Existen sólo cuatro fotografías tomadas al interior del campo de concentración de Auschwitz. Tomadas por un interno que logró filtrar las fotografías a través de un tubo de pasta de dientes a la resistencia polaca, estas representan la única denuncia fotográfica de la vida al interior del campo. Conocidas como las fotografías sonderkommando, éstas muestran diferentes escenas del horror al interior del campo: dos de ellas muestran la cremación de decenas de cuerpos; otra es una fotografía de los troncos de un árbol que falló en el encuadre; y por último, la cuarta muestra un grupo de mujeres desnudas justo antes de entrar a la cámara de gas. Su uso propagandístico buscaba unir a la población polaca en una rebelión contra las fuerzas nazis que en 1944, se veían debilitadas por una guerra de dos bandos.
Junto con las fotografías sonderkommando, las experiencias de decenas de prisioneros de múltiples campos de concentración han servido para reconstruir la letal máquina de matar nazi. Testimonios como los de Primo Levi y Viktor Frankl son referencias para entender la psique humana al interior de un campo nazi, pero existe otro testimonio escasamente conocido, el de un hombre que se internó voluntariamente en el campo de concentración: Witold Pilecki.
Corría el año de 1940, cuando el oficial polaco Pilecki, quien trabaja para el Estado Secreto Polaco de un país destruido por la simultánea invasión nazi y soviética, se dejó arrestar por la Gestapo. Además de realizar operaciones de inteligencia desde el enigmático campo de Auschwitz y confirmar los rumores sobre los actos al interior, Pilecki quería descubrir el destino de dos de sus camaradas. Así, un hombre se encaminó hacia la muerte; al campo al que nadie llegaba voluntariamente.
Con métodos similares al del contrabando de las fotografías sonderkommando y por el hecho de ser asignado a labores fuera del campo, Pilecki fue capaz de entregar múltiples reportes breves sobre la vida al interior del campo, mismos que llegaron a la resistencia polaca en 1940, 1941 y 1942. Uno de los reportes señala la entrada del oficial a Auschwitz: “me despedí de todo lo que conocí en la tierra y entré a un lugar que parecía ya no pertenecer al resto del mundo”.
En sus demás informes, reportó la manera en que los polacos del campo eran ejecutados en público, aunque pronto las ejecuciones masivas, inyecciones letales y cámaras de gas se convirtieron en la forma más rápida para los nazis de “limpiar” los campos. También relató cómo los soviéticos que habían sido prisioneros de guerra fueron los primeros en ser asesinados en las cámaras, sirviendo como conejillos de indias con el Zyklon B. Pero además de la muerte como constante, las precarias condiciones de vida llevaron al oficial a realizar disertaciones filosóficas sobre el sentido de ser humanos:
“Cuando marchábamos por el gris camino hacia la curtiduría en una columna que levantaba nubes de polvo, uno podía ver la hermosa luz roja del alba que brillaba en las flores blancas de los huertos y en los árboles al borde de la carretera. En el viaje de regreso nos encontrábamos con parejas jóvenes caminando, respirando la belleza de la primavera, o mujeres empujando pacíficamente a sus hijos en sus coches de juguete. Entonces surgía una incómoda idea en nuestra mente, rebotando en nuestro cerebro, tercamente buscando una solución a la cuestión insoluble.. ¿éramos todos… personas al final?”
Aunque Pilecki corrió el riesgo de morir como el gran porcentaje de los internos para informar a la resistencia de las actividades, los polacos ajenos a la realidad del campo creían exagerados sus reportes sobre las cámaras de gas, hornos crematorios e inyecciones letales. El voluntario de Auschwitz pregonaba por una invasión de la resistencia al campo, pero la idea se desestimó por considerarla imposible
Cuando las posibilidades de morir aumentaron y Pilecki decidió acudir en persona ante las autoridades polacas para contar lo sucedido, decidió escapar, por lo que en medio de la noche del 26 de abril de 1943 huyó junto con otros dos prisioneros. Previo al escape, el polaco se aseguró de ser asignado a la pastelería del campo, desde la cual podía escaparse por la puerta trasera, y en donde podía realizar una copia de la llave al interior del pan fresco. Vestidos con ropa civil bajo ellos, los tres hombres también traían consigo tabaco, mismo que dejaban en el camino para cubrir sus pasos ante los sabuesos.
Después de su escape, Pilecki se unió al ejército polaco y escribió un informe de inteligencia sobre los actos nazis al interior del campo de concentración. Para 1945, accedió reunir informaciones sobre los soviéticos, pero fue detenido por el régimen comunista polaco. Fue juzgado por espionaje y ejecutado en 1948.
El régimen comunista que gobernó Polonia desde finales de la guerra hasta la disolución de la Unión Soviética mantuvo en secreto la historia de Pilecki por considerarle un fascista y espía de occidente. Ante la gran loza de censura, el mundo no conoció su historia hasta años después, misma que puedes leer en su libro: El voluntario de Auschwitz.