Terremoto en Concepción: Y ya lo ve… Y ya lo ve, los militares otra vez

“Nunca pensé que llegaría a aplaudir la llegada de los milicos…” este comentario no se escuchó poco en cuanto comenzó el despliegue y copamiento militar en Concepción, lo curioso de la frase es que también provenía de personas que se dicen –usando la ya tópica palabrita- progresistas

Terremoto en Concepción: Y ya lo ve… Y ya lo ve, los militares otra vez

Autor: Wari

“Nunca pensé que llegaría a aplaudir la llegada de los milicos…” este comentario no se escuchó poco en cuanto comenzó el despliegue y copamiento militar en Concepción, lo curioso de la frase es que también provenía de personas que se dicen –usando la ya tópica palabrita- progresistas.

Es claro que quienes celebraron el control militar no estuvieron solos en sus aplausos, éstos fueron casi unánimes. Casi, porque hubo varios que no se sumaron a estos sonoros corifeos.

La situación y el paisaje que descubrió la mañana del día sábado 27 de febrero, qué duda cabe, y en esto sí hay unanimidad, era desgarrador. La inicial incredulidad, la sensación de irrealidad fueron trocándose en agobio y desesperación; a la falta de los servicios básicos se sumaban las despensas vacías o casi vacías de parte importante de la población que no alcanzó a realizar las compras mensuales, era fin de mes.

No ayudó a revertir este panorama las declaraciones de algunas autoridades comunales que invadidos por la histeria comenzaron desde un primer momento a criticar a las autoridades centrales y a exigir desde ese primer momento el establecimiento de estado de sitio y la salida de las fuerzas militares a las calles.

La voz cantante en este coro la llevaron los alcaldes de Concepción, Jacqueline Van Rysselberghe (hoy flamante Intendenta UDI de la Región del Bío Bío) y de Hualpén, Marcelo Rivera (PPD) -quien dio contundentes pruebas de destrezas histriónicas que, más allá de lo melodramático, resultaron patéticas-.

Junto a las réplicas telúricas que de inmediato acompañaron a la estresada población, aparecieron otras de carácter verbal que contribuyeron a agregar desorden al caos, una de ellas, la de Horst Paulmann, dueño de la cadena de supermercados Santa Isabel, quien declaraba a través de la radio Bío Bío que sus supermercados no abrirían en el corto plazo, pues debían revisar sus instalaciones, cuestión evidentemente necesaria, pero ¿debía expresarlo de ese modo?

En el horizonte de la ciudadanía se irguió el fantasma del desabastecimiento; la angustia fue transversal, como también lo fue la respuesta. Si los supermercados no abrían, había que abrirlos; los saqueos fueron una respuesta que llegó de manera vertiginosa y si al principio estos buscaban el abastecimiento de víveres, luego derivaron en el robo de todo aquello que pudiera tener algún valor; la casi nula existencia de servicios de comunicaciones aportó lo suyo.

Aunque sí hubo un medio de comunicación que se activó a las pocas horas del terremoto: Bío Bío, la radio. Encomiable labor la de esta emisora, sin embargo el reconocimiento a su labor informativa merece algunas observaciones, que no buscan restarle sus merecidos méritos, sino situar su labor en una perspectiva crítica que aporte a un mejor entendimiento de la situación general que derivó en la sicosis colectiva que se apoderó de los habitantes de las zonas siniestradas y que terminaron con los militares haciéndose cargo de la situación.

Efectivamente, la radio no activó los necesarios filtros que pudieran dar cuenta de las informaciones relevantes y las opiniones que sin sustento contribuyeron a dibujar un paisaje cataclísmico: En los hechos, a partir del día domingo 28, la transmisión radial derivó en una suerte de posmoderna transmisión de la guerra de los mundos de Orson Welles -el 30 de octubre de 1938, Orson Welles (1915-1985) y el Teatro Mercurio, realizaron una adaptación radial del libro La guerra de los mundos de H. G. Wells, desatando una histeria colectiva dado que importantes sectores de auditores dieron por cierta la dramatización-. Sólo que aquí, los “malos” no eran extraterrestres sino los pobladores vecinos de otros ciudadanos que alimentaban el miedo de unos a otros.

