Donald Trump, populismo de derecha en y la crisis de las élites

(El pueblo estadounidense contra la sociedad estadounidense)

Donald Trump, populismo de derecha en y la crisis de las élites

Autor: Leonel Retamal

jose daniel llorentiSin lugar a dudas, el fenómeno Donald Trump ha despertado interés en diversos círculos sociales y políticos en todas partes del mundo, tanto para acusarlo de ser una representación ociosa y pueril de la peor versión de la sociedad estadounidense, como de ser un tipo peligroso para la paz mundial y los intereses de Latinoamérica. Con cierta fraseología racista y xenofóbica, además de misógina y trágica este personaje se dio a conocer en la carrera política por representar al Partido Republicano en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, mismo que oscila entre la línea de lo risible y lo perverso y entre el bufón que llama la atención con cierta megalomanía y el caudillo de extrema derecha que rememora aquellos discursos grandilocuentes de los fascismos del siglo XX en Europa.

Sin embargo, detrás de este fenómeno mediático y político, y de este show por llegar a la silla presidencial en Estados Unidos, existen tres factores fundantes que explican el advenimiento y el ascenso de un líder con estas características: primero las repercusiones políticas post-crisis económica del 2007¬-2008 y la perdida de liderazgo económico y político por parte de Estados Unidos a escala mundial, segundo una crisis de las élites plutocráticas del país del norte que se manifiesta en la secularización política de sus interés, y finalmente, la necesidad de construir nuevamente un pueblo estadounidense, es decir, de volver a nombrar qué es ser pueblo en Estados Unidos y que no lo es, lo que sin lugar a dudas, impele a pensar en cierto populismo y en ciertas prácticas populistas y neofascistas que se están suscitando actualmente en el país más poderoso del mundo.

En primer lugar tenemos las repercusiones políticas de la crisis económica que se suscitó entre los años 2007-2008 y que tiene sus secuelas hasta estos días. Toda crisis económica sea local o sea internacional acarrea una posterior crisis política, esto quiere decir que toda crisis de necesidades acarrea un cambio de percepción epistemológica y cognitiva, en otras palabras, cuando nuestra base material se ve menoscabada también así se verá nuestra conciencia y por supuesto también nuestras percepciones de libertad, justicia, democracia, etc. En el particular caso de la economía estadounidense y en relación a su sistema político existen múltiples mediaciones que evitaron y amortiguaron que tal crisis económica inmediatamente repercuta en su sistema político, por lo cual recién con la postulación de líderes políticos conservadores como Donald Trump es posible visualizar que existe una crisis de representatividad y de satisfacción de necesidad en Estados Unidos. Con un 18% de preferencia del electorado frente a un 15% de preferencia por el exgobernador de Florida, Jeb Bush y un 10% frente al Gobernador de Wisconsin, Scott Walker, Trump encabeza las encuestas para representar al Partido Republicano actualmente.

Las cifras de crecimiento económico en Estados Unidos no son alentadoras, tras haber tenido un crecimiento económico del 0,2% en el primer trimestre de este año y mantener una tasa de desempleo de un 5,5%, viene a la cabeza la pregunta de ¿Cómo es posible reducir el desempleo y tener niveles de crecimiento económico casi nulos? Pues, la respuesta va por una caída en términos de productividad, lo que quiere decir que en los próximos años, el desempeño de la economía estadounidense sería paupérrimo o muy bajo. La crisis la economía estadounidense tuvo muy pocos focos de repunte y de crecimiento económico en los últimos años, con balanzas comerciales negativas, crecimientos pequeños o negativos del PIB, y también, aumento en gastos de defensa para sostener sus múltiples bases militares en todo el mundo y apoyar a derrocar gobiernos que no comulguen con sus intereses, como también continuar con la intervención militar en países como Afganistán o Irak.

Con estos precedentes la crisis económica estadounidense (y mundial también) creó las condiciones para que sé que suscite la crisis política que actualmente atraviesa el país del norte, también relacionada con el advenimiento de China como principal economía en el mundo y el empoderamiento de países como Rusia. De esta manera podríamos entrar al segundo elemento de análisis que sería la crisis de las élites plutocráticas en Estados Unidos.

