Gabriela Cabezón Cámara: el individuo, el cuerpo, el sujeto

Reflexionamos con la autora de La Virgen cabeza, Le viste la cara a Dios, y Romance de la negra rubia, sobre la literatura, la marginalidad y las construcciones o destrucciones del individuo, del cuerpo y del sujeto.

Gabriela Cabezón Cámara: el individuo, el cuerpo, el sujeto

Autor: Lucio V. Pinedo

 

Entrevistamos a Gabriela Cabezón Cámara, quien acaba de volver de la Feria del Libro de Villa Mercedes, San Luís, y ya se está yendo para la Feria del Libro de Córdoba. De pocas palabras, admitió que le cuesta pensar fuera de la ficción. Como suele suceder, el artista no tiene porqué hablar de su obra.

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El trabajo de esta escritora es clave dentro del panorama cultural de la Argentina, pero también, dentro del contexto más amplio de los países hispanohablantes. «Cabezón Cámara logró definir una escritura claramente propia; una página suya es identificable. Sin que esto sea un corsé, su estilo particular y efectivo vuelve atractiva la obra. Intuitivamente, el lector puede sentir que el texto está escrito desde las entrañas, con una necesidad rara, que hace que la existencia del libro se justifique, como si no pudiera no existir», dijo Leonardo Graná, docente universitario e investigador literario, especializado en cuestiones de género, ferviente lector de Cabezón Cámara.

Graná también dijo que la escritura de la autora de La virgen cabeza no surge de la nada, «tiene por detrás toda la tradición de la palabra lúdica, de la confusión irreverente de lenguajes y planos culturales, del deslizamiento descontrolado de las peripecias». Y aclaró «pero se nota que la obra no se resuelve en ese regodeo, que no es estéril. Hay ideas que se quiere transmitir, y son en parte las que resuenan hoy en la sociedad (la violencia de género, por ejemplo)».

Las historias de Cabezón Cámara, agregamos, tienen una característica singular y no menor: tematiza la marginalidad, pero en sus textos no hay una gesticulación predeterminada (al respecto, véase la nota que publicamos en estos días: «Villeros con OSDE»). No busca ni el documento (miserabilista o empático) ni la reivindicación populista. Como explica Graná, «son libros que se vuelven extrañamente verosímiles a pesar de tanto histrionismo, porque lo que ofrecen es una pulsión y una presencia de lo humano que se destaca mejor sobre aquel fondo elegido».

  1. ¿Qué opinás sobre la distinción entre lo masculino y lo femenino? ¿La línea que a veces tacha esta distinción no permite que se siga leyendo?, e incluso, ¿no se podría considerar necesaria esa diferencia?

Opino que es una distinción que aún funciona, más allá del paradigma que la creó. No sé si es necesaria o no esa diferencia, tampoco me preocupa especialmente. Solo podría decir que, según están dadas las cosas hoy, esas categorías siguen operando aun estando destotalizadas o deconstruidas.

  1. En tus historias hay muchos personajes que construyen sus identidades, a través de procesos dinámicos y contingentes, que no se conforman con lo predeterminado. ¿Cómo ves vos la relación entre identidad y práctica discursiva?, ¿cuáles son los límites de la autofiguración?

Me resulta difícil contestar esta pregunta en términos absolutos: la relación entre identidad y práctica discursiva es dinámica, está en constante movimiento y cambio. No creo que tenga más límites que los que el momento histórico tiene en sí mismo. Y eso también es dinámico y difícil de definir; en la historia caben todos los sujetos vivos en un momento dado. Y todo lo que se sabe de los anteriores.

  1. Foucault, cuando habla de la «genealogía», dice que la tarea de este enfoque es «exponer el cuerpo totalmente marcado por la historia y los procesos de destrucción del cuerpo por la historia». Sabida es la relación entre el poder, lo que este pensador llama el «cuerpo dócil» y el deseo. En tu obra, el cuerpo de los personajes es un espacio clave, podríamos decir casi fundamental. En este marco, ¿qué importancia creés que tiene el cuerpo en tus textos?

El cuerpo es la vida, es lo que cada uno tiene y es aquello sobre lo que el poder opera: es un campo de batalla. La soberanía sobre el propio cuerpo es la libertad más fundamental, la batalla más irrenunciable y la que, me parece, involucra a todas las demás.

  1. Por un lado, hace algunos años atrás, allá por el 2012, diste una charla con Leonardo Oyola. Estaban convocados, junto con Washington Cucurto (quien finalmente no se presentó), para hablar sobre «literatura villera», moderados por Sonia Jostic, en la Universidad del Salvador. En un momento, con un tono provocador, vos dijiste «vamos, ¿quién no estuvo alguna vez en una villa?», como diciendo «no seamos hipócritas», y contaste de entradas y salidas tuyas en alguna villa. Entre el público, en primera fila, por ejemplo, estaba la entonces directora de la Facultad de Letras, quien probablemente nunca haya estado en una villa. Por otro lado, vos solés modelar personajes marginales. La pregunta, concretamente, es ¿quién pensás que lee tu obra y cómo creés que esta se relaciona con los sujetos marginales de la realidad real? En este sentido, ¿qué funcionalidad política le asignás a tu literatura?

Me cuesta creer que alguien nacido en este país, incluyendo a la directora de la Facultad de Letras del Salvador, no haya estado en una villa nunca en su vida: hay villas por todos lados. Especialmente, si es que hablamos de clase alta, cerca de los countries. Al lado de La Horqueta, por ejemplo. Y, suponiendo que se pueda llegar a todos esos lugares sin atravesar ni una villa, como mínimo, alguna vez se tomó un micro en Retiro y pasó, aunque sea, a diez cuadras de la 31. No pienso en quién lee mi obra, pero tengo algunas aproximaciones por las personas que se me acercan o me escriben, entonces me consta que entre mis lectores hay muchos académicos, docentes, muchos colegas, muchos periodistas, muchos estudiantes de Letras y Comunicación, y también mucha gente que no pertenece a ninguno de esos espacios ni prácticas; adolescentes y ancianos también, por ejemplo, un grupo de jubiladas de Villa María, Córdoba. 

  1. Hablábamos de marginalidad, pero sería conveniente precisar el concepto, ya que en tus noveles se tematiza la marginalidad material, no obstante, tus personajes no están al margen del campo simbólico. Por el contrario, suelen estar construidos desde el exceso simbólico, como en el caso de Cleo. Son personajes potentes. Asimismo, el «adentro» y el «afuera» se desdibuja: los villeros salen de la villa; y los habitantes de Buenos Aires entran en la villa, como los investigadores de la UBA que van al Pozo (La Virgen cabeza). ¿Podrías conceptualizar la marginalidad?

Creo que la marginalidad es una noción relacional y que solo puede definirse en función de un sujeto hegemónico que está, me parece, delimitado en el campo mediático, que es un campo conservador: la ficción de lector de los grandes medios, la ficción del consumidor de la publicidad. Por lo demás, incluso midiéndolo en términos materiales, yo no diría que, por ejemplo, la pobreza es marginal; la mayor parte del mundo es pobre. Respecto de lo simbólico, menos todavía. O estaríamos hablando de un centro enteramente ficticio o muy minoritariamente poblado. Creo, también, que son definiciones muy precarias que no contemplan la realidad a la que se refieren, mucho más dinámica que esos conceptos. 

  1. Por último, ¿cómo ves el panorama de la literatura actual, argentina y latinoamericana? ¿Qué opinás sobre la relación entre lo que se escribe hoy en día y el «realismo»?

La literatura argentina está en ebullición, hay escritores y escritores surgiendo todo el tiempo y muchos son muy buenos. Creo que el realismo goza de buena salud, que hay mucha gente escribiendo realismo, incluso mucha gente haciendo algo parecido al costumbrismo. A mí eso no me interesa mucho, pero es una apreciación particular. En mi caso, creo que es un realismo reventado de exceso y horadado por el trabajo de la prosa.


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