Y las autoridades comunales antes citadas continuaron su peregrinar al estudio radial para exigir al Gobierno la salida de tropas a la calle, comenzaron a multiplicarse los llamados de vecinos que, angustiados señalaban la inminencia de ataques de hordas provenientes de otros barrios. El menú estaba servido: Los militares comenzaron a salir a las calles, excepción hecha de la áreas comunales bajo jurisdicción de la Armada (Talcahuano, Tomé, entre otras) que tardaron más en avistar presencia de los marinos, puesto que estaban más preocupados de su situación propia (los daños en Asmar y en las instalaciones de la gobernación marítima) que de salir a contener a las hordas poblacionales.

VACÍO ESTATAL

La ausencia de comunicaciones que configuraron el escenario de la primeras horas después del terremoto y que se extendió por lo menos 48 horas; el hecho de sentirnos aislados del resto del país y de objetivamente estarlo, fueron configurando un sentimiento de orfandad ciudadana que fue producto de un vacío estatal, de una ausencia del Estado en toda su extensión; ya lo decíamos antes, autoridades comunales que no cumplieron su rol de guiar y dar seguridad a la población sólo limitaron su acción a la crítica, la estigmatización social (los saqueadores eran los pobres) y la petición de represión militar.

Es por ello que previo a la irrupción militar, los pobladores organizaron estrategias de defensa en donde incluso se dieron escenas del más puro surrealismo.

Mario González, poblador del sector Colo Colo, de Concepción, contó: “Estábamos en las barricadas buscando protegernos del ataque que, se rumoreaba, estaban planeando los pobladores de Tucapel Bajo -población vecina al sector de residencia de Mario-, cuando llega una camioneta de donde se bajan dos reconocidos narcos de ese lugar, para decirnos que ellos -los narcos- tenían a su gente (de Tucapel Bajo) controlada y que no nos preocupáramos, pero querían saber si nosotros teníamos la intención de atacarlos a ellos”.Este estilo de rumor fue característico; los habitantes de Lorenzo Arenas iban a atacar a los de Colón 9000 y aquellos, a su vez, serían atacados por los de Pedro del Río, los que a su vez…

Una ciudadanía asustada y perpleja se hizo eco de estos llamados y terminó aplaudiendo a los militares donde fuera que estos aparecieran. Se instaura el “estado de catástrofe” y su correlato, el tristemente famoso “toque de queda”.

Uno de los supuestos que explicarían la tardanza del Gobierno de la Presidenta Bachelet en acceder a estas peticiones era que no quería terminar su mandato con los militares copando las zonas siniestradas, asumiendo que esta sería la postal del fin de su Gobierno. Esta hipótesis no era infundada, ya el ministro Bitar había realizado declaraciones que iban en esta línea (según El Mercurio del 10 de marzo, “El ministro señor Sergio Bitar Chacra llegó a mostrar públicamente que existía un antiguo resquemor contra los uniformados y que había que velar por la imagen del Gobierno”).

Estos elementos redundaron en lo que llamamos un vacío estatal y, obvio, la historia nos enseña que cuando se ha producido este vacío, quienes llegan a llenarlo son los militares. No obstante, la postal no tiene necesariamente que ver con el fin de la era concertacionista, sino más bien con la llegada de la derecha al poder ejecutivo, una suerte de deja vù, una impronta que nos recorre y tiende a ser una marca identitaria de nuestra fragilidad democrática.

Por cierto, se puede objetar, en cuanto a que el sentido de la presencia militar hoy tiene que ver con la protección ciudadana, sin embargo esta objeción se revela falaz por cuanto ésta ha sido la excusa esgrimida en cada incursión militar que registra nuestra historia. Siempre que los militares han hecho acto de presencia ciudadana, lo hacen a objeto de brindar protección.

Podría ser real, hoy, esta búsqueda de protección, pero el contexto político que la avala hace la diferencia. De hecho al cierre de esta edición, lunes 29 de marzo, “Día del Joven Combatiente”, nuevamente se ha establecido toque de queda en la Región del Bío Bío (el que se había derogado el 27 de este mismo mes). Les quedó gustando; claro porque históricamente esta conmemoración en honor de los asesinados hermanos Vergara Toledo, en la provincia de Concepción, más allá de algunas mínimas manifestaciones a nivel estudiantil, siempre ha pasado casi inadvertida, es decir, no se justifica en absoluto reponer esta medida sino es como exclusiva manifestación de fuerza, si no de prepotencia.

