En entrevista con el Premio Nacional de Historia Gabriel Salazar, El Ciudadano intenta entender la violencia y las raíces del malestar social. Y de ver las fracturas de la estructura social y económica que mostró el terremoto.
El terremoto y maremoto del 27 de febrero mostraron el Chile ocultado por la tele y los demás poderes fácticos. Muchas cosas han aflorado: La mala calidad de las construcciones de nuevos edificios y caminos fruto de la desregulación ejecutada por la Concertación. La pobreza y precariedad extrema en que viven millones. También, la mala calidad de los servicios estratégicos, como el agua, la luz y las comunicaciones.
Hay quienes estiman, como expresó Alfredo Jocelyn Holt, que lo ocurrido tras el terremoto refuerza la crítica al neoliberalismo “y esa crítica a la larga es una crítica a la Concertación, a la derecha y al establishment en general”.
Gabriel Salazar, autor de Labradores, peones y proletarios, sostiene que “al soltarse un poco las amarras del sistema –con el terremoto-, apareció la vaciedad de los mitos acerca de nuestro desarrollo, de nuestra opulencia”.
El historiador estima que “es absolutamente increíble que Chile, con servicios públicos capaces de manejar un terremoto a diferencia de Haití, haya tenido un vandalismo mucho más violento y masivo que lo vivido allí. Eso pasa porque en esta sociedad neoliberal, que tiene una superficie muy bien organizada, donde los equilibrios financieros están muy bien, existen frustraciones de fondo que nadie plantea públicamente”.
Salazar, quien también es autor de La violencia política en las grandes alamedas, describe el tejido que origina este desencanto: “Alrededor del 68% de la fuerza de trabajo está ocupada en empleo precario. Sin contrato permanente, en muchos casos sin previsión. Casi los dos tercios de la población, cuyos trabajos son ocasionales y muy mal pagados”.
Informa que el promedio de ingreso de la gente que trabaja en estas condiciones, oscila entre los 150 y 180 mil pesos. Estas personas “difícilmente pueden vivir por sí solas y mucho menos casarse”. La tasa de nupcialidad en este país ha caído alrededor de un 68% a 79% en los últimos años. “Como no hay constitución de familia, hay mucho niño huacho”.
Y agrega: “todo esto genera una situación muy complicada desde el punto de vista social, que los indicadores públicos y sociológicos de este país no recogen, porque lo que ellos buscan saber es si una pobreza es dura o no, y eso lo miden en función de la cantidad de artefactos que la gente tiene. Dicen que la tasa de pobreza dura está alrededor del 8%”. Así, los indicadores, en vez de mostrar la realidad, lo que harían es ocultarla.
Salazar afirma que, entre otras cosas, esta frustración se expresa en fracaso escolar: “Todas las políticas de los veinte años de la Concertación apostaron a conseguir mejores resultados, pero las políticas de educación han sido un fracaso absoluto, y eso se debe a que la mayoría de los niños chilenos son huachos, no tienen resueltos problemas en su casa”.
Este malestar social estaría derivando en un auge de la delincuencia y en un desprestigio del trabajo asalariado entre los pobladores.
Salazar señala que “la delincuencia en Chile tiene un valor sociológico superior a ser trabajador proletario, disciplinado y honesto. Primero, porque la delincuencia da más recursos que el salario; segundo, porque en los delitos demuestras audacia, capacidad, ser ‘choro’, que es una identidad que aparece como mucho más potente e implica un desafío al sistema. Además, te arriesgas con tus amigos, tienes redes, tienes colegas que te ayudan a hacer todas esas cosas. En cambio, el trabajador honesto tiene que sufrir todos los rigores del transporte público, le pagan poco, no puede casarse, no puede tener casa, está frustrado, aparece como el ‘amermelado’, como llaman a la persona que cumple con todas las cosas que exige la moral pública y las leyes”.
“Todo esto explica -continúa el académico de la Universidad de Chile-, que exista en Chile una masa social marginal que no puede consumir, vive en pobreza absoluta, que tiene frustraciones profundas y una potente inclinación a la delincuencia. Por eso, cualquier evento público tiende a terminar en vandalismo público”.
Salazar dice que en Chile existe una situación que, tiempo atrás, una investigación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo llamó “malestar interior”; sentimiento que golpea fuertemente a la clase popular, pero “que no se expresa políticamente, porque la gente no se siente pobre, porque consume vía crédito más allá de lo que el salario le permite; hay una tasa de endeudamiento muy alta en éste país”.
El otrora investigador de SUR afirma que estamos ante “un volcán social, que hace mucho tiempo existe, pero que está tapado por el consumismo, por el crédito y el mito que levantaron todos los gobiernos de la Concertación de que estamos muy bien”.
