El progresismo latinoamericano ha sido una inspiración para la construcción de una nueva centro izquierda chilena, que ha sabido ver en los procesos políticos de nuestros vecinos una nueva forma –posible- de llevar a la práctica sus sueños de libertad, desarrollo, garantía de derechos y justicia social. Sin embargo, el contexto chileno exige una reformulación de los límites prácticos de estos horizontes de sentido progresistas. Cuotas de realidad que obedecen a nuestra historia reciente y a la forma en que esta forjó una sociedad con una forma única de entender, ver y valorar el mundo.
Es inspirador para la nueva centro izquierda chilena, por ejemplo, el valor que algunas experiencias progresistas latinoamericanas han dado a la profundización de la democracia, con la realización de procesos constituyentes serios y vinculantes de la opinión de la ciudadanía. Esto les ha permitido no solo el mejoramiento de la calidad de sus democracias y la renovación de su confianza en las instituciones, sino que además la revalorización de la acción colectiva. En Chile, la profundización de la democracia se ha visto limitada por nuestra Constitución que, heredada de la Dictadura, aún funciona como un ancla moral para nuestra historia común, impidiendo el re-encuentro político y pacífico de los chilenos. Hemos llegado por eso a un individualismo tal, que nos hace confundir libertad con egoísmo, y por tanto comprender en la ambición una virtud y no un pecado.
Es también inspirador para Chile la forma en que algunos progresismos latinoamericanos han logrado invertir la relación entre el capital y el trabajo. Y también, como han devuelto a este último como el fin último de la producción y no al revés. Básicamente, esto se trata sencillamente de la vieja idea de recuperar y defender los derechos laborales. Pero seamos justos, esto no es norma solo de países con gobiernos progresistas, sino que lo es hasta de los más liberales del planeta. Menos en Chile. En nuestro país uno de cada dos chilenos gana poco más que el sueldo mínimo, no tenemos a negociación por rama, la legislación desmoviliza a los sindicatos y organización de trabajadores, en suma, no tenemos capacidad de equilibrar las relaciones entre empleado y empleador. La justicia social y el respeto de los derechos laborales, sobretodo en Chile, uno de los países más desiguales del planeta, debe movilizar al progresismo con urgencia. Pero el fin último de esta justicia social no debe ser para el progresismo chileno el simple logro de una “sociedad igualitaria”. Más allá de eso. Creo firmemente que es condición necesaria para la libertad individual, lograr un piso mínimo de dignidad entre los seres humanos. Crecer desde la misma línea de partida, con las mismas oportunidades y esperanzas de realización, hará que los logros sean fruto del esfuerzo y no de la cuna. La legitimación de las diferencias depende de la capacidad que tengamos como sociedad de nivelar la cancha en la partida. Y esa solo puede ser una misión de sociedad. Es resorte del Estado, no solo del Mercado, la verdadera libertad.
Y así como nos inspiran, también vivimos fuertes diferencias con muchas de las experiencias progresistas latinoamericanas. Por ejemplo, la nueva centro izquierda chilena no se puede pensar ni desde el materialismo histórico ni desde la lucha de clases. Muy lejos de eso, la justicia social debe respetar la libertad individual y la propiedad privada. La estatización de los medios de producción es un lenguaje lejano y ajeno para el sentido común de los chilenos y chilenas. Aunque, y pese a lo anterior, también es cierto que abogamos por el control de ciertas empresas y de servicios estratégicos y, fundamentalmente, por el control de la renta de los recursos naturales. Así mismo, y al mismo tiempo que luchamos por el respeto de la propiedad privada, también lo hacemos por el fortalecimiento de marcos regulatorios que promuevan y transparenten la libre competencia y eviten la formación de monopolios y oligopolios. En Chile las grandes empresas han demostrado su tendencia a actuar como carteles, y a fijar precios de manera coludida. En el progresismo chileno creemos en lo privado. Pero nuestra historia nos pone en la urgencia de fortalecer y re-conceptualizar lo público. El Estado chileno, que es la sociedad civil institucionalizada, es incapaz de realizar siquiera el mínimo. Hoy en Chile es perfectamente posible que un niño nazca en una clínica privada, asista a un jardín infantil privado, a un colegio privado y a una universidad privada. Ya adulto, su seguro de salud estará en manos de privados, su pensión será manejada por una aseguradora privada, conducirá su auto por carreteras privadas y sus hijos jugarán en parques privados. Cuando caricaturescamente me preguntan si quiero construir un país con un Estado todopoderoso, irónicamente les contesto que basta como primer paso con un Estado como el de Estados Unidos, que no esté amarrado e imposibilitado de cumplir sus obligaciones.
Por eso nuestro progresismo es también un asunto de patria. Porque, si el Estado es la sociedad institucionalmente organizada, cabe preguntarnos: qué estamos haciendo como sociedad por nuestras nuevas generaciones. Y por tanto, qué esperamos que las nuevas generaciones hagan por nosotros como sociedad. El progresismo y los nuevos horizontes de la izquierda en Chile deben ser conscientes que trabaja sobre un “terreno sociológico” poco fértil para hablar de comunidad y solidaridad. Por eso, el paradigma del progresismo en Chile para ser exitoso, debe hacer sentido primero al individuo, y luego a la comunidad.
De este modo, si bien compartimos con otros progresismos de América Latina el ideal de construir un país más justo y más desarrollado para todos, la trayectoria que ha seguido Chile hace que nuestros desafíos sean particulares, y que el sentido común de nuestra lucha sea también muy distinto. Probablemente en otros países nuestras propuestas serán consideradas moderadas. Pero eso demuestra un último rasgo diferenciador del progresismo chileno. Nuestro ideal de futuro no responde a modelos o fórmulas, sino a nuestras propias experiencias históricas y a nuestra particular forma de ver y entender las cosas.