No será un escrito lo que resolverá un tema político. La mera distancia entre el escritor, lo escrito y la cuestión ya nos permite sospechar que el asunto se ha reducido. Peor aún, si el escrito no se entiende como acción (como el reflejo en ideas de algo que ya se está haciendo), simplemente estaremos haciendo política dentro de nuestra más profunda imaginación.
Pero el problema no se refiere al escribir o al pensar, sino específicamente a la pretensión de resolver, de establecer, de determinar. Si entendemos la política como acción, como constante acción que no se detiene precisamente porque el mundo es resultado de un actuar que no cesa, no nos será difícil comprender que las ideas, con el enorme peso de su inmovilidad e invariación, jamás estarán a la altura de la acción, del hacer y del ser político. La descripción siempre llega tarde al acontecimiento, a menos que nos esté aguardando desde antes a modo de imposición.
No obstante, esta separación entre idea y acción es artificiosa, no hay acción que no posea una idea que exprese su razón, ni idea abstraída de la realidad (que no es más que pura acción). Separar una idea A de un momento (conjunto de acciones) B, nos oculta una acción anterior, una política ya hecha que se nos quiere presentar como nueva, y cuya pretensión es determinar a la acción de la cual supuestamente ha nacido.
Es por eso que sospechamos de las ideas que ya poseen una solución, un esclarecimiento del hacer y un ordenamiento sobre el advenir. En realidad, no se está resolviendo el estado actual de las cosas, sino que se está imponiendo un estado de cosas. Se prefigura lo que a fin de cuentas, deberíamos dibujar con nuestros actos.
Pero las ideas son un mero algo, conceptos que penan en los bordes de la coseidad. No es la idea la que intenta determinar la política, sino quien la produce y la defiende a través de un posicionamiento particular sobre el mundo. Un mundo del cual nos tratamos de apropiar a través de la política.
Y si es cierto que se presentan ideas que ya resuelven el conflicto político, que nos muestran un sendero en la espesura de los diferentes posicionamientos, podemos decir que ya se hizo política, que alguien ya hizo política y por lo tanto, que esta política resolutiva se nos muestra tal cual es: un sujeto, un posicionamiento, un particular que quiere particularizar el actuar de lo político.
Pues bien, es aquí en donde arrinconamos al problema de fondo. Porque si entendemos lo político como el campo de acciones de sujetos diversos, cuya diferenciación ha sido resultado precisamente del movimiento incesante del mundo que pretendemos apropiarnos, y en consecuencia, asumimos que dicho campo de acciones se constituye a través de acciones y posicionamientos diversos ¿No será contraproducente entender la política como un juego de fuerzas en donde ciertos posicionamientos se imponen por medio de cualquier mecanismo a modo de verdad absoluta, destruyendo u ocultando la diferencia que alguna vez reunió dicha actividad?
Contraproducente en un doble sentido: epistemológicamente se establece el mundo de una manera determinada, idéntica y constante (propiedades que definen a las cosas) y por lo tanto, lo cosifica, lo reduce y lo paraliza. Se particulariza la realidad y no se entiende su devenir, ni mucho menos el advenir. Es evidente que si el mundo no responde a esa particular visión que se tiene sobre él, sólo resta la derrota, la desesperación y la angustia (además de los lloriqueos, las idealizaciones y la frustración). O en definitiva, reemplazamos el mundo por su conceptualización, por su imagen, por su ensoñación. Se cree actuar en el mundo, pero dicho mundo sólo está en nuestras cabezas.
Políticamente se imponen ciertas acciones a modo de deber, de fundamentos éticos o de cálculos pragmáticos ¿Quién decidió que el mundo realmente posee una forma? La decisión y la resolución resultan en exclusión, en separación y homogeneización. Sólo un posicionamiento, un actuar efectivo de un particular o de un grupo de sujetos que actúan como particular han realizado política concreta. Sólo en tanto partícipe de dicha posición se es sujeto, se decide y se actúa realmente. Pero en tanto posicionamiento opuesto o quizás simplemente distinto, sólo queda reiterar, repetir sin cuestionarse. De esta manera la diversidad ha sido digerida por la homogeneidad. El deber ha subsumido a la posibilidad y la política ha quedado nuevamente en un altar.
