Recuperar el carácter republicano y democrático de la universidad pública en Chile es, desde hace años, una cuestión urgente. Para ello, es necesario poner en el centro de la discusión el cuestionamiento crítico al actual modelo de desarrollo universitario, las políticas públicas del sector, los regímenes normativos de las universidades públicas y privadas, los sistemas de financiamiento. Estas cuestiones, si bien inherentes al sistema universitario, son parte del proceso de transformación neoliberal experimentado por el Estado en las últimas décadas. Comprender estos procesos es, por tanto, condición para avanzar en la construcción de argumentos para recuperar la universidad pública.
Durante la década de los setenta se inició una nueva fase del capitalismo en el mundo. En el ámbito del Estado, se pasó de un Estado de bienestar y de derechos, a un Estado Subsidiario y de derechos de libertad y responsabilidad individual. En el ámbito económico, se cambió un modelo de sustitución de importaciones y/o industrialización, por un proyecto de liberalización de mercados, orientado a las exportaciones. En el ámbito de la educación superior, el financiamiento estatal fue reemplazado por el financiamiento personal o privado. En el ámbito de las políticas de investigación y desarrollo, el apoyo a los planes nacionales de desarrollo fue sustituido por el financiamiento de proyectos de ciencia y tecnología, según criterios de rentabilidad de mercado.
El cambio de la superestructura de los capitalismos dependientes en nuestra región fue avasallador: Chile (campo de experimentación inicial) a inicios de los ochenta; Venezuela, México y Brasil, a inicios de los noventa; Argentina a mediados de los noventa; Colombia y Perú, a fines de los noventa.
Este cambio “revolucionario” (para otros contrarrevolucionario) de la superestructura jurídica-política del Estado latinoamericano, por medio de las reformas neoliberales (1), sólo pudo implementarse por medio del aniquilamiento de los movimientos obreros y sociales, propios de nuestra región. Persecuciones, encarcelamientos, ejecuciones y desapariciones de dirigentes obreros, indígenas, estudiantiles, académicos, de los partidos y movimientos sociales opositores a estas reformas, fue una de las estrategias.
Otra estrategia, quizás una de las más efectivas y que se manifestó solapadamente, fue la coaptación de los dirigentes sociales y políticos, solicitándoles de “buena manera” no oponerse a estas reformas mediante la movilización de sus sectores.
El retroceso de los sectores más conscientes de la lucha de los pueblos y su emancipación, estuvo también coronado, en la década de los noventa, por la caída del modelo de organización socialista del Estado. Esta coyuntura histórica trajo como consecuencia el fortalecimiento, por parte de los neoconservadores, de las políticas orientadas a reformar el Estado, garantizando con esto la construcción del estado neoliberal. Es más, intelectuales conservadores pregonaban el fin de la historia y el último hombre.
Otros, decepcionados de los meta relatos de la izquierda política, abrieron el debate post moderno, como forma de responder críticamente al fin de la historia. Sin embargo, su nihilismo semántico los llevó a convertirse en los principales socios de Fukuyama, lamentablemente desde posiciones de izquierda. De hecho, se refugiaron en las universidades, buscando un discurso crítico de las grandes reformas, pero terminando en uno conciliador con las acciones neoliberales, que reconocen al individuo como el sujeto de su hacer, ángulo de coincidencia con el discurso postmoderno.
Los lideres socialdemócratas de los noventa clavaron la rueda de la fortuna en las reformas neoliberales, poniendo toda su apuesta política en ellas. Ejemplo de esto son los gobiernos de Chile y Brasil, con prominentes líderes de la centro–izquierda, que terminaron administrando las políticas asociadas al Consenso de Washington. Incluso, algunos se jactaron, en foros internacionales, de haber ido más allá de este consenso, es decir, de haberlo profundizado. Así lo dijo el Presidente Ricardo Lagos, en el discurso del X Congreso del Clad en Santiago, mostrando a Chile como un país exitoso y ejemplo a seguir en la región.
Este cambio puede definirse como una reestructuración de la matriz social que movía las sociedades latinoamericanas. En la década de los 80, las sociedades latinoamericanas se articulaban según los principios de solidaridad e integración social o de clases. Esta matriz, que al igual que la actual se expresaba en la súper estructura jurídica, política y cultural simbólica del “Estado Burgués Latinoamericano” (2), fue reemplazada por otra donde la sociedad se ordena en función de los principios de libertad e individualismo. El diseño de políticas públicas se comenzó a orientar por estos principios. Los sistemas de educación superior y las universidades no se escaparon a la aplicación de estos principios, ya que, según el neoliberalismo, este sector constituye un mercado competitivo de producción de bienes y servicios (3).