A su entender, el terremoto puso en evidencia que en Chile “hay una rebelión popular semi delictual, que estamos viendo al día de hoy, y que va a continuar, que no va a cambiar, por el hecho que el terremoto terminó”.
Dice que las élites, y la sociedad en general, no conocen en profundidad por qué las masas populares marginales están actuando como lo están haciendo. “(Desde el poder) no se entiende lo que hay detrás de la actitud delictual de las masas populares, sobre todo a partir de estos saqueos; hay cosas de fondo que es preciso estudiar en profundidad, conocerlas mejor y aplicar una política coherentes con esa realidad…
No sacamos nada con ponernos en una actitud de: nosotros somos los buenos, ustedes son los malos… y vamos reprimiendo. Estas cosas son mucho más complejas, por eso creo que ameritan una actitud de investigación, de comprensión, de profundización, para reconstruir la política con respecto a eso.”
ARRIBA LOS ESTUDIANTES
Salazar, premio nacional de historia y máximo exponente de los historiadores sociales de Chile, señala que en nuestra historia las explosiones sociales son recurrentes. “Pinochet se encontró con manifestaciones de este tipo en los 80’. Estas fueron delictuales y al mismo tiempo políticas, y no pudo contra eso, tuvo que retroceder políticamente”.
El autor de Mercaderes, empresarios y capitalistas (Siglo XXI, 2009) cree que va a ser muy difícil que el gobierno de Piñera logre reconstruir el país totalmente, y menos darle un desarrollo capaz de hacer desaparecer “este fenómeno oculto” de malestar social.
-¿Cree que el terremoto, el maremoto y sus consecuencias puedan poner en cuestión el modelo concentrador de riqueza?
-Aquí hay un gran problema político, que tiene que ver con la validez del modelo neoliberal extremista que tenemos, en el que el mercado es más importante que el Estado. Y es claro que el mercado no tiene ninguna capacidad para resolver la catástrofe que se produjo.
Sebastián Piñera, quien tendrá que reconstruir el país, va a tener que hacerlo desde el Estado. Él, que es un neoliberal, tendría que engrandecer el rol del Estado y eso implicaría cambiar el modelo vigente. Si no, tendría que llamar a licitaciones públicas para que la empresa privada reconstruya. Y eso, seguramente, va a ir en detrimento de su discurso y su política.
Yo creo que el desafío de Piñera es muy grave; pienso que no va a ser capaz de responder porque va a estar entre la espada y la pared: Si quiere resolver a fondo la situación, tiene que echar mano al Estado, y evitar el modelo neoliberal; si quiere mantenerse neoliberal con la empresa privada, la empresa privada lo va a negociar todo y eso va a tener un costo político muy grande. Así que yo creo que está metido en una trampa que va a dar sus frutos, como trampa, en un par de años más.
-¿Qué más mostró el terremoto del 27 de febrero?
-Puso en evidencia lo que yo llamaría el terremoto empresarial. Ahí tienes la calidad de las construcciones de los edificios nuevos, la calidad de la construcción de las carreteras, la calidad de las construcciones que son la base del servicio de telecomunicaciones; todo eso en Chile es privado en el día de hoy, todo eso es responsabilidad empresarial; yo creo que aquí el terremoto empresarial es correlativo al terremoto social.
-¿Cree que pueda surgir una alternativa al consenso neoliberal que ha gobernado Chile todos estos años?
-Ahí hay un problema grande porque no tenemos mucha claridad de la manera en que pueda surgir una nueva izquierda o fortalecerse la izquierda, porque está claro que la izquierda política está desprestigiada, debilitada, es impopular. Y por algo perdió la elección, entre otras cosas, porque además no es izquierda tampoco, parece una centro derecha.
Entonces, la posibilidad de que surja un nuevo movimiento de izquierda (antineoliberal) está en las bases populares, sobre todo en el segmento más universitario de la clase popular. En Chile, la enseñanza universitaria se ha extendido enormemente; el aumento del estudiantado tiene mucho que ver con el ingreso de la clase popular a la universidad. Ahí hay un sector que está precisamente buscando una alternativa.
-¿A qué llama usted “la izquierda”?
-Yo pienso que no hay izquierda en este país. Y cuando me refiero a la izquierda, hablo de aquellos partidos políticos que en el Congreso Nacional tienen la representatividad de los sectores populares: Pero para mí, el Partido Socialista no es de izquierda, el Partido Radical menos y el Partido Demócrata Cristiano tampoco.
El Partido Comunista, teóricamente podría serlo, pero ¿qué pasa?, que lo único que quieren es entrar al Congreso, tener uno o tres diputados, ponerse a la cola de la Concertación. Eso también los anula como izquierda. Pienso que la única posibilidad de construir izquierda real en Chile es a partir del movimiento social real, que en este momento, como digo, es la juventud popular que ha tenido acceso a la universidad.
Por Francisco Marín Castro
El Ciudadano