No se trata en ningún caso de no pensar, de no decidir y de no resolver. La política misma es un acorde en la sinfonía infinita de nuestra negatividad. De lo que se trata es de asumir que cada decisión, cada idea y cada resolución sean reconocidas de igual manera que como nos reconocemos entre nosotros mismos, vale decir: en su relatividad, variación y finitud. Dejando como absoluto sólo el ser de nuestra existencia, que como ya se dijo, es puro movimiento, pura contradicción, pura negatividad.
Y por lo tanto, ha(ser) política siempre será novedad y posibilidad, jamás determinación o imposición. Lo que nos determina es lo que en nuestro concepto se considera natural y de lo cual la política nace como oposición.
Toda cosa que se considere dada, definitiva, resuelta y por sí misma, es hacia donde se enfoca la mira de nuestro actuar político, de nuestro actuar y ser en este mundo. Consideración que nos conduce a ver a los posicionamientos como simples posibilidades, como meros efectos siempre relativos y por lo tanto superables.
Si somos política, si nuestro ser asume la autoconciencia de lo político, toda idea o representación jamás será verdad, pues nuestra única verdad es nuestro ser actuante, nuestro ser político que ya dio un paso en su voluntad, y cuya praxis resume las ideas y las acciones como dos aspectos de la misma actividad.
Y entonces, lo que nos reúne en lo político es la actividad, es nuestro ser que como voluntad ya asumió la autoconciencia de lo político. Toda idea que refiera a una acción política siempre será, perdonen la reiteración, producida por una acción política. Nuestra meta es que nuestro concepto coincida con nuestro ser.
Pero nuestro ser es contradictorio, y esto por millones de razones. Fundamentalmente porque el ser es contradictorio consigo mismo, y no debido a un principio que lo define como ser, sino porque el ser, nuestro ser que aquí lo entendemos como política, está internamente diferenciado, es diverso, y por lo tanto se constituye en la permanente y absoluta negación.
Afirmar que todos pensamos lo mismo, que todos aspiramos a lo mismo, o que el mundo en su mismidad sólo nos otorga un camino a su solución, es negar la libertad inherente a cada sujeto, a cada persona con quien esperamos hacer política, y en consecuencia vemos el posicionamiento particular del que ya se habló anteriormente, como un ser, como sujeto, o en otras palabras, como una imposición que ya agotó nuestra libertad.
La política la hemos referido como un campo de actividades, y es importante poner atención a la pluralidad de la actividad. Pues sólo un campo de actividades, en donde la pluralidad sea resultado de la diversidad, y no de los espacios que otorga la homogeneidad, puede otorgarnos la posibilidad de ser en lo político. Sólo en la diversidad de seres, de distintas experiencias y posicionamientos sobre el mundo, pero que aún así los reúne el horizonte de una apropiación en común, podremos dar cuenta de un mundo negativo, que se niega y nos niega a cada instante. Pues, de lo que se trata, es de reconocernos a nosotros, en tanto seres políticos, como la expresión misma de la autoconciencia del ser, de un ser internamente diferenciado, de un ser negativo pero que sin embargo existe.
Es aquí en donde la política se nos presenta como posibilidad, como actividad que puede reunir a otros seres que actúan y de este modo realizar una acción en común. Una actividad que se nutre de distintas actividades, que forma su concepto de la actividad misma en la actividad misma, relegando la imaginación a la inmediatez de la creación, y jamás como institucionalización de una particular representación.
Pero para eso debemos partir de un primer reconocimiento, reconocer la libertad y la posibilidad de cada uno en la libertad y la posibilidad de los demás. En la posibilidad de un actuar siempre mediado por el otro, pero jamás por sobre el otro. En donde el otro nos enriquezca abriendo más puertas a lo posible, en vez de ser instrumento de nuestra mera posición.
En donde a esta mediación podamos llamarla comunidad, y esa comunidad nos constituya en nuestra libertad. La política no es sólo la intención de hacer un algo en el mundo, sino también de hacerse en el mundo, un mundo que compartimos con otros seres libres, y que en nuestra comunión hacemos un ser más global. La política es la identificación de nuestro ser, con ese ser más general que es la humanidad, una identificación internamente diferenciada en donde el particular no ahoga la totalidad, ni la totalidad subyuga al particular.