Con el estreno de la delirante ópera «La mejor vida» -sobre una competencia donde todas las especies vivas de la Tierra compiten por ser elegidas como «la mejor»- se inició ayer en el Teatro Sanders de la Universidad de Harvard la 25ª versión de los Premios Ig Nobel.
Organizado por la revista de humor científico «Anales de Investigación Improbable», el certamen premia todos los años «aquellos logros que primero hacen reír y después pensar». La mayoría de ellos son estudios curiosos publicados en reconocidas revistas científicas.
Este año el premio tuvo entre sus 10 ganadores a un equipo de investigadores de la Universidad de Chile.
«¡Felicitaciones a todos los chilenos por este gran triunfo nacional!», dijo efusivamente a «El Mercurio» Marc Abrahams, creador de los Ig Nobel.
El premio en la categoría de Biología fue para los biólogos Bruno Grossi, José Iriarte Díaz, Omar Larach y Rodrigo Vásquez, y el radiólogo y bioestadístico Mauricio Canals. Los cinco son autores del estudio «Caminando como dinosaurios», publicado en 2014 en PLOS One.
De la Vega al laboratorio
El experimento demostró que al cambiarles a pollos de pocos días su centro de gravedad poniéndoles una cola artificial, éstos crecen caminando en forma similar a como se cree que lo hacían los velocirraptor y tiranosaurios, explica Grossi, doctor en Ecología y Biología evolutiva y especialista en biomecánica animal, disciplina que actualmente enseña en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile.
Vásquez, académico del Dpto. de Ciencias Ecológicas, cuenta que para hacer el experimento de «los pollosaurios», compraron una docena de pollitos de pocos días en la Vega.
A cuatro de ellos les pusieron a la altura de la pelvis una cola hecha con un palo de madera insertado en un molde de pasta de modelar, la que cambiaban cada 5 días por otras más grandes para mantener las proporciones que tenían las de los dinosaurios.
A medida que crecían, los huesos, articulaciones y musculatura de sus extremidades cambiaron respecto de los pollos control, haciendo que tomaran la clásica postura algo agachada de los dinosaurios bípedos.
«Los pollitos colaboraron bastante con el experimento», dice Vásquez. Sobre su destino, recuerda que los regalaron. «Seguramente alguno fue cazuela… pero sin la cola».
Para Grossi, quien ahora trabaja fabricando robots-dinosaurios para desentrañar cómo se movían estas criaturas hace 65 millones de años, el premio «es una oportunidad de mostrar que no existe ciencia ridícula, sino ciencia bien hecha». Su esperanza es que la difusión del trabajo le ayude a lograr fondos para continuar sus investigaciones.
Abejas y vejigas
La ceremonia de anoche también premió otros curiosos estudios. El Ig Nobel de Física fue para investigadores taiwaneses y estadounidenses que probaron que -sin importar su tamaño- casi todos los animales evacuan su vejiga en alrededor de 21 segundos (+/- 13 segundos).
En Literatura ganó Mark Dingemanse, por demostrar que la expresión «huh?» -y sus equivalentes, como «¿qué?»- parecen existir en todos los idiomas humanos.
La Policía Metropolitana de Bangkok, en Tailandia, recibió el Ig Nobel de Economía por ofrecer a sus funcionarios un pago extra en efectivo si rechazaban aceptar coimas.
Dos equipos de Japón y Eslovaquia compartieron el premio de Medicina por sus experimentos para estudiar las consecuencias biomédicas de besarse intensamente.
En Matemáticas ganaron investigadores de la U. de Viena, que crearon una simulación computacional para determinar si el mulá Ismael el Sangriento (1672-1727), emperador de Marruecos, pudo engendrar 888 hijos, como sostiene el Libro de Récords Guinness. Concluyeron que sí. Y que para eso solo necesitaba un harem de 65 a 110 concubinas, en vez de las 504 que le han atribuido.
El galardón en Medicina Diagnóstica fue para un equipo de la U. de Oxford, que determinó que la apendicitis aguda puede diagnosticarse con precisión por la intensidad del dolor que evidencia el paciente al pasar sobre lomos de toro.
Y el de Fisiología y Entomología fue compartido por Justin Schmidt, creador de un índice para medir el dolor que se siente al ser picado por distintos insectos, y Michael Smith, quien se dejó picar por abejas en 25 partes del cuerpo para concluir que donde menos duele el aguijón es en el cráneo, dedo medio del pie y antebrazo, mientras que el dolor es más intenso en las fosas nasales, el labio superior y la base del pene. Un hallazgo que sin duda vale la pena tener en cuenta.