A estas alturas, el número ‘27’ ya no solo se asocia al ‘Club de los 27’ –integrado por celebridades de la música fallecidos a esa prematura edad, como Jimi Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain, Amy Winehouse–, sino también, en el caso de Michelle Bachelet, al terremoto del 27 de febrero de 2010, más conocido como 27F.
Como si fuera parte de un sino, el mismo número 27 vuelve a decorar el firmamento bacheletista. Esta vez, con ocasión de los 27 años del plebiscito del 5 de octubre de 1988, ocasión recordada este domingo 4 en el Teatro Caupolicán por la Nueva Mayoría en pleno; acto connotado como ‘Caupolicanazo’ por los cerebros comunicacionales del conglomerado oficialista.
En la ocasión, Bachelet reconoció lo malo y llamó a la unidad. «Es cierto que hemos cometido errores y lo hemos reconocido, lamentamos no haber podido hacer las cosas mejor cuando era necesario. Y que hay espacio para mejorar, por supuesto; hemos escuchado (las) legítimas dudas y las críticas constructivas de los que quieren el bien de Chile», dijo. La Presidenta también defendió su programa, asegurando tener la capacidad “para realizar los cambios que los chilenos y las chilenas nos demandan, porque cuando actuamos como un solo cuerpo somos capaces de cumplir la tarea que el país nos impone”.
Celebrar, conmemorar, festejar, recordar, cualquiera sea el verbo con que se quiera etiquetar una fecha emblemática para la democracia chilena, no debe pasarse por alto un pequeño detalle: el ‘Caupolicanazo’ de este domingo 4 de octubre de 2015 fue una actividad íntima organizada por la Nueva Mayoría para respaldar a Bachelet, donde no estuvo presente la ciudadanía que hace 27 años dio sentido a esa épica concertacionista del descontento con la dictadura.
Esta vez fue el bacheletismo, esa manifestación extrema de lealtad interesada –condicionada, muchas veces–, llevada al paroxismo que impulsó a su líder a leer de manera errada la realidad. «Debemos mostrar capacidad para derribar el muro de la desinformación y evitar los conflictos artificiales», dijo la Mandataria, sin percatarse que ella misma, con su hermetismo y secretismo, ha levantado ese muro; hermetismo y secretismo que le ha causado más de un conflicto, no artificial, sino, real.
‘Caupolicanazo’ realizado en día inhábil para que pudieran asistir todos los ‘honorarios’ y ‘contratas’ que le deben el puestecito en la administración pública a esa adhesión circunstancial al programa de gobierno, o en el mejor de los casos, en semana no distrital para que pudiesen asistir los honorables, sin que nadie los salga pelando. Una celebración estelarizada, en último término, por esa pléyade de dirigentes sempiternos que forman el elenco estable de toda celebración político-deportiva, como el recuerdo que los reúne hace 27 años.
Si el Gobierno de Michelle Bachelet fuera todo lo ciudadano e inclusivo que prometió ser –y que a estas alturas ni ella misma quizás tenga claro cuándo y por qué cambió ese propósito– habría que preguntarse por qué el mentado ‘Caupolicanazo’ no tuvo lugar un día hábil, donde la gente de la calle, el ciudadano de a pie, pudiese haberse sumado, como cuando fue convocado a soñar bajo un arcoíris. Por desgracia la respuesta es obvia: esa épica del NO ya no existe. Ese momento histórico y mágico donde los chilenos derrotaron con un lápiz a una dictadura, se esfumó.
Es cierto que hubo alegría, pero duró poco. En los siguientes 27 años esa alegría se fue desfigurando para dar paso a la decepción de los que esperaban más de la democracia honesta, no obstante lo afirmado por Bachelet este domingo: «Esto no se acaba aquí, que la unidad de los demócratas progresistas no es flor de un día, por el contrario, este impulso no debe detenerse, sino que consolidarse y proyectarse. Es tanto lo que nos une, que el país no entendería que no profundizáramos lo que hemos sido capaces de hacer juntos».
Que el Gobierno se junte a puertas cerradas a ser aplaudido por un auditorio compuesto por un público interesado en conservar la peguita que le llegó de sopetón, no debiese ser leído por la Presidenta en clave triunfalista, como una oferta de adhesión incondicional, sino que debiese encender sus alarmas, pero ella no lo entiende así. Por el contrario, agradece «a todos quienes defienden nuestro proyecto y responden con lealtad, a quienes no bajan los brazos en los momentos difíciles, porque es cuando más necesitamos el apoyo». El apoyo, siempre es ciudadano.
¿Por qué durante el ‘Caupolicanazo’ la Presidenta sostuvo que se «requiere construir una coalición política sólida, con valores, ideas, sentido histórico, mucha amistad cívica, que dure unida y vital en el tiempo», acaso ese pacto no se fundó hace 27 años? Al parecer, en vista de la suma de desaciertos y deslealtades de ciertos firmantes, ese contrato solemne deba reevaluarse, ahora, eso sí, con la participación efectiva de la ciudadanía, y no como esa masa amorfa en calidad de extra de spot publicitario, que hace 27 años saltaba de alegría, sin imaginar que ello no era más que una ilusión.