ASESINATO BAJO TOQUE DE QUEDA

Y sucedió lo que lamentablemente se suponía que podría ocurrir: La madrugada del 10 de marzo una persona: David Daniel Riquelme Ruiz, de 45 años, vendedor de pescados y mariscos en ferias, sin antecedentes policiales, fue apresado por infantes de marina en horas del comienzo del toque de queda en Hualpén, al día siguiente apareció muerto en una cancha de fútbol.

A simple vista se podía constatar que la causa de muerte fueron golpes efectuados con elementos contundentes; a muchos nos recorrió un frío en la memoria y en la espina dorsal; ese tipo de muerte tiene marca registrada. A la fecha están siendo investigados cinco uniformados de la Marina, identificados como los sargentos segundo Jorge Elgorriaga Lavín y Cristián Martínez Flores; el cabo segundo José Caamaño; el soldado Omar Valdebenito Navarrete, y el soldado primero Esteban Muñoz González. La investigación la adelanta la Fiscalía Naval ¿Se puede esperar una investigación justa? La sabiduría popular afirma “hazte fama y luego échate a dormir”; la justicia militar y naval tienen su fama y otra vez nos asalta el deja vù.

Por otro lado, un reportero gráfico free lance relata que ve, en el centro de Concepción, a militares golpeando a culatazos a un detenido que tenían en el suelo. Él fotografía la situación, pero uno de los militares se da cuenta y sale en su persecución. Al darle alcance lo bota al suelo y apuntándole con su fusil a la cabeza lo obliga a borrar lo fotografiado. Ante la circunstancia no puede hacer otra cosa que obedecer. Esta situación grafica una forma de actuar que permite entender el que los registros de la acción militar sean casi inexistentes.

LOS CHICOS BUENOS, LOS CHICOS MALOS

Otra de las réplicas que aparecieron tras el terremoto son las disparatadas afirmaciones o frases desafortunadas que deslizaron distintas autoridades y personajes; como si no fuera suficiente la tragedia, había que agregar elementos de comedia al tinglado general de desastres, incertidumbres y temores.

Efectivamente, a la ya tristemente célebre declaración del presidente de la Cámara Chilena de la Construcción, Lorenzo Constans, quien consultado sobre edificios colapsados respondió que “la Torre de Pisa lleva siglos inclinada y está de pié”, se sumó la de quien en ese momento aún era la alcaldesa de Concepción, Jacqueline Van Rysselberghe, quien al referirse al reparto de alimentos a la población señaló que “estos serán distribuidos por la Municipalidad, la cual tiene experiencia en esta materia… y serán repartidos primero en los sectores de clase media y clase media baja, porque los pobres ya están abastecidos con el producto de los saqueos”.

En los días siguientes se sabría que no sólo los pobres llevaron a cabo saqueos, sino también profesionales universitarios y miembros de clases distintas a los pobres, que no sólo se usó la fuerza de los brazos para cargar los productos saqueados, sino también camionetas 4 x 4 y costosos automóviles.

También la mencionada radio Bío Bío había adelantado algo de estigmatización cuando, por medio de uno de sus periodistas hablaba de “los buenos y los malos”; como en una película de vaqueros -de las protagonizadas por el inefable John Wayne -estaban los buenos (blancos, bellos y valerosos) y los malos (indios, feos y cobardes), y se llamaba a que los buenos -¿rubios, bellos y profesionales?- se organizaran para defenderse de los malos -¿morenos naturales y feos?-.

Y ocurrió que todos –buenos y malos, feos y bellos- nos organizamos para defendernos de esas hordas que nos atacarían; aparecieron barricadas y cierto toque festivo y “carretero”; quizá lo positivo estribe en esto: Se establecieron o restablecieron lazos vecinales que el individualismo había quebrantado; la solidaridad aquí tuvo expresión real y concreta sin necesidad de preguntarnos si éramos de los buenos o de los malos…

¿Y las hordas? Nunca más se supo. ¿Y los militares? Todavía en las calles, y el sentimiento de fragilidad existencial que se extiende; una precariedad que ninguna tropa militar logrará aplacar porque “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.

Por Francisco Albarrán (Fotos y texto)

Colaborador de la Radio Comunitaria Lorenzo Arenas, de Concepción

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