El particular punto de vista de ambos realizadores -Sepúlveda con El Pejesapo (2008) y Adriazola por su cuenta con Vasnia (2007) y Aztlan (2009)- ha establecido un discurso que transita por un camino de re-formulación de la clásica forma fílmica. Esta suerte de ruptura del término “ficción”, encuentra su fundamento en la búsqueda de ambos por retratar espacios o submundos alegóricamente ajenos a las temáticas recurrentes de nuestro cine contemporáneo. Porque si bien muchas de las producciones nacionales han intentado plasmar o mejor dicho “manosear” el mal entendido concepto de lo marginal, este esfuerzo no ha sido más que una tenue pincelada cuyo efectista producto final, conscientemente estetizado y sobrecargado de recursos clásicos en su forma y fondo, más que acercarnos a esos territorios velados y mal representados por el cine y la crónica televisiva, ha fortalecido el imaginario común de lo entendido como pobreza, reiterando el absurdo de que ésta “nos queda tan lejos, allá, en los márgenes”.
Mitómana (2010) es sin duda, un relato consecuente con los fundamentos que desde un principio se ha planteado la pareja de realizadores. Haciendo uso de las mismas herramientas narrativas y estéticas de El Pejesapo (2008), el filme se reapropia nuevamente de ese discurso que pone en marcha la tensión entre lo meramente ficticio y lo real, tensión que queda representada en la elección de una forma que subraya esa decadencia –y obsolencia- de lo perfecto, haciendo uso reiterado de recursos que vienen a legitimar una cierta noción de verdad; el corte directo, la cámara en mano, planos secuencia interrumpidos, la improvisación actoral y cada locación de la película resultan ser elementos que nos transportan hacia una experiencia basada en la pérdida de la noción del discurso dominante en la narración.
Es así como los personajes deambulan constantemente en un delgado límite entre el documental y la ficción. Yanny (Escobar) es actriz y está preparándose para interpretar un personaje, sin embargo, no accede a los requerimientos del guión y es “desplazada” por Paola Lattus, quien entra a interpretarse “dentro” de la misma película y va probando el personaje en diferentes escenarios, espacios públicos como hospitales, casas y calles. Esa suerte de desdoblamiento con el que los realizadores abordan la cuestión de la interpretación es un juego sobre el fracaso mismo de lo verosímil, una puesta en duda sobre la verdad y la mentira que reflexiona sobre el propio discurso narrativo de la obra. El punto álgido no pude ser más certero cuando la actriz conversa con una niña del barrio, quien cuestiona constantemente la verosimilitud de su interpretación debido a lo ajeno que le son las locaciones por el hecho de vivir en Providencia y Lattus le responde “pero si los pobres también mienten”, en medio de un silencio sepulcral mientras la imagen se extingue hacia una oscuridad absoluta por varios segundos.
Todos estos elementos dejan al espectador una sensación de extrañeza, de estar frente a un estado primitivo que se cuestiona a sí mismo el dispositivo del registro y nos plantea un discurso provocador tanto desde las temáticas de la obra como desde su estética a medio pulir, que desde un hiperrealismo estratégicamente manipulado, pone en cuestión todo el aparataje de un sistema fílmico incapaz de develar la ¿verdad? de ciertos rincones sociales que los autores ideológicamente usan, revalidan y a su vez, destruyen, en un ejercicio que sin duda, ilumina la actual reflexión cinematográfica.
Año: 2009
Dirección: José Luis Sepúlveda, Carolina Adriazola
Reparto: Paola Lattus, Yanny Escobar, Alejandro Gutiérrez, Carmen Orostica, Rocío Hueche
Duración: 100 min.
Por Lisette Sobarzo
Publicado en Filmonauta N°6, suplemento aparecido en la edición N°79, abril 2010, de El Ciudadano.
El Ciudadano