Una de las tantas cosas que más caracteriza a Latinoamérica es la excesiva figuración de sus presidentes. Claro, si los gobiernos regionales en su mayoría han privilegiado el presidencialismo como sistema de gobierno, y el que les permite abstraerse de aquellos bloques de oposición que regularmente le piden explicaciones al ejecutivo por la toma de algunas decisiones.
El caso del actual Presidente de la República no es la excepción, quien desde un comienzo se distanció de los partidos de su coalición e instaló en su gabinete a los “mejores” en sus respectivas carteras.
La tecnocracia nacional fue “bendecida” por tal convocatoria presidencial, aunque los desaciertos han dominado la agenda mediática. ¿Las razones?, los constantes conflictos de interés que todos los elegidos y, particularmente el Presidente, aún mantienen con el sector privado y su participación en varias empresas.
Este tema no es menor, ya que fortificaría algunos clivajes históricos entre la derecha y la “izquierda” sobre las respectivas intenciones de poder de la derecha económica. Justamente hay uno que sigue tensionando al Presidente y el Parlamento, y es que aún Sebastián Piñera no se desprende de Chilevisión, lo que ha originado la amenaza y el posterior bloqueo por parte del Legislativo, de los nombramientos que en esa línea están por venir.
Sin embargo, lo más preocupante es que desde la propia vocería de gobierno eso se justifica por que el Presidente llegó al poder por elección popular, como si eso significara que puede contravenir la Constitución presidencialista.
Aunque esa argumentación es un recurso muy utilizado por el presidencialismo para distanciarse de las amenazas y los entredichos que surgen desde el ejecutivo, el hiperpresidencialismo que está desarrollando el Presidente puede ser un mal síntoma para la gobernabilidad chilena.
Hace un par de años podría no haber sido un problema para la tan respetada estabilidad institucional local, porque los ex presidentes de la Concertación habían cristalizado un poder relativamente moderado. Pero cuando el presidente tiene alguna simpatía por el autoritarismo y sus más fieles seguidores, la situación es preocupante.
CUANDO LA CONSTITUCIÓN LO AVALA
Cuando se habla de enclaves autoritarios, la sociedad debe asociarle con el pasado pinochetista de nuestro país. Uno de ellos es el sistema binominal mayoritario, único en el mundo y que tenía como intención dotarle de estabilidad al país. El otro gran enclave es la Constitución presidencialista heredada desde la dictadura y que es literalmente antidemocrática.
Primero, porque se ratificó en un plebiscito fraudulento, segundo, porque en su contenido no hay un consenso nacional básico, tercero, porque perpetúa un modelo económico que acentúa las diferencias entre ricos y pobres, cuarto, porque no asegura la representación proporcional de mayorías y minorías y quinto, niega la posibilidad al Estado de aplicar mecanismos suficientes para dignificar al ciudadano.
Esa Constitución es la que hoy le entrega plenos poderes al actual mandatario y conciente de ello, puede actuar autoritariamente porque la carta fundamental se lo permite. La solución entonces al hiperpresidencialismo de Piñera es precisamente, rediseñar un nuevo sistema de gobierno, algo que no le entregue tantas facultades al Presidente para conducir al país y esté más limitado en su actuar.
Obviamente que es prudente un cambio constitucional, pero también lo es discutir si el presidencialismo es la mejor opción para gobernar. Personalmente creo que no, aunque la iniciativa de un sistema semipresidencial, puede equilibrar los poderes en Chile y producir un sistema político mucho más democrático.
Esta idea no es nueva, pero lo grave de esta discusión es que su debate ha sido clausurado en Chile por varios años, por la comodidad que para la “izquierda” significa el presidencialismo. Eso hasta que la tecnocracia llegó al poder, pues con ella se reforzarían las medidas autoritarias y se radicalizarían los conflictos sociales, sobre todo ahora que las condiciones sociopolíticos cambiaron repentinamente.
El presidencialismo puede traer más de alguna sorpresa para este Chile que avanza rápidamente en la agudización de las desigualdades y ramifica las frustraciones personales, pero que aún no encuentra un camino de satisfacción individual social. Con el presidencialismo probablemente no, porque las aspiraciones son otras, como dejar un piso político para un nuevo presidente de la misma coalición de gobierno. Muy reducido, pero no menos cierto. Esperemos que el debate se de y enfrentemos el futuro con una visión concreta de país.
Por Máximo Quitral