Unos 30.000 trabajadores de conservación, conocidos también como «barrenderos», son empleados por las autoridades de la ciudad india de Bombay.
Es una labor intensa, insalubre y realizada en condiciones infernales.
El fotógrafo Sudharak Olwe documentó la vida de estos trabajadores de las cloacas en Bombay, que se zambullen a diario entre la inmundicia para mantener la ciudad limpia.
Los trabajadores, todos ellos de la casta dalit o paria (conocidos antiguamente como los intocables) recogen basura, barren las calles de la ciudad, limpian las alcantarillas, cargan y descargan camiones de basura y trabajan en los vertederos.
Frecuentemente tienen que zambullirse en los desagües y algunos son tan profundos que alcanzan para acomodar dos autobuses. Tras emerger, un trabajador puede seguir temblando hasta una hora después. El trabajo no requiere habilidades especiales, solo un par de brazos y piernas, y el valor de descender al infierno.
Parmar barre este puente con una gruesa escoba de madera. Se necesitan 30 o 40 enérgicas pasadas de la escoba para recoger las pequeñas hojas y arrumarlas en un montón. Hay que hacerlo de manera rápida para evitar que el viento desparrame las hojas otra vez.
Entre la basura que recogen los trabajadores se encuentran cadáveres de animales, desechos de comida, alambres de acero, desperdicio de hospitales, pedazos ásperos de tubos de madera, piedra, vidrio roto y hasta cuchillas.
El despeje de basura es un trabajo arduo y las herramientas empleadas son primitivas. La basura se recoge con las manos y se carga en los hombros. A Jadhav, que lleva haciendo este trabajo durante años, no le gusta hablar de la labor. Tiene cicatrices donde la vara de madera se ha clavado en sus hombros. Asiente con la cabeza cuando se le pregunta si le duele.
Hay cinco vertederos en los márgenes occidental y oriental de la ciudad, y están completamente copados. Ninguno de estos sitios tiene siquiera un espacio para comer ni un recinto donde los trabajadores pueden cambiarse de ropa o sentarse durante una pausa.
Un «beneficio» que viene con el trabajo es una pequeña casa, pero muchas tienen que ser compartidas entre dos o más familias. Una línea trazada en el piso marca el territorio de cada familia.
La esposa de Hiraman, que se rehúsa a ser fotografiada, está furiosa con él porque dice que su marido le da apenas 150 rupias al mes para la casa. Cuando Sudharak Olwe los visitó, ella lo amenazaba con abandonarlo y él le pedía que se callara. Se lo ve visiblemente acabado y es probable que no viva mucho. Si muere, su esposa sería considerada un “caso lamentable” y heredaría su trabajo.
BBC