuerza del pingo, pero además el arte, la cultura, la artesanía local.” El otro autor, el diputado DC por Magallanes Juan Morano, recalca que, de convertirse en ley, las jineteadas “se van a poder practicar en todo Chile, y las organizaciones van a tener mayor facilidad a la hora de pedir permiso y financiamiento público.”
El proyecto, que ya fue aprobado por seis votos a favor y una abstención en la Comisión de Deportes de la Cámara de Diputados, hoy espera ser discutido en la Sala y ser votado por el Senado durante septiembre. Ante esto, varias organizaciones pro defensa de los derechos animales han alzado su voz de preocupación, y ya pusieron en circulación una lista de firmas en contra de la iniciativa.
Volviendo a Wittgenstein, creo que en esta discusión lo que hay que atacar es tanto la comprensión de lo que es maltrato como de lo que es deporte, y de lo que tiene de especial (o no) la tradición. Además, algo hay que decir acerca del carácter nacional de esta propuesta que, de aprobarse, será financiada por todos los chilenos.
Lo que se busca legalizar aquí es un tipo de actividad que, si bien puede haberse considerado normal en un cierto contexto histórico (inicio de la actividad estanciera, soledad de los trabajadores, falta de sensibilidad y de información científica respecto al sufrimiento animal) ya no tiene justificación. He escuchado de algunos que buscan aprobar el proyecto que “el caballo de la jineteada es menos maltratado que el novillo del rodeo”. O sea, se reconoce el maltrato, pero se da el consuelo de los tontos: ¡los animales protagonistas del rodeo lo pasan peor! Al revés, ¿no debería ser ésta una razón para prohibir el rodeo en vez de aprobar las jineteadas? Otros simplemente no ven maltrato en domar a un potro a punto de golpes, patadas, chorros de agua fría y fuerza bruta. Se presenta como poesía y arte una subyugación obligada y sometimiento innecesario del animal a estrés. Para peor, se presenta el espectáculo de la jineteada como una actividad familiar, perpetuando así en nuestros hijos la creencia de que azotar al vecino es malo, pero azotar a un caballo es deporte. Si queremos una sociedad cuya forma de vida sea más compasiva y comprensiva con el sufrimiento de otros (humanos y no humanos), deberíamos dejar fuera de la categoría deporte todo aquello que implicara abuso de fuerza y daño a otros, cuando este potencial daño no es mutuamente consensuado (como sí lo es, por ejemplo, en el caso del boxeo).
El otro argumento de quienes promueven las jineteadas es que son una actividad arraigada en la cultura local, que se ha hecho toda la vida. Para empezar, toda la vida debe entenderse aquí como 150 años o menos, que son los que tiene la cultura estanciera en la Patagonia (hasta donde sé, no tengo antecedentes de que los Selknam hayan jineteado a los guanacos y, aunque lo hubieran hecho, tampoco le daría más peso al argumento). Para seguir, la violencia intra-familiar, la conducción bajo los efectos del alcohol y la tenencia irresponsable de mascotas también son prácticas arraigadas en nuestra cultura local. ¿Las convertimos también en deportes nacionales? El argumento de que lo tradicional es bueno, por sí solo, es tan malo como el argumento de que el Iphone 6 será mejor que el 5.
En cuanto al carácter nacional de la iniciativa, me parece preocupante que los impuestos de los chilenos terminen financiando este tipo de actividades. Si lo que se quiere es preservar al gaucho patagónico, mejor que el dinero se invierta en capacitarlos en la técnica de susurro a los caballos, que usa el amor en vez del chicoteo. Esa sí que sería una linda postal y una buena manera de promover a nuestra región en Chile y el mundo: gauchos susurradores de nueva generación surcando la pampa.
Por último, si bien no menos importante, en su apuro porque el proyecto sea aprobado, el diputado Morano calificó de “ofensa a los magallánicos” la posición del diputado independiente por la región, Gabriel Boric, que retiró su inicial patrocinio al proyecto luego de revisar antecedentes de maltrato animal durante las jineteadas. Si le sirve de consuelo, Diputado Boric, a mí como magallánica no me ofende nada (al contrario, me tranquiliza) que nuestra región tenga representantes capaces de enmendar sus errores a tiempo y no persistir en ellos por honor mal entendido. Además, me parece anti-democrático por parte del diputador Morano meter a todos los magallánicos al saco de partidarios de las jineteadas sin haber tenido una discusión previa al respecto.
En resumen, amarrar a un caballo a un palenque para luego pegarle hasta lograr taparle los ojos, ensillarlo y montarlo por la fuerza no debiera ser considerado como un deporte, y y menos debiera ser financiado por todos los chilenos. Es de esperar que diputados y senadores se informen, piensen y se pongan no sólo en los zapatos del jinete sino también en las herraduras del caballo antes de votar este proyecto.
http://alejandramancilla.wordpress.com