Fin de la hegemonía progresista y giro regresivo en América Latina

Una contribución gramsciana al debate sobre el fin de ciclo.

Fin de la hegemonía progresista y giro regresivo en América Latina

Autor: Wari

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La experiencia de los llamados gobiernos progresistas en América Latina (Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Uruguay y Venezuela)[1] parece haber entrado en un pasaje crítico que algunos autores denominaron fin de ciclo, abriendo un debate sobre el carácter de la coyuntura con fuertes implicaciones estratégicas respecto del porvenir inmediato.[2]

Sostendré en forma sintética la idea de que, en sentido estricto, el ciclo no terminó ni está a punto de terminar en el corto plazo, entendiendo por ciclo el periodo de ejercicio de gobierno de las fuerzas progresistas, pero que, al mismo tiempo, podemos y tenemos que identificar y analizar el cierre de la etapa hegemónica de este ciclo, con las consecuencias que esto implica a mediano plazo.

Para ello partimos de la caracterización del ciclo progresista latinoamericano como un conjunto de diversas versiones de revolución pasiva[3], es decir, siguiendo la intuición de Gramsci, de una serie de proyectos devenidos procesos de transformaciones estructurales significativas pero limitadas, con un trasfondo conservador, impulsadas desde arriba y por medio de prácticas políticas desmovilizadoras y subalternizantes, que se expresan en buena medida a través de los dispositivos del cesarismo y el transformismo como modalidades de vaciamiento hacia arriba y hacia abajo de los canales de organización, participación y protagonismo popular.[4] Siendo que la de la revolución pasiva es una fórmula que busca y logra una salida hegemónica a una situación de equilibrio de fuerzas, o de “empate catastrófico” -fórmula que resultó eficaz en clave progresista en América Latina en la década del 2000- podemos analizar el momento actual, para problematizar y profundizar la hipótesis del fin de ciclo, poniendo en evidencia un rasgo central y determinante de la coyuntura: la pérdida relativa de hegemonía, es decir la creciente incapacidad de construcción y sostenimiento del amplio consenso interclasista y de fuerte raigambre popular que caracterizó la etapa de consolidación de estos gobiernos.

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En efecto, parece haberse terminado la fase de consolidación hegemónica que se expresó reiteradamente en resultados electorales plebiscitarios pero se fraguó fundamentalmente en el ejercicio eficaz de una serie de intermediaciones estatales y partidarias, desplazando a las derechas de estratégicos ganglios institucionales y aparatos ideológicos del Estado e instalando una serie de ideas fuerzas, consignas y valores políticos de corte nacional popular como los de soberanía, nacionalismo, progreso, desarrollo, justicia social, redistribución, dignidad plebeya, etc. En algunos países este pasaje fue acompañado por un enfrentamiento directo con intentos restauradores de carácter golpista o extra institucionales -como en el caso de Bolivia, Ecuador y Venezuela pero también en Argentina el caso del conflicto del campo-, cuyo saldo dejó las derechas de estos países muy debilitadas y, en consecuencia, abrieron el camino a una práctica hegemónica de las fuerzas progresistas más profunda y contundente[5], incluyendo la reformulación de los marcos constitucionales y generando el escenario del llamado “cambio de época”.[6]

Esta etapa parece haberse definitivamente cerrado. Al menos desde 2013[7] se percibe un punto de inflexión, con ciertas variaciones temporales y formales país por país, a partir de un viraje desde un perfil progresivo a uno tendencialmente más regresivo. Giro que resulta particularmente perceptible en los últimos tiempos tanto en las respuestas presupuestales a la crisis económica que azota la región, que privilegian el capital frente al trabajo y al medio ambiente, como la actitud hacia las organizaciones y movimientos sociales situados a su izquierda, que tiende a endurecerse tanto discursiva como materialmente, como en el caso de las medidas represivas adoptadas frente a las recientes movilizaciones en Ecuador.

Gramsci sostenía que se podía/debía distinguir entre cesarismos progresivos y regresivos. Agregaría que esta antinomia conforma una clave de lectura que se puede aplicar también al análisis de diversas formas y distintas etapas de las revoluciones pasivas ya que permite reconocer diversas combinaciones de rasgos progresivos y regresivos y la predominancia de uno de ellos en momentos sucesivos del proceso histórico.[8]

Desde su surgimiento convivieron al interior de los bloques y alianzas sociales y políticas que impulsaron los gobiernos progresistas latinoamericanos tendencias de diverso signo. Si en la etapa inicial dominó el rasgo progresista, propiciando que así se denominaran, se puede identificar un posterior viraje tendencialmente conservador que opera en sentido regresivo respecto del rasgo progresivo de la etapa hegemónica de ejercicio del poder de los gobiernos progresistas. Este giro se manifiesta orgánicamente en el seno de los bloques y alianzas que sostienen a estos gobiernos y expresa en las variaciones en la orientación de las políticas públicas, justificándose, desde la óptica de la defensa de las posiciones de poder, por la necesidad de compensar la pérdida de hegemonía transversal por medio de un movimiento hacia el centro.

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Este acentramiento, dicho sea de paso, parecería contrastar con la lógica de las polarizaciones izquierda-derecha y pueblo-oligarquía que caracterizó el mismo surgimiento de estos gobiernos, impulsados por la irrupción de fuertes movimientos antineoliberales y el posterior enfrentamiento con los conatos restauradores de las derechas que abrieron la puertas a la consolidación hegemónica. Al mismo tiempo, si seguimos la hipótesis de Maristella Svampa de un retorno de dispositivos populistas, un movimiento real, orgánico y político hacia el centro no excluye el uso de una retórica confrontacional, típica del formato populista, aunque tendencialmente debería y probablemente se irá moderando en aras de una mayor coherencia entre forma y contenido.[9]

En todo caso, estamos asistiendo a un giro fundamental, histórico y estructural en la composición política de estos gobiernos y por lo tanto de un pasaje significativo de la historia política del tiempo presente latinoamericano.

El deslizamiento hacia un perfil regresivo es más perceptible en algunos países (Argentina, Brasil, Ecuador) que en otros (Venezuela, Bolivia y Uruguay) ya que en estos últimos se mantienen relativamente compