El patrón, de Sebastián Schindel
El título completo es El patrón, radiografía de un crimen (el subtítulo no agrega nada y, por eso, es llamativo, sobre todo, en una película donde no hay ningún exceso). Se trata de una coproducción argentino-venezolana. Actúan Joaquín Furriel, Luis Ziembrowski, Mónica Lairana, Germán De Silva, Andrea Garrote y Guillermo Pfening. El guión es de Sebastián Schindel, Nicolás Batlle y Javier Olivera, basado en el libro homónimo de Elías Neuman. Se estrenó en febrero de este año.
La historia se enfoca en un hecho criminal verídico sobre un hombre del interior que llega a la Capital en busca de trabajo y termina explotado por un siniestro patrón que lo obliga a vender carne podrida. El protagonista acaba sometido a una verdadera esclavitud, en el corazón de la Ciudad de Buenos Aires, en el siglo XXI, hasta que. Puntos suspensivos.
El guión es sólido. Con inteligencia, evita la dispersión. La trama opera en dos tiempos diferentes, para introducir, con precisión, la línea policial y jurídica y desarrollar, con eficacia, las pequeñas subtramas. Resulta significativo el hecho de ser una historia muy crítica, sin caer, en ningún momento, en lo panfletario.
A esto, se suma un trabajo de fotografía completamente ajustado a las necesidades de la narración. En resumen, estamos ante un saludable ejercicio de clasicismo narrativo, para un relato que, para no caer en el exceso, aprovecha, con austera profundidad, las ilimitadas posibilidades visuales y sensoriales en el marco de una carnicería.
El clan, de Pablo Trapero
El guión, como la dirección, pertenecen a Pablo Trapero. La filmación contó con mucho dinero. Se trata de una coproducción argentina-española. Intervinieron: Kramer & Sigman Films / Matanza Cine / El Deseo / Telefé / Fox International Productions (FIP) / INCAA / ICAA. Actúan Guillermo Francella, Peter Lanzani, Inés Popovich, Gastón Cocchiarale, Giselle Motta, Franco Masini, Antonia Bengoechea, Gabo Correa. Se estrenó en agosto de este año.
La historia está basada en el caso policial del Clan Puccio, que conmocionó a la sociedad argentina a comienzos de los ochenta, durante la Dictadura Militar (y una vez vuelta la Democracia, bajo la entonces todavía activa influencia de los jerarcas militares). Pablo Trapero fue hábil para detectar el potencial cinematográfico de ese exótico entramado tejido alrededor de un relato que parece pensado directamente para la ficción: una familia religiosa y con vínculos sociales estrechos en el cerrado y elitista mundo del rugby de la zona norte de Buenos Aires, dedicada a recaudar fortunas a partir de un sistema de secuestros extorsivos.
Ahí está una de las primeras claves de la película: el registro certero de la distancia que la sociedad argentina ha recorrido en los últimos treinta años de vida institucional. La historia del clan Puccio puede observarse hoy como coletazo evidente de una lógica de funcionamiento social que la dictadura selló a fuego: la violencia como herramienta de disciplinamiento y progreso económico, el ocultamiento, la falsedad, la omisión y la complicidad como espíritu de época.
El film nos sitúa en un contexto claro, con apenas un par de apuntes: en el inicio, un afiebrado discurso del general Galtieri; más adelante, las pistas del final de una etapa, sintetizado en el resquebrajamiento del vínculo entre Arquímedes Puccio (Francella) y un paradigmático comodoro que opera desde las sombras (ese comodoro es uno, pero podría ser muchos otros). Aunque lo que duplica el valor de la película es su capacidad por volar por encima de esa lectura política —valiosa— y transformarse en un thriller nervioso y atrapante (una virtud notable si se toma en cuenta que, de una manera u otra, con mayor o menor detalle, casi todos conocemos el desenlace).
Se ha hablado muchas veces de la fluidez narrativa de las películas de Trapero, y El clan impulsa a rendirse ante las pruebas. De hecho, dura 110 minutos, que apenas se sienten.
Nosotros destacamos el uso de las elipsis, la música y el montaje: tres ejemplos de contundencia. Por lo demás, la película pierda un poco de identidad al apelar a recursos típicamente hollywoodenses, que, en términos generales, no la desmerecen.