Los científicos estadounidenses Richard Dawkins y Christopher Hitchens son noticia mundial por su campaña que pretende la captura y detención del Papa Benedicto XVI por los escándanlos de pederastia en el clero. Lo acusan de complicidad y guardar silencio ante los casos de violación de niños protagonizadas por un número considerable de sacerdotes católicos en el mundo entero.
De acuerdo a su abogado, Mark Stephens, “todo apunta a que el Papa dio prioridad a la reputación de la Iglesia por delante del bienestar de los niños”, en consecuencia puede ser acusado de crímenes contra la humanidad. Anunció este abogado que acudirá a la Corte Penal Internacional para que emita orden de arresto contra el Sumo Pontífice, por cuanto debe ser castigado por su omisión y no contar con inmunidad como Jefe de Estado al alegar que El vaticano fue declarado ilegalmente como Estado por el dictador fascista Benito Mussolini y en consecuencia el Papa no es ni podrá gozar de las prerrogativas de un Jefe de Estado.
El asunto no es nada nuevo, pues en el año 2003 el prestigioso periódico londinense The Observer acusó a la Iglesia católica y al Vaticano de ordenar a los Obispos guardar silencio y mantener en secreto los casos de abusos sexuales a menores a través de un documento oficial conocido, por su nombre en latín Crimen Sollicitationis que también fue publicado por el periódico estadounidense Worcester Telegram & Gazette, que adquirió una copia en el año 2003. El documento en cuestión se mantuvo por cuarenta años resguardado en secreto y clasificado como “Extremadamente Confidencial” en los archivos secretos de la denominada Santa Sede. Daniel Shea, abogado norteamericano y exseminarista lo reveló y lo dio a conocer al público estadounidense. El documento, declara Shea, fue citado como todavía vigente en una epístola del entonces cardenal Joseph Ratzinger titulada: “De Delictis Gravioribus” del 18 de mayo de 2001.
El manuscrito secreto de El Vaticano fue escrito y redactado en 1962 por la Congregación para la Doctrina de la Fe –antiguamente conocida como el Santo Oficio y de la cual Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, fue su director espiritual durante dos décadas- y contiene una serie de instrucciones para los Vicarios de Cristo sobre cómo manejar los casos de pedofilia y de “el peor crimen”, es decir los casos en que los clérigos se ven envueltos en relaciones sexuales con animales, personas o niños.
Igualmente instruye en el manejo de las confesiones para obtener favores sexuales de los fieles. Crimen Sollicitationis «llama a manejar en secreto dichos casos y el secreto se extiende al mismo documento. El castigo por la violación del secreto incluye la excomunión, la que sólo puede ser retirada por el mismo Papa. Tal vez esto explica la negación de la existencia de dicho documento por parte de algunos obispos. Crimen Sollicitationis salió a la luz en el contexto del escándalo de la denuncia de los miles de casos de abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes católicos en Estados Unidos”.
El asunto de un sacerdote pederasta alemán que ejecutó abusos en Munich a comienzos de los años ochenta involucró al Papa Benedicto XVI, quien orientó esa arquidiócesis entre 1977 y 1982.
El diario alemán Suddeutsche Zeitung reveló hace algunos años que el entonces arzobispo Joseph Ratzinger aceptó en el año de 1980 recibir en su jurisdicción eclesiástica a un presbítero delatado por abusos sexuales a menores. Ese religioso, encubierto con el seudónimo de “abad H”, poco tiempo después fue reasignado a una parroquia donde cometió nuevos crímenes de pederastia hasta que en 1986 un tribunal de la Alta Baviera lo condeno a 18 meses de cárcel y a una multa económica.
La opinión pública mundial se encuentra molesta por la aparición de este documento que revela la intención de la Iglesia Católica de mantener en secreto los abusos de cientos de sacerdotes en diferentes puntos del planeta. El periodista y pensador Josep Ramoneda escribe en su articulo “Semana Santa” en El País de España: “la reacción del Papa –pidiendo comprensión con los pederastas y alentando a la iglesia contra las murmuraciones- confirma que el único criterio que guía la política de El Vaticano es la razón de Estado y que puede incluso negar lo evidente y amparar a los criminales…”.
Causó hilaridad aun entre los mismos creyentes las afirmaciones del obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez: “Puede haber menores que sí lo consientan -refiriéndose a los abusos- y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso si te descuidas te provocan”. Actitud y pronunciamiento que estigmatiza a las víctimas y favorece a los victimarios. Igual rechazo sucedió con las declaraciones del obispo de la prelatura Cancún-Chetumal, Pedro Elizondo: “Los curas pederastas merecen perdón porque no sabían lo que hacían (…). Hasta ahora nos damos cuenta por la ciencia y los estudios de las consecuencias de esos actos, que pueden afectar y dañar, pero antes no se sabía”. Y cínicamente añadió: “lo hicieron por ignorancia, a lo mejor no sabían. En tal medida puede aplicárseles el precepto de Jesucristo “perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Para el obispo mexicano y Secretario general de la Conferencia del Episcopado R. González “Los casos de pederastia humanizan a los sacerdotes y los acerca más a la feligresía”. Tal desfachatez y cinismo únicamente la demostraron los altos mandos nazis cuando los tribunales juzgaban su conducta genocida contra el pueblo judío, pues no entendían la naturaleza de su delito: “no era contravención proteger los intereses del Estado”.
Una de las victimas, Aiden Doyle, quien después de cuarenta años decidió contar públicamente el abuso del que fue víctima por un sacerdote, expresa: “Sencillamente me dijeron que nunca hablara de ello, ¡!se acabó!!… ¡!lo superarás!!, irá desvaneciéndose con el tiempo, ¡!lo olvidarás!!, no tienes de qué preocuparte. Todo se centra en el perdón, perdonar al que te ha ofendido y que él me perdone a mí. Ellos eran el juez, el jurado y todo lo demás, en ningún momento me dieron su comprensión, no me dieron ningún consuelo… no sabía lo que significaba: sólo que no debía volver a hablar de ello…”.
Casos como este se repiten en muchas regiones y ciudades donde la Iglesia Católica hace presencia: México, Perú, Alemania, Irlanda, Colombia, Estados Unidos, Ecuador, Guatemala, Costa Rica, España. En el viejo y nuevo mundo una voz se levanta para clamar justicia y aplicación de las normas laicas para todos los prelados que amparándose en su fuero eclesiástico cometen el más atroz de los crímenes: la pedofilia. Demanda esa voz que la reputación de una iglesia no esté por encima de la dignidad de las personas, que no se siga escudando en evangelios para esgrimir que Jesús perdonó a la pecadora y no la juzgó.
Y si el Papa es hallado culpable, pues que lo condenen y lo sentencien, ya bastantes crímenes se le han perdonado a lo largo de la historia. La Inquisición, el Santo Oficio y la Congregación para la Doctrina de la Fe son horrores imperdonables de la historia universal.
Por Pablo Emilio Obando Acosta
Fuente: www.grupotortuga.com