Cuando hablamos de una élite plutocrática en Estados Unidos, hablamos de una élite política y económica que domina todos los hilos (o la mayoría) del sistema político estadounidense; hablamos de que es un gobierno donde gobiernan personas que tienen un poder económico considerable y que son los benefactores más grandes de las políticas económicas que son llevadas a cabo en ese país. Con la crisis económica de los últimos años, esta élite (sin dejar de ser millonaria) se vio en el entredicho de gobernar ellos mismos el país o seguir dejando que lo hagan personeros suyos, tan simple como aquel empresario de restaurantes de comida rápida que tiene administradores y gerentes que se hacen cargo de cada uno de sus negocios, pero cuando llega la crisis debe ser él mismo quien vaya a solucionar los problemas de sus empresas. Este es el caso de Donald Trump.

Este millonario excéntrico, con una fortuna que supera los 10.000 millones de dólares, es parte de esta élite plutocrática que al notar que sus personeros (sean representantes o senadores e incluso presidentes) no pueden continuar reproduciendo de manera óptima su lógica de enriquecimiento y de acumulación de capital, se vio en la necesidad de “secularizarse” y bajar del cielo a ver qué pasa ahí abajo en ese sistema político y económico que tantos réditos le brindó en el pasado y ser él mismo quien dirija los hilos de ese país, que en otrora lo hubieron realizado políticos profesionales.

Esta secularización de las élites, este decir “tendré que hacer yo mismo el trabajo”, es parte fundamental de lo que se denomina la crisis de las élites políticas en un país o una región y es una consecuencia de la crisis económica precedente.

Con todo esto dicho, entramos al último elemento de análisis: el populismo. La definición de lo que puede denominarse como populismo es vacua y ambigua, es también, poco precisa, parece ser más bien una especie de comodín para clasificar a cualquier gobierno que no comulgue con los intereses del que lo califica como populista.

Calificaciones tradicionales de lo que es el populismo lo caracterizan como una forma de gobernar y no así como una ideología política per se, el populismo estaría caracterizado por tener un líder carismático, un caudillo, que fue llevado al poder por sentimientos y emociones más que por razones democráticas, asimismo este líder debe saltar las normas e instituciones para satisfacer de maneras dadivosas y clientelares a ese pueblo que dice representar y también debe tener un desprecio por las élites gobernantes de un país, asimismo, el populismo (en este tipo de definición) es categorizado como un momento histórico que precede a la construcción de una institucionalización democrática moderna o también como una perversión de la misma.

Este tipo de definición quedó corta ante las múltiples caras que el populismo tomó en su historia, así también, porque mantiene ciertas connotaciones sustancialistas y metafísicas que siguen reproduciendo las dicotomías occidentales más básicas y modernas como razón/sin razón, desarrollo/no desarrollo, etc., e incluso cierta matiz teleológica al calificar al populismo como una fase previa a la construcción de una democracia moderna o al calificar al populismo como la representación de la irracionalidad política.

Sin embargo, para este escrito, tomaremos una definición de populismo más amplia y que demuestra mayor profundidad de análisis, que es la que elaboró Ernesto Laclau. Este autor categoriza al populismo (sea de derecha o de izquierda) como la construcción de lo que es un pueblo, es decir, que se vuelve a significar la denominación de lo que es un pueblo en una determinada sociedad a partir de la construcción de una frontera política que divide a los sujetos de una sociedad entre lo que significa ser-parte-del-pueblo y lo que no es ser parte del mismo, sin embargo, esta división no es totalmente arbitraria sino que está condicionada en base a ciertos elementos que forman una cadena de equivalencias. La cadena de equivalencias no es otra cosa que las demandas democráticas que tienen determinados sujetos en una sociedad y que encadenan sus demandas particulares hasta construir una general (que no es otra cosa que un particular convertida en hegemónica, en general o en palabras de Laclau en conceptual).

{destacado-1}  La construcción de lo que es un pueblo va determinada por su antípoda, por lo que no es un pueblo, digamos, pueblo somos todos los trabajadores de este país, anti-pueblo, serían las grandes oligarquías de este país, por poner un ejemplo sencillo de una populismo de izquierda. Esta significación de lo que es ser-pueblo viene construida por las demandas históricas y materiales que caracterizan a esos sectores particulares de la sociedad que buscan ser hegemónicos, esto quiere decir, volver sus intereses particulares en generales.

