Cada vez que me siento a escribir una nota de esta serie llego a un inevitable y poco sensual conflicto: hay tanto CSM en Chile que se me agolpan las ideas y me cuesta decidir de quién escribir. La lista de CSM pendientes para futuras notas ya suma más de veinte joyas de la historia nacional, y créanme, todos tienen méritos más que suficientes para venir a decirles “hola” por estas páginas virtuales. Sin embargo, siempre hay uno que lidera la tabla de posiciones y, si estuviéramos jugando la Polla Gol, todos lo marcaríamos como ganador seguro. Primero fueron Vicente Benavides e Inés de Suárez, y hoy toca el turno de Julius Popper.

Antes de seguir, me tomaré la licencia de hacer una breve reflexión. Desde chicos, cuando estábamos en el jardín y nos pedían representar a diferentes personajes loquillos de nuestra historia patria para efemérides más, efemérides menos, a veces a un cabro le tocaba ser español y a otro un indígena. No pocas veces el español era el pergenio con piel “más clarita” y al morenazo del curso le caía el rol de algún legendario toqui, y también no pocas veces ese cabro chico reclamaba porque “no quería ser el indio”. ¿Qué hicimos mal en Chile para sentir tanta vergüenza de ser indígenas, o de siquiera identificarnos con estas nobles tribus?

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Porque claro, es choro andar predicando en Facebook sobre la tierra, el sol, las energías e inciensos reculeques. También están los que dicen “qué noble todo eso en lo que creían los monos de Avatar”. Pero anda a decirles que los indígenas chilenos también tienen una cosmovisión llena de amor por la tierra y los elementos, además de una tonelada de leyendas y mitología maravillosa; te tiran los platos por la cabeza. Imposible, porque esos queman camiones, se lo pasan tomando, andan hediondos en la micro y mean en la calle. Y ese odio parido no es solamente un prejuicio que pasa de generación en generación, produciendo sesgo y dolor en nuestro esbozo de sociedad hecha a la fuerza. Este discurso de que “los indios son unos brutos y andan puro dejando la cagada” viene de mucho antes.

Y entre todos esos responsables de iniciar la cultura del odio a los pueblos originarios en Chile hubo un pastel que, si tuviéramos que elegir al más grande CSM responsable de exterminar indígenas en Chile, estaría peleando entre el bronce y el oro.

Los na’vi selk’nam: la cultura milenaria que ya no fue

Aproximadamente desde el año 6.000 antes de Yisus existió en la porción norte y central de la zona que hoy conocemos como Tierra del Fuego un pueblo indígena que deja a los orcos de Warcraft como niños de pecho: los selk’nam. Los hombres eran muy altos y robustos, mientras que las ‘eñoras tendían a ser más shorty y pesar más que los machos. Como eran eminentemente cazadores- utilizaban boleadoras esféricas para cazar y herramientas para manipular su alimento- los selknam se depilaban todo el cuerpo (menos las chascas, que usaban bien largas) para así generar menos resistencia al viento lo que, sumado a su agilidad y dimensiones bastante grandotas comparados con muchos hombres chilensis de hoy, los hacía particularmente buenos en su pega. O sea, los atletas no inventaron la movida de andar a cuerpo suave, porque los selk’nam ya habían cachado el mote hace rato.

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Sin embargo, andar en pelotas no era lo suyo y se protegían con pieles de guanaco, zorro o cururo tanto en la percha como en los pies. Eso sí, estas ropas no cubrían totalmente la pintura corporal con que se marcaban, tanto para protegerse del clima cuático de su tierra natal como para reflejar de manera ornamental su estado de ánimo. Sus familias eran extendidas, con tres o cuatro generaciones que tenían descendencia patrilineal y patrilocal, y ocupaban un territorio delimitado y específico llamado haruwenh; sus vecinos solían respetar estas fronteras sin que necesitaran irse a las manos. Podría seguir toda la vida contándoles cosas choras de los selk’nam, pero mejor les dejo este link hermoso donde podrán saber todo lo que su curiosidad les pida.

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Y, en realidad, les cuento de los selk’nam (llamados “onas” por sus vecinos del sur, los yámana) para que se encariñen con ellos, digan “oh, los locos bacanes, no sabía que eran tan la cumbia” y dimensionen luego el nivel de CSM que fue Julius Popper, así como la riqueza de la cultura originaria que hizo bolsa. Es que cabros, es para no creer lo de este animal. Me da rabia solo de pensar en lo que voy a escribir a continuación.

Julius Popper, el rumano que quería ver el mundo Tierra del Fuego arder

Recuerden el 15 de diciembre de 1857, porque ese día está marcado con el signo de la Bestia. En Bucarest, Rumania (que en esos años era parte del Imperio Otomano del sultán Onur Ojos Azules y la sultana Sila Cautiva por Amor), nacía producto del amor entre Neftali Popper -judío y rector del primer colegio hebreo de la capital- y Peppi -también judía, originaria de Polonia como su pareja- un cabro llamado Julius Popper, que tenía nombre de whisky pero no lo podías tragar ni a palmetazos en la comemote.

