El Estado de La Nación, pluralismo y libertad de expresión.

Una forma de conmemorar el Día Mundial de la Libertad de Prensa 2010, establecido por la Unesco hace casi una década, es precisamente asumiendo el desafío de profundizar el debate en torno a quiénes son los dueños de la palabra en nuestras latitudes, y analizando de qué manera nosotros, periodistas y comunicadores que trabajamos con […]

El Estado de La Nación, pluralismo y libertad de expresión.

Autor: Wari

Una forma de conmemorar el Día Mundial de la Libertad de Prensa 2010, establecido por la Unesco hace casi una década, es precisamente asumiendo el desafío de profundizar el debate en torno a quiénes son los dueños de la palabra en nuestras latitudes, y analizando de qué manera nosotros, periodistas y comunicadores que trabajamos con ella, que tenemos el deber de hacerla circular sin trabas, ni censuras, contribuimos al tejido social de una ciudadanía mejor informada, más reflexiva, y con distintos puntos de vista.

Está claro que en esta tarea, que se puede sintetizar en la búsqueda de la diversidad de fuentes y  visiones, o en la polifonía de voces que se hacen cargo del vasto y complejo universo político, social y cultural de nuestras sociedades, poner el foco del debate en la concentración de la propiedad de los medios de comunicación resulta indispensable. Más, si ella da cuenta de la real dimensión que adquiere la libertad de expresión en nuestros países.

Así, el trabajo “Los dueños de la palabra”. Acceso, estructura y concentración de los medios en la América Latina del siglo 21, de los investigadores argentinos Guillermo Mastrini y Martín Becerra,  amplía el campo de reflexión de un tema crucial que no es sólo privativo de Chile, pero que también apunta a una reiterada excepcionalidad chilena, y que en este caso nos transforma en uno de los países de la región donde el fenómeno de la concentración es más marcado.

Entonces, resulta pertinente interrogarse hoy acerca del destino del diario La Nación, cuya anacrónica impronta gobiernista ha alimentado el férreo deseo de un sector de la derecha chilena para que el Gobierno la cierre, así como las dudas de la actual administración que se debate entre su clausura definitiva y su cambio de estatus.

Esta  discusión tuvo como primera víctima a la propia libertad de expresión, al instalarse el veto y la represalia de un sector del poder político sobre un periodista, Mirko Macari, quien duró escasas horas como director del diario La Nación, para luego ser sacado abruptamente de dicho cargo.

La razón: Haber dirigido hace años atrás una revista que en el marco de un escándalo vinculado con una red de pedofilia, puso en portada a un senador de la derecha, bajo el título de “bajo sospecha”.

Acerca del destino de La Nación, no cabe la indiferencia en el marco del duopolio de la prensa escrita del país, a cuya concentración de la propiedad podemos agregar que se beneficia con el 77 por ciento del avisaje del gobierno central, que en estos años ha contribuido a consolidar nuestro precario mapa informativo, obviando el acceso igualitario a los recursos fiscales provenientes del avisaje publicitario, el pluralismo informativo y la libre competencia.

Por ello, pensar en el Diario La Nación con estatus de medio público, del Estado y no del Gobierno de turno, que contribuya al fortalecimiento del pluralismo y la diversidad de opinión; que sea capaz de enriquecer el debate ciudadano renovando la pauta informativa, así como de innovar y ampliar las fuentes de información, resulta no sólo un desafío periodístico sino un deber con la libertad de expresión.

Temas como los que abordan Martín Becerra y Guillermo Mastrini; vetos como los vividos por el periodista Macari; incertidumbres como las que caen sobre el diario La Nación; especulaciones sobre el destino final de Chilevisión, cuya venta gravitará  también en los barómetros con que medimos el pluralismo de nuestra televisión, resultan fundamentales para la calidad de nuestras democracias.

Porque si esa calidad la pasamos por la vara del pluralismo y diversidad informativos, y de libertad de expresión, muchos de nuestros países, incluido Chile, no pasan la prueba.

Por Faride Zerán

Premio Nacional de Periodismo 2007


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