Para complementar lo anteriormente dicho, tenemos lo que Laclau denomina Significante Vacío, que quiere decir algo que es imposible pero que es necesario, es algo que no tiene un significado en particular sino que tiene muchos significados y que toma la significación de alguno de ellos o de muchos de ellos dependiendo el rol hegemónico y la correlación de fuerzas en una sociedad dada, la palabra libertad o democracia son significantes vacíos según Laclau.

La construcción de una cadena de equivalencias está relacionada con el Significante Vacío, debido que éste es el elemento fundante que impele sentido a toda la cadena de equivalencias, es decir, que toda construcción de hegemonía, toda pugna por la construcción del pueblo tiene su sutura en la significación de lo que puede ser libertad o democracia por ejemplo, toda construcción de una lógica populista de gobernar, necesariamente acarrea la construcción de nuevos significantes vacíos, es decir, pugnar el sentido de lo que puede denominarse democracia, justicia, libertad, etc.

Según Laclau y rompiendo con la forma teleológica de ver al populismo, éste no sería una etapa histórica sino que sería más bien una posibilidad latente de articulación política en cualquier sociedad actual.

Con estas cortas definiciones podemos decir que el advenimiento de alguien como Donald Trump en Estados Unidos sería el advenimiento del populismo de derecha en el país del norte. Como señala Laclau citando a Kain, “hasta 1940 la noción de populismo conservador era un oxímoron”. Sin embargo, no sería la primera vez que en Estados Unidos se construye un discurso populista de derecha; en los 50s con la cruzada macartista contra el comunismo se fue creando un discurso populista de derecha (cuasi-fascista) contra los movimientos de izquierda en occidente, cánones discursivos que ahora se repiten de la mano de alguien como Trump.

En las últimas semanas vimos como Donald Trump creó un enemigo del pueblo, empezó a decir que no son pueblo, que son lo periférico, lo sucio, lo criminal a los mexicanos que cruzan la frontera, al mismo tiempo que atacó a sus propios contendientes republicanos por hablar en español y no ser lo suficientemente patriotas en su país, de esta manera creó la primera frontera política que permite dilucidar un discurso populista de derecha, es decir, ya enarboló lo que puede ser considerado como pueblo a los estadounidenses que hablan inglés, que son legales, y que representan el éxito del sueño americano, y calificó como no-pueblo a todo lo foráneo migrante latino no productivo.

Esto viene de la mano de una demanda democrática de la misma sociedad estadounidense sobre los problemas de desempleo y la crisis económica del país del norte. La construcción de las cadenas de equivalencia o la absorción de las demandas particulares y democráticas de la sociedad civil de Estados Unidos, vienen de la mano de la construcción de un significante vacío, que Trump lo dijo como slogan de campaña “Make América Great Again”, que llama a pensar en un pasado perdido nostálgico y también en la búsqueda de grandeza.

Este slogan, impulsa a pensar que el país que en otrora exportaba democracia y era un ejemplo a seguir en preceptos democráticos se encuentra de caída (algo que es de alguna manera real) y que ha perdido el liderazgo, lo que significaría haber perdido la posibilidad de ser la representación de los valores más conspicuos de la sociedad moderna, entre ellos la justicia, la libertad y la democracia, justo los significantes vacíos por definición. Pero esto no es todo, esta construcción de un discurso populista conservador, se encuentra enraizado a una crisis de las élites tradicionales, lo que da a pensar la construcción de nuevas élites que estén exentas de las taras de las anteriores, es decir, una limpieza de la sociedad estadounidense, un discurso cuasi-fascista en pocas palabras.

Se puede añadir mucho más a este tópico, sin embargo creo que hay que esperar un poco más para dar un veredicto, si, en efecto, el populismo de derecha (cuasi-fascista) toma las riendas del gobierno más poderoso del mundo o si el sistema político estadounidense se impone a esta corriente populista conservadora que viene a galope. Para concluir, es menester recalcar que después de la crisis económica de los años 30s en Estados Unidos y en el mundo en general, se presentaron los gobiernos fascistas de España, Italia y Alemania, con la misma construcción discursiva que la que ahora se presenta en los pasillos de los lobbys empresariales y en las reuniones políticas entre expertos estadounidenses.


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