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Cuando cumplió 17 abandonó la casa de don Neftali para ir a estudiar Ingeniería en Minas a París, aprendiendo en el camino varios idiomas extra, como el griego, yiddish, alemán, latín, francés y castellano. Y es que Julius era un socio que donde ponía el ojo ponía la bala, y no daba puntada sin hilo; cuando el mundo cambió y Rumania se separó del Imperio Otomano, con las consiguientes restricciones que tenían ahora los judíos para surgir socialmente, este vivaracho pescó sus monos y se mandó a cambiar donde pudiera hacer monedas “como Dios manda”. En el camino, aprendió dos nuevas profesiones que, a la postre, fueron muy beneficiosas para este abominable ser pero muy malas para el resto de la humanidad; el periodismo y la geografía.

Es que, niñas y cabros, un comunicador social que sabe engrupir con el don de la palabra y más encima sabe donde está parado, es más peligroso que Fulvio Rossi pidiendo donaciones.

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Eventualmente llegó a Buenos Aires, en 1885. No había viajado tan al sur del mundo sin un objetivo en mente, obvio. Si a estos hueones malos parece que los hacen a mano y moldeados con bilis. Como Popper era versado en geografía y se informaba lo más posible, había llegado a sus ojos y oídos la noticia que, en 1879, el chileno Ramón Serrano Montaner había encontrado oro en Tierra del Fuego. Muchos viajaron al extremo sur para probar suerte, pero el mineral empezó a agotarse y, además, había otra “pequeña” dificultad: ciertos indígenas molestaban a los honrados emprendedores auríferos que solo querían labrar un mejor futuro para sí mismos y su descendencia. Pobrecitos.

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Así que, una vez que concluyó la campaña argentina para ejercer dominio en la pampa y la Patagonia, conocida comúnmente como la Conquista del Desierto, Popper fue uno de los más entusiastas “emprendedores” que se tiraron de cabeza sobre Tierra del Fuego para iniciar su PyME extractora de oro. ¿Y ustedes creen que muchos dueños originales de esos territorios, indígenas selk’nam tanto en la zona argentina como la chilena de Tierra del Fuego, les dijeron “sí, adelante, tiene chipe libre para hacer bolsa nuestras tierras, saquear, violar y jugar tiro al blanco con nuestra gente”?

No se sabe cuántos selk’nam mató Julius Popper, pero sí es clara su participación en el genocidio de este pueblo originario en Tierra del Fuego. Qué CSM más grande. Para muestra, un sangriento botón.

La foto justo arriba es bastante conocida y muestra a Julius Popper con otros tiradores y, entre ellos, un selk’nam muerto. Lo que no es tan sabido es que esta imagen la presentó el propio Popper para justificar su “lucha” contra los indígenas durante un discursito en el Instituto Geográfico Argentino de Buenos Aires, el 5 de marzo de 1887, relatando: “poco a poco logramos colocarnos del lado del viento, lo que obligó a los indios a retirarse, pues la flecha no puede causar daño lanzándola contra el viento. Dos indios quedaron esta vez muertos sobre el terreno”. El rumano satánico, de acuerdo a lo que documenta Boleslao Lewin en su texto “Popper, un conquistador patagónico”, se despachó un remate todavía más joya: “¿Acaso no es deber de los gobiernos inculcar en los aborígenes las nociones de propiedad antes de permitir la introducción de la oveja en sus regiones? ¿Acaso no es deber de los gobernantes antes de ocupar sus campos, antes de quitarles el guanaco, único cuadrúpedo que les proporciona vestido y alimento?”

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Lo más freak de todo esto es que, luego de esta disertación que es para pegarse cabezazos contra la muralla de puro horror, consiguió el apoyo que necesitaba para fundar su empresita, la Compañía Anónima Lavaderos de Oro del Sur, y los papeles que lo habilitaron para explotar todos los yacimientos de oro que pudiera encontrar en Tierra del Fuego. Más encima, los intelectuales de la época lo incorporaron a la Logia Docente, el grupo de mentes pensantes más cachilupi de la alta sociedad en Buenos Aires. Eso es como que te digan “Gracias por ser el CSM que este país necesita para surgir”.

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Popper llegó a la Isla Grande de Tierra del Fuego donde, utilizando todo su talento para buscar el preciado metal, dio con una veta para qué más pulenta, la más grandota de todas, estableciendo en el lugar un yacimiento al que llamó El Páramo. La influencia de este CSM tirado a científico darwinista fue tal que, para mantener andando sus operaciones sin quedar en la pobreza, ¡hizo su propio sistema monetario sin juegos de azar ni mujerzuelas! Te pasaste de patudo. Alfredo Magrassi, en su obra “Los aborígenes de la Argentina” destaca que “(Popper) llegó a acuñar moneda propia y a hacer circular una estampilla privada por el correo oficial junto a sus soldados-peones yugoslavos y austriacos que hasta recibieron sueldos como policías argentinos”. Las monedas de oro eran de 1 gramo y 5 gramos y al comienzo eran acuñadas en sus talleres, pero moviendo pitutos logró que la Casa de Moneda de Argentina lanzara una tirada de doscientas piezas de 5 gramos y mil piezas de 1 gramo; de esta forma, mientras en el resto de Argentina la moneda oficial era el peso, en Tierra del Fuego se comercializaba todo con el popper.

