Un tema central de la Cumbre de los Pueblos sobre el Cambio Climático, reunida en Cochabamba del 19 al23 de abril, convocada por el Presidente de Bolivia, Evo Morales, es el de la subjetividad de la Tierra, su dignidad y sus derechos.
El tema es relativamente nuevo, pues dignidad y derechos estaban reservados hasta ahora solamente a los seres humanos, portadores de conciencia e inteligencia.
Predomina todavía una visión antropocéntrica como si fuésemos nosotros exclusivamente los portadores de dignidad. Olvidamos que somos parte de un todo mayor. Como dicen renombrados cosmólogos, si el espíritu está en nosotros es señal de que estaba antes en el universo del cual somos fruto y parte.
Una tradición que se remonta a los orígenes más ancestrales entendió siempre la Tierra como la Gran Madre que nos genera y nos proporciona todo lo que necesitamos para vivir. Las ciencias de la Tierra y de la vida vinieron, por la vía científica, a confirmarnos esta visión. La Tierra es un superorganismo vivo, Gaia, que se autorregula para ser siempre apta para mantener la vida en el planeta.
La propia biosfera es un producto biológico, pues se origina de la sinergia de los organismos vivos con todos los demás elementos de la Tierra y del cosmos. Ellos crearon el hábitat adecuado para la vida, la biosfera. Por lo tanto, no es solamente que sobre la Tierra hay vida; la Tierra misma está viva, y como tal, posee un valor intrínseco y debe ser respetada y cuidada como todo ser vivo. Este es uno de los títulos de su dignidad y la base real de su derecho a existir y a ser respetada como los demás seres.
Los astronautas nos dejaron este legado: vista desde fuera de la Tierra, Tierra y Humanidad forman una única entidad; no pueden ser separadas. La Tierra es un momento de la evolución del cosmos, la vida es un momento de la evolución de la Tierra, y la vida humana, un momento posterior de la evolución de la vida. Por eso, con razón, podemos decir: el ser humano es aquel momento en que la Tierra comenzó a tener conciencia, a sentir, a pensar y a amar. Somos la parte consciente e inteligente de la Tierra.
Si los seres humanos poseen dignidad y derechos, como es de consenso entre los pueblos, y si Tierra y seres humanos constituyen una unidad indivisible, entonces podemos decir que la Tierra participa de la dignidad y de los derechos de los seres humanos.
Por eso no puede sufrir una agresión sistemática, explotación y depredación por un proyecto de civilización que solamente la ve como algo sin inteligencia, y por eso la trata sin ningún respeto, negándole valor autónomo e intrínseco, en función de la acumulación de bienes materiales. Es una ofensa a su dignidad y una violación de su derecho de poder continuar entera, limpia y con capacidad de reproducción y de regeneración.
Por eso, está en discusión en la ONU el proyecto de un Tribunal de la Tierra que castigue a quien viole su dignidad, deforeste y contamine sus océanos, y destruya sus ecosistemas, vitales para el mantenimiento de los climas y de la vida.
Finalmente, hay un último argumento que se deriva de una visión cuántica de la realidad. Ésta constata, siguiendo a Einstein, Bohr y Heisenberg, que todo, en el fondo, es energía en distintos grados de densidad. La propia materia es energía altamente interactiva. La materia, desde los hadrones y los topquarks, no posee solamente masa y energía. Todos los seres son portadores de información. El juego de las relaciones de todos con todos, hace que ellos se modifiquen y guarden las informaciones de esta relación.
Cada ser se relaciona con los otros a su manera de tal forma que se puede decir que surgen niveles de subjetividad y de historia. La Tierra en su larga historia de más de cuatro mil millones de años guarda esta memoria ancestral de su trayectoria evolutiva. Ella tiene subjetividad e historia. Lógicamente es diferente de la subjetividad y de la historia humana, pero la diferencia no es de principio (todos están conectados) sino de grado (cada uno lo tiene a su manera).
Es una razón más para entender, con los datos de la ciencia cosmológica más avanzada, que la Tierra posee dignidad y por eso es portadora de derechos. Por nuestra parte tenemos el deber de cuidarla, amarla, y mantenerla saludable para que siga generándonos y ofreciéndonos los bienes y servicios que nos presta.
Ahora empieza el tiempo de una bio-civilización, en la cual Tierra y Humanidad, dignas y con derechos, reconocen su recíproca pertenencia, su origen y destino comunes.
Por Leonardo Boff
Teólogo