«Sea como sea guardo una emoción suave que desaparece cuando se expresa con palabras».
Banana Yoshimoto
Todas las obras de Leticia Miglioranza tienen una fuerza íntima abrumadora. Y como todas las grandes obras, las suyas tienen esa sutileza que las hace pasar desapercibidas en la primera vista. Demandan del espectador el detenimiento. Entonces, poco a poco, se revelan rotundas, a partir de la alusión.
En los espacios que trabaja, se mezclan lo íntimo y lo anónimo. Explícitamente, los paisajes retratados no dicen mucho. Pero con símbolos aquí y allá (las valijas, las flechas, los juguetes, las sillas, los desnudos, un gesto corporal) y, sobre todo, con la técnica (pintora al fin y al cabo), Miglioranza disuelve paradojas y tematiza la condición humana, al desnudo.
Insistimos en esto último, porque es fundamental. Los personajes siempre muestran cierta indiferencia, no apatía (evidentemente tienen sentimientos), pero están reconcentrados sobre sí mismos, en sus mundos, diremos, distantes. En consecuencia, el espectador queda rechazado, porque los personajes no se preocupan por él, pero, en la medida en que algo pasa adentro suyo, invitan a quien los contempla a que se los indague. No se muestran, sino parcialmente, en la medida en que uno acepta meterse en el mundo que habitan. Quizás esto tenga que ver con la esencia misma de la identidad, insoslayable pero inasible.
Otra de las dicotomías que sostienen los cuadros de Miglioranza es, por un lado, la sencillez (espacios medio vacíos, pocos objetos —a veces ninguno, excepto un cuerpo humano—, planos de color simples), y por otro lado, una disposición, en algún punto, teatral, dramática, que remite a Velázquez. Esto se traduce también en términos composicionales, de una tensión y solidez llamativas.
Asimismo, hay un vaivén entre estatismo y dinamismo. De una parte, están los personajes y el mundo objetual inmóviles, y las composiciones equilibradas; de otra parte, está el dinamismo de esas mismas composiciones, y la apariencia que tienen los personajes de estar teniendo una procesión interna y encontrarse a punto de tomar alguna resolución.
Por último, queremos resaltar la sensualidad de estas imágenes. Por lo general, tienen mucha ternura. Los colores pasteles y el azul cerúleo o naranja y verde intensos y saturados generan una vibración. Lo mismo que la luz, artificial, que brilla en algún borde.
En resumen, se trata de un trabajo singular, en el que confluyen intensidad y sosiego. Y en el que subyace, por supuesto, el virtuosismo de la artista.