Eventualmente, como todo negocio, la cosa funó. Su empresa se estancó y Julius, bordeando los 30 años y con muchas ganas de seguir lucrando, empezó a tomar pitutos y otras peguitas paralelas para parar la olla. Nada muy terrible, matar unos cuantos indígenas que hacían la vida de cuadritos a grupos de europeos que estaban muy empecinados en pitearse a los aborígenes para instalar sus estancias ganaderas, no más. Algo piola. Las empresas ovejeras pagaban una libra esterlina por cada selk’nam muerto, y esto se confirmaba presentando manos u orejas de las víctimas. El gobierno chileno, como alternativa a la matanza descontrolada de indígenas, cedió la isla Dawson, ubicada en el estrecho de Magallanes, para que sacerdotes salesianos establecieran una misión financiada por el Estado, y así los pocazos selk’nam que sobrevivieron al genocidio de los colonos británicos, argentinos y chilenos mercenarios arrancaron a la isla, la que operó por veinte años hasta que no quedó aborigen parado. Uf.

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Cuando en su libro Magrassi se refiere a los principales responsables de la extinción del pueblo selk’nam, menciona que Popper “se entretenía en cazar onas con escopetas y fusiles, fotografiándose con las ‘piezas cobradas’. Capataces y peones ingleses, escoceses, irlandeses e italianos, fueron los ‘cazadores de indios’ que como Mac Lennan o ‘chancho colorado’, pusieron el precio de una libra por testículos y senos, y media libra por cada oreja de niño. Después Menéndez Behetty utilizó el mismo sistema de exterminio con los tehuelches”.

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Eso sí, Popper sabía que Tierra del Fuego no alcanzaba para su ego él y los europeos que querían “limpiar Tierra del Fuego de la amenaza selk’nam”; más encima, estaba acusado en esos días de maltratar a sus peones. Necesitaba un plan maestro para salir libre de polvo y paja, así que recurrió al gobierno de Buenos Aires. Llegó, por supuesto, con una estrategia entre manos (era que no). Se hizo nuevamente el lindo con todos los que eran alguien en esos años en la política trasandina, y les vendió la mula hablando sobre ingeniería, antropología, gastronomía e incluso describiendo a los deslumbrados argentinos sus viajes a China que jamás existieron. Y, cuando ya se echó al bolsillo la confianza de los políticos che, empezó a regar su discurso DEFENDIENDO a los indígenas selk’nam (el medio doble estándar, CSM); así que, como era periodistillo y se manejaba en el tema comunicacional, convocó a una conferencia pública el 27 de julio de 1891 para denunciar los vejámenes que cometían los europeos entre la población aborigen. TE-PA-SAS-TE.

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El sacerdote y etnólogo austriaco Martin Gusinde recuerda, en su libro “Los indios de la Tierra del Fuego”, que Julius Popper “presentó, con espeluznantes detalles, un cuadro de las violaciones, ultrajes y asesinatos que fueron cometidos por la chusma europea. Es cierto que describió, sin tapujos, la realidad de aquellos horripilantes acontecimientos que clamaban al cielo, y también es cierta su defensa de los aborígenes: ‘La injusticia no está del lado de los indios… Los que hoy día atacan la propiedad ajena en aquel territorio, no son los onas, son los indios blancos, son los salvajes de las grandes metrópolis’.”

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No sé qué creen ustedes, pero para mí un hueón que es un CSM pero no sabe que lo es, aunque es un CSM igual, no es taan terrible; llega a dar risa a veces porque no se da cuenta de su simiedad, tipo Alejandro Navarro, Sergio Bitar, Gustavo Hasbún o el cabro Cuevas, presidente de las Juventudes UDI. Otra cosa muy distinta es aquel CSM que se sabe CSM, y es capaz de hacerse pasar por santo para manipular a la opinión pública y desviar la atención hacia otros temas y así sacarla barata. Así era Julius Popper, un maricón sonriente que no solo iba para donde calentaba el sol y más beneficios podía sacar, sino que era capaz de relativizar los hechos con tal de salir impune de todo. Pero a desgraciados así siempre les llega el cuarto de hora.

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Y para Popper, el fin de su corta vida de mierda llegó el 6 de junio de 1893, cuando lo encontraron R.I.P. en un hotel de Buenos Aires donde alojaba. Se dijo que había fallecido de un ataque cardíaco, pero en realidad tenía tantos enemigos y apenas 35 años que nadie se compró esa historia. El principal sospechoso entre las masas que susurraban en las sombras fue José Menéndez, otra joya de la época del exterminio a los selk’nam para “pacificar” la instalación de las estancias ganaderas, y quien se quedó, luego de la muerte de Popper, con las tierras que el gobierno argentino había entregado al CSM Julius. De maricón, a maricón y medio.

Por JavoSandoval

Vía: http://www.calabozomutante.cl/