Esta mirada de la universidad tiene como consecuencia sacarla del campo político institucional de contingencia, que tradicionalmente había ocupado en la fase de modernización capitalista keynesiana, llevándola a la conformación de una industria del conocimiento, que genera riqueza y beneficios privados.
En este periodo de modernización neoliberal, la universidad es reestructurada en función del mercado. Como eje motor de su rediseño, los costos de producción son más importantes que la importancia estratégica que el o los proyectos tienen para el desarrollo del país. Se aplica un enfoque de producción de conocimiento, que está vinculado a la sobreexplotación de recursos naturales, y de la mano de obra intelectual, técnica y operaria. Un ejemplo de esto son los modelos de asignación de mercado de los recursos, para el desarrollo de investigación científica, la formación de postgrado y de grado. Otro efecto, simbólicamente deseado pero no reconocido, es la pauperización de la función docente y de investigador, siendo ahora una función vista desde la perspectiva de los costos y de la producción, indexada a proyectos fundamentalmente de corto plazo.
Este modelo de modernización jibariza la universidad republicana, cuya función principal era aportar las luces y lineamientos al Estado y la sociedad, para su conducción y desarrollo integral, integrando y articulando en su seno a las clases sociales que disputaban la hegemonía de la sociedad (4).
Los efectos de la “modernización” neoliberal en el sistema universitario son variados, pero nombraremos los más importantes y comunes, a saber:
• Desvinculación del quehacer de la universidad con el desarrollo país. Por lo mismo, el Estado se desvincula del desarrollo de las universidades y acota su financiamiento a principios de competitividad de mercado de recursos públicos;
• Expansión de la oferta académica de pregrado, sin relación a los requerimientos de desarrollo del país, sino más bien vinculado a la valorización de los consumidores y a los costos de producción. Esto tiene como efecto una ampliación de oferta en la ciencias sociales y humanidades, dejando de lado la oferta de carreras técnicas y científicas, estratégicas para los sistemas de producción del país;
• La oferta de postgrado es vinculada al mejoramiento de la empleabilidad de los profesionales, más que a un mejoramiento de líneas de investigación y desarrollo del país;
• Las políticas de ciencia y tecnología son reorientadas a la adopción y aplicabilidad de técnicas de producción, que profundizan la dependencia con países desarrollados;
• Vinculación de la función académica a la producción fordista del conocimiento, condicionada y evaluada por indicadores de gestión, que pauperizan la función en sí misma, dejando de lado la visión holística del académico y la académica.
Entender las características actuales del sistema universitario como resultado del proceso de transformación neoliberal del Estado, es central para la recuperación del carácter republicano y democrático, que por varias décadas caracterizó a la universidad pública en Chile.
Cullipeumo, Otoño 2010
Por Pablo Monje-Reyes
Administrador Público, Magíster en Gestión y Políticas Públicas, Profesor de Escuela Latinoamericana de Postgrado y Políticas Públicas de la Universidad de Arte y Ciencias Sociales de Chile.
NOTAS
1) Monje – Reyes, Pablo; (2004); “Globalización y las Políticas de Reforma y Modernización del Estado en América Latina” págs. 61 – 75; en Leal, Antonio (editor); “Globalización, Identidad y Justicia Social”; School for International Training, Editorial Universidad Arcis, Santiago de Chile.
2) Definido como Estado Burgués sería una visión que vincula solo a la caracterización clásica de la tradición europea del Estado. Al conceptualizarlo como Estado Burgués Latinoamericano, podemos integrar un grupo de variables analíticas que permiten entender de mejor manera nuestro modelo de Estado y sus formas originarias de sometimiento y uso del poder. Un ejemplo de esto es que quizás en gran parte de Estados Latinoamericanos no existe un Burguesía dominante que se perciba como modernizadora y liberal, por el contrario tienen un carácter más conservador y menos modernizantes de sus sociedades. Véase: Larraín, Jorge (1997); “Modernidad e Identidad en América Latina”; Revista Universum; Año 12; 1997; Universidad de Talca; Talca – Chile. http://universum.utalca.cl/contenido/index-97/larrain.html .
3) Véase: Brunner, J.J.; Elacqua, G.; Tillett, A.; Bonnefoy, J.; González, S.; Pacheco, P. y Salazar, F. (2005): “Guiar el Mercado: Informe sobre la Educación Superior en Chile”, Univ. Adolfo Ibáñez, Santiago de Chile.
4) La articulación de clases en el sistema universitario latinoamericano se dio por medio de la creación de universidades técnicas estatales que su objetivo central eran formar obreros altamente especializados. Una gran parte de estas universidades eran o son aún herederas de las escuelas de artes y oficios.