Una vez, Piazzolla lanzó una opinión terminante: «El tango ya no existe. Existió hace muchos años atrás, hasta el ‘55, cuando Buenos Aires era una ciudad en que se vestía el tango, se caminaba el tango, se respiraba un perfume de tango en el aire. Pero hoy no. Hoy se respira más perfume de rock o de punk. El tango de ahora es solo una imitación nostálgica y aburrida de aquella época».
El baile y la música cayengue nacieron en prostíbulos, en los que se encerraban los hijos de la oligarquía porteña de fines del siglo XIX, según opina el Dr. Gustavo Varela. La danza, el abrazo doble —con brazos y con la pelvis—, se inició con los movimientos del hombre que quería meterse entre las piernas de la mujer. Y la música surgió de ejecutar, reiteradamente, los mismos compases, que, madrugada tras madrugada, se fueron fijando. Así aparecieron los primeros tangos, titulados en estos prostíbulos: «Tocate “Afeitate el 7, que le 8 hay fiesta”», «Tocate “Vaselina en punta”», dos temas de aquel entonces.
Dicho en pocas palabras, el tango fue el tono de una época: era la música que se silbaba mientras se cocinaba o se viajaba al trabajo; era la música que se bailaba; era el código en el que se pensaba. El tango era, en definitiva, una forma de vivir. Ese tango terminó con la primera mujer que se subió arriba de una silla, en minifaldas, y se soltó el pelo, mientras bailaba el rock, en la década del sesenta.
Hoy en día, muchos hablan del tango como signo de la identidad nacional argentina, pero, al respecto, hay tres cuestiones para repensar: ¿se tiene en cuenta el origen prostibulario y la carga sexual de esta danza?, ¿se trata de un fenómeno de la totalidad del país o circunscripto a la Capital?, y, por último, ¿sigue vivo eso que llamamos «tango»?
Hoy en día, el tango es un producto mercantil que se sublimó y se estilizó. No se lo camina como se lo caminaba, se hacen acrobacias, se lanzan patadas al aire. Se trata de un tango escenografiado. No se lo siente como se lo sentía antes —no hablamos en términos cuantitativos, sino cualitativos—. La experiencia es otra: hay encuentro, pero no necesariamente sexual.
En las provincias, incluso en la provincia de Buenos Aires, el tango no es la música popular y no representa a una mayoría. Por eso, cuando se dice que el tango es la música nacional, se está falseando la realidad. Por un lado, popular es la cumbia; por el otro lado, la capital porteña es una parte y no el todo.
Verónica Márquez, organizadora de milongas, opina que el tango, en la Ciudad de Buenos Aires, perdió su identidad. En cambio, propone que, a medida que te alejás de la urbe, el tango se conserva mejor en su esencia. De este modo, se revierte la idea tradicional: el tango tiene un origen porteño indiscutible, pero parece que, en la actualidad, se conserva con más fidelidad en las provincias.
Fernando San José, profesor de baile, declaró que «El tango no es popular. Los extranjeros vienen a la Argentina pensando que van a encontrar tango en cada esquina y eso es mentira. Cuando nosotros vamos al extranjero, nos dicen “Ah, argentino, ¡bailate un tango!”, pero el 99% de los que viajan no sabe bailarlo».
En conclusión, el tango se transformó en un producto comercial que dejó de lado la carga sexual de su primer tiempo; es un baile esencialmente porteño, pero mejor conservado en el interior del país, aunque no es la música popular del país; y, si se transforma, es porque sigue vivo.