La partitura, Canto fúnebre, escrita en 1908, fue hallada entre cientos de composiciones sin catalogar durante una remodelación del Conservatorio de San Petersburgo, y es considerada como “el eslabón perdido” para conocer su obra en toda su dimensión.
¿Quién no ha encontrado alguna vez algo que hasta ese momento se consideraba perdido? A veces puede ser alguna púa de un guitarrista famoso conseguida milagrosamente en un recital, otra veces el libro de recetas de la abuela que perdiste hace 20 años, o una llave para un cofre de recuerdos.
Y a veces te puedes encontrar con una pieza increíble.
Canto fúnebre (Chant Funèbre en francés o Pogrebal’naya pesn’ en ruso) es pura y simplemente el eslabón perdido para comprender en toda su dimensión el fenómeno de Ígor Stravinsky (Oranienbaum, Rusia, 1882—Nueva York, 1971). Ese giro personal hacia la modernidad desde la tradición decimonónica rusa. Esa revolución musical que emprendió en 1910 con el estreno en París de El pájaro de fuego. Y que continuó cada vez con mayor intensidad los tres años siguientes con dos títulos fundamentales: Petrushka y La consagración de la primavera. Siguió componiendo hasta finales de los sesenta, pero con esas tres obras le bastó para pasar a la historia.
El hallazgo de las partes de orquesta de Canto fúnebre se produjo en otoño pasado gracias a una remodelación en el mítico Conservatorio de San Petersburgo que permitió remover centenares de manuscritos musicales sin catalogar. El peritaje de la musicóloga Natalia Braginskaya, una destacada especialista rusa en Stravinski, unida a la profesionalidad de los bibliotecarios del centro de enseñanza musical de la antigua Leningrado, han permitido dar con esta composición orquestal de 1908 que se creía perdida tras los rigores bélicos de la Revolución de 1917.
El hallazgo fue dado a conocer dentro de un simposio de la Sociedad Internacional de Musicología celebrado precisamente en San Petersburgo. Allí se reivindicó el poder del estudio de los manuscritos para ahondar en el conocimiento de los grandes compositores y la ponencia de Braginskaya fue un verdadero corolario de ello.