Ya está el chancho tira’o y que bueno que así sea porque como dice Lacan: “¿Soportaríamos la vida tal como es, si no supiéramos que todo esto tiene un fin?” Nada es imprescindible, salvo la muerte.
Los mortales nos definimos por nuestra data de caducidad, ya que no damos el ancho ni espiritual ni físicamente para instalarnos per sécula en el mundo de los vivos.
Ya hemos visto bastante: Terremotos, tsunamis, megaerupciones volcánicas, granizos como una pelota de tenis, diluvios y sus posteriores aludes, mostrándonos que ha comenzado un proceso, en donde la “crisis” se ha vuelto una realidad, más allá de la entelequia numérica y el fraude de las finanzas.
La transgresión que el ser humano ha instalado desde siempre, es el Apocalipsis; esa sed, ese deseo, esa pulsión de muerte que nos suministra cierta calma de que por fin se acabará la idea de un “mañana” en las condiciones sensibles en la que nos encontramos.
Que exista un acuerdo entre creencias religiosas judías, católicas, protestantes e incluso indígenas, es a lo menos espeluznante. Estaríamos con los días contados, situación de la que deben estar al tanto los mandamases del tercer planeta. Esto explicaría el porqué del alza de impuestos por parte de un empresario, quizás la cosa es hacer méritos y expiar culpas a gran escala.
Puede que no pase nada, como el año 2000, cuando los electrodomésticos y toda cosa con inteligencia artificial atacarían a los seres humanos con el fin de tomar el control con una verdadera dictadura cibernética. Mucho cómic al parecer.
Pero en este caso no podemos hacernos los de las chacras. Algo está pasando. Algo grandote que nos supera a nosotros, pobres parásitos terráqueos.
Lo entretenido es tenerlo en agenda y vivirlo de la mejor forma posible. Yo compraría mis drogas favoritas y llenaría una tina con agua tibia para pasar el mal rato. Quizás un buen POV frente a mis ojos, para irme en mi ley, contenta y autogestionada. Claro que el cuento de la familia siempre es importante, así que el besito en la frente, el abrazo filial y las reconciliaciones, tendrían que tener un ladito en el programa.
Quisiera prender la tele y ver el último matinal de Chile, el último Teletrece, y -cómo no darse el gusto- la última cadena nacional. Y percatarme de que ni el fin del mundo es tan grave ante tanta charchería, porque -para qué estamos con cosas-, la única forma de razar la cancha, de volver a cero, de dignificar la estructura, luego de toda la sangre, mierda y merca que le hemos echado al molino, es quemar las naves y tirar todo por la borda.
(Se podría hacer una analogía meritoria si nos refiriéramos a un conglomerado que intenta, con cónclaves, salvar su alma hipotecada hace rato a la mafia intergaláctica de reptiles demoniacos).
Pero no sabemos cuándo se nos acaba la fiesta y nos quedamos como niñito huacho, de los últimos en todos lados. Dando la hora cuando ya es el tiempo de abandonar dignamente el lugar. Pero no nos pegamos el cacho, así todos nos volvamos deconstructivistas, porque tenemos pegado un afán “creador”, un pusilánime espíritu de conservación, un rastrero deseo de trascendencia, por eso necesitamos una ayudita divina… un parelé a la destrucción con cuenta gotas, un éjale cabrito a las usuras cotidianas, un rayado de cancha a la mala leche que se agria de a poquito gracias a las leyes de este juego macabro llamado supervivencia.
Por Karen Hermosilla