El hombre, dicen, sigue de la vida a la muerte el ciclo de la mariposa: en su infancia es una pequeña oruga y una gran oruga es en su madurez. Luego, en su vejez, se convierte en crisálida. Su tumba es el capullo de donde sale el alma, que vuela en forma de mariposa. El batir de las alas es la expresión de la fugacidad de su vida y acaso de su reencarnación.
Nosotros visitamos a Daniela Abbate en su taller. La artista nos contó sobre la génesis de su obra y la particular presencia simbólica en ella de la imagen de la mariposa.
Daniela Abbate es artista visual. Vive en Luján (Buenos Aires), desde hace siete años. Pintó siempre, pero comenzó a hacerlo de modo profesional hace doce años. El inicio de su carrera oficial coincidió con la finalización de su Licenciatura en Artes Visuales, en el IUNA, con orientación en Pintura. Se perfeccionó con Héctor Destéfanis durante diez años. El IUNA y el taller de su maestro le sirvieron para encontrarse con la práctica.
Su tesis de grado consistió en una investigación sobre su propia labor pictórica. El eje temático de abordaje fue la figura de la mariposa. El objetivo era descubrir una poética a partir del trabajo realizado hasta entonces. Implicó la revisión de lo realizado durante el período comprendido entre el 2009 y el 2011, con exigencias intensas, tanto emocionales como teóricas, pues debía analizar sus producciones como si provinieran de otro, con un extrañamiento resultante inevitable.
El miércoles pasado, estaba en su taller, en Luján, donde da clases. Nos esperaba con una cajita. Cuando la abrimos, encontramos adentro una gran mariposa. Este insecto, que llegó a Daniela casualmente, es el disparador de su muestra, Te recuerdo como eras.
Un día dio con esta mariposa, en el patio de su casa. La bocetó, la estudió, y así pasó al cuadro «Te recuerdo como eras», el objeto central de su tesis, que da nombre a la muestra. Paralelamente, mientras investigaba, produjo el resto de las obras que componen la serie.
En la tesis mencionada, hizo un seguimiento histórico-antropológico del símbolo en cuestión. Lo halló, por un lado, en una cueva de 32000 años de antigüedad; además de representaciones de lo que suele aparecer en cuevas prehistóricas, como bisontes y mamuts, había dos dibujos de mariposas. Por otro lado, lo halló en los muros de los campos de concentración de Auschwitz. Es decir, halló la misma imagen, pero en dos extremos históricos y representacionales.
La conclusión de la tesis fue que la mariposa había cumplido una función muy fuerte en Te recuerdo como eras. Remitía a la dualidad del símbolo, al proceso de mutación de los cuerpos, a las ambivalencias de humanización y deshumanización latentes en las personas y en la historia, a lo pasajero de las emociones, entre otros valores arquetípicos. «Este trabajo para mí es un desarrollo reflexivo a partir de la imagen y del lenguaje plástico, donde yo reflexiono sobre la condición humana», dijo la artista.
En la serie que ofrece ahora se pueden rastrear varias influencias estéticas. Algunas de ellas, que la artista no procura ocultar, por humildad y por comprender el mecanismo intrínseco de la producción cultural, provienen de, en primer lugar, su maestro Héctor Destéfanis, y luego, de Francis Bacon, Edgar Degas, Giorgio de Chirico, Henri Matisse, Emilio Pettoruti, Odilon Redon, entre otros.
La mariposa, en síntesis, aparece en la obra de Daniela como emblema de vitalidad. El batir de las alas, bajo la luz del sol, ofrece una imagen de plenitud, inestable e intensa, como la llama. Tal vez sea, como dijimos en principio, también una metáfora del hombre, con su poder y con su fragilidad.
«El arte en sí hay que verlo, porque propone reflexiones sobre la cultura, sobre la sociedad, sobre la condición humana. No sé si da respuestas, pero propone preguntas. Es transformador, desde lo emotivo», agregó Daniela. Aquí consignamos las obras de la serie, para comprobar la relevancia concreta de lo que aquí solo se puede sugerir.