Premios Nacionales y su trascendencia en la vida pública del país

Estas últimas semanas han sido dados a conocer los nombres de los premios nacionales, que en su versión 2015, honraron a personalidades del mundo de las Ciencias Exactas, Humanidades y Ciencias Sociales, Artes Plásticas, Ciencias de la Educación, Periodismo, Artes de la Representación y Audiovisuales

Premios Nacionales y su trascendencia en la vida pública del país

Autor: Carlos Montes

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Estas últimas semanas han sido dados a conocer los nombres de los premios nacionales, que en su versión 2015, honraron a personalidades del mundo de las Ciencias Exactas, Humanidades y Ciencias Sociales, Artes Plásticas, Ciencias de la Educación, Periodismo, Artes de la Representación y Audiovisuales. Llama profundamente la atención de este columnista, la unanimidad que existe en distintos ambientes, medios y circuitos académicos, acerca de quiénes resultaron favorecidos por el jurado en labor de sus trayectorias, méritos, originalidad, aportes y trascendencia al país. Tras los diferentes fallos y trayectorias de estas personalidades, se advierte de manera positiva la vigencia y actualidad que todos poseen porqué y han sido reconocidos.

En términos históricos, el origen e implementación por parte del Estado del “Premio Nacional”, estuvo ligado y destinado el ámbito literario, y así apoyar económicamente a escritores que en general llevaban una vida modesta, estrecha y sin ningún tipo de leyes previsionales. La ley fue promulgada en 1942 por Juan Antonio Ríos y con el tiempo la entrega de estos galardones y sus estímulos económicos, se hizo extensiva a otras disciplinas hasta 1969, momento en que fueron incluidas las Ciencias.

            En ese sentido cabe preguntarse bajo qué parámetros o con qué criterios, se reconoce o no, la excelencia de cierto tipo de personalidades que la hace merecedora de convertirse en premio nacional. Por una parte, nos habla de la importancia de advertir la excelencia y el aporte con el que su quehacer abre y plenifica cierta panorámica de su expertiz, pero también nos devela de cómo esa creatividad, intensifica el desarrollo del saber que cultiva, sea ciencia o arte. Dicho reconocimiento, va de la mano y hermanado bajo la importancia de saberse investigador, cultor o incluso interrogador de nuestra propia realidad, de invertir los sentidos y ser capaz de dar la vuelta de giro necesaria para reflexionar y repensar ciertas cosas. En ese sentido, en sociedades como la nuestra, donde aún no existen empresas o instituciones capaces de demandar conocimiento tecnológico, científico o incluso profundizar acerca de la labor artística de manera permanente, se evidencia la ausencia de universidades donde el quehacer investigativo prevalezca y no sea sólo el eslabón, sino el engranaje que encadene una serie de competencias en un largo plazo. En el fondo, autoestimiular el desarrollo nacional sobre la base de más y mejor ciencia, más y mejor historia, más y mejor tecnología, de ser capaces de diseñar y apostar por una visión distinta y crítica tan alto como podamos.

Pero entonces, ¿qué hace Chile por sus premios nacionales?, ¿Para qué estamos entregado estas distinciones? Efectivamente el premio reconoce una trayectoria. En ese sentido, prestigio y reconocimiento económico no deberían ser el fin del concurso, sino un medio para potenciar y aumentar la intelectualidad, la capacidad creativa de cada premio nacional, así como también una manera directa de reconocer que se hace necesario su pensamiento y reflexión como parte de carencia nacional en aumento.

Orientar el reconocimiento y el estímulo de estos premios en función de su posible retribución y convertirse así en parte de comité de reales expertos o consejeros ministeriales, pareciera ser una plausible y real salida a quienes con sus faros han iluminado terrenos en sombras del conocimiento nacional. Esto generaría no sólo una pirámide más efectiva de conocimiento e investigadores encadenados y en potencia, sino también les permitiría abocarse a trabajar de una manera empírica y real en las necesidades del país, contribuyendo en una vía directa entre política pública e investigación. Es importante recordar que Santiago no es Chile, y que la presencia de ellos en regiones puede ser capaz de ilumuninar y apoyar con charlas a quiénes ni siquiera han tenido la oportunidad de conocer la capital del país, de conectarlos con parte intrínseca pero omitida de nuestro Chile.

Nuestro país se caracteriza por tomar en cuenta la opinión de expertos, e inclusive aceptar con orgullo la consultoría de paneles externos, ¿Porqué no demandar ese rol, de manera activa y de manera permanente de parte de quienes reconocemos como lo mejor de lo nuestro?. En definitiva, ¿cómo potenciamos y seguimos premiando a nuestros propios nobeles, si no somos capaces de integrarlos, reconocer y solicitar sus aportes en el mundo público y privado?.  Si el premio fuese reformulado, una forma directa de estimular y mantener activos a nuestros premios nacionales, podría ir de la mano de solicitar sus competencias al servicio de Chile, levantando desafíos prioritarios, demandando y orientando su labor en potenciar nuevos laboratorios, centros de observación y trabajar así en soluciones concretas a resolver problemas específicos; en el fondo, potenciar que su inteligencia sea puesta al servicio de Chile y no sólo laureada. No podemos permitir que el premio se transforme en una suerte de homenaje en vida, de creer que se trata de una carta de jubilación anticipada o un desahucio a quienes ni siquiera están cerca de partir, y mucho menos en un concurso de belleza, que cuando se elige a la “próxima belleza”, ya nadie recuerda quién entregó la corona.

Hugo Ramos Tapia

Licenciado en Historia

Estudiante Magíster en Historia y Gestión del Patrimonio Cultural


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