Creo que justamente el problema de Piñera no es que sus afirmaciones se contradigan a los deseos y aspiraciones de los chilenos, sino que son muy difíciles de cumplir, especialmente en el contexto del Chile actual.
De verdad que la realidad es del color del cristal con que se mire. Leo los casi unánimes elogios al discurso del Presidente Sebastián Piñera y me cuesta creerlo.
Después de leer mi columna, tal vez muchos repitan las frases despectivas y descalificadoras que me dirigieron mientras era director de La Nación, pero qué diablos, tenemos el deber de opinar para aportar a la diversidad mediática. Lo haremos siempre desde una perspectiva comunicacional, aunque aquello no signifique eludir la visión política. Es sólo una cuestión de énfasis, pues suelen estar integradas.
No lo he visto en ningún medio de comunicación, pero lo que más me impresionó del discurso de Presidente inversionista –que seguí atentamente el viernes pasado- es que en ocho años seremos como Checoeslovaquia. Bueno, el dijo que como los países del sur de Europa y mencionó a Portugal y a Checoeslovaquia. Me confundí por dos razones:
1.- Checoeslovaquia no está en el sur de Europa, sino en el centro.
2.- En estricto rigor, ese país, una ex república de la órbita soviética, ya no existe. O es república Checa o es Eslovaquia. Se separaron amigablemente sin derramar sangre en la década del noventa.
Reconozco que son cuestiones de forma, pero provocan mucho ruido. La cuestión de fondo es más inquietante aún, cuando todos sabemos cómo están los países del sur de Europa, en plena crisis de la deuda estatal, con altas tasas de desempleo. Pero hay más.
Todavía recuerdo un titular que yo mismo escribí –tomando una cita textual del economista Manuel Agosin– siendo editor general del Diario Financiero: “En 2010 seremos como España”. Me refería al ingreso per capita. Hubo quienes se rieron de mí por destacar esa afirmación. Tenían razón. Nuestro ingreso per capita está muy por debajo del de España, ad portas del 2010. No es que quiera ser pesimista, pero mi autocrítica apunta precisamente a que un periodista, y con mayor razón un jefe de Estado, debe abstenerse de hacer afirmaciones grandilocuentes.
Creo que justamente el problema de Piñera no es que sus afirmaciones se contradigan con muchos de los deseos y aspiraciones de los chilenos, sino que son muy difíciles de cumplir, especialmente en el contexto del Chile actual.
La principal aspiración es que la economía chilena crezca a tasas del 6 por ciento en los próximos años. Lograrlo requeriría de una fuerte intervención estatal en materias como salud y educación. No está en la lógica de la derecha, ni siquiera en la de este Presidente, al que Enrique Correa considera un continuista de la Concertación, poner ambas materias en la prioridad de las políticas públicas. En ambas materias, Piñera planteó políticas de subsidio a la demanda –como bien planteó en una brillante columna el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña-, en las que el gran favorecido será una vez más el sector privado. Como planteó el ex rector de la Universidad de Chile y gran maestro de la Masonería, “los liceos de excelencia” sólo profundizarán las brechas de la calidad de la educación.
Al contrario de la inmensa mayoría de los comentarios que he escuchado, me llamó la atención el conservadurismo de su discurso: una verdadera obsesión por la seguridad ciudadana, en la que el actor privilegiado es la policía y los jueces aparecen como los “malos de la película” por respetar las garantías constitucionales de las personas. Los dos grandes triunfos del orden fueron para Piñera controlar las manifestaciones del Día del Joven Combatiente y del Primero de Mayo: ¿es o no aquello criminalizar la disidencia?
La intervención de Piñera fue finalmente un conjunto de enunciados, planteados de una manera bastante plana, sin matices o enganches emocionales con la ciudadanía. Tampoco mostró una gran oratoria. No es comparable ni con la contundencia racional de Lagos, ni con la calidez de Michelle Bachelet. Sin embargo, es necesario reconocer que esta vez Piñera se vio relajado, tuvo pocos tics y leyó de corrido.
El problema, que no deja de darme vueltas, es por qué nos comparó con Checoeslovaquia. Tengo una imagen de la República Checa que me entregó el economista Manuel Riesco, quien vivió hace poco en ese país por unos años. Se refiere a grupos nacionalistas, nostálgicos del nazismo, persiguiendo a los gitanos en las calles de Praga. Es una sociedad segregada, según me cuentan. No es lo que queremos para Chile.
Por Marcelo Castillo
El autor es periodista. Miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 26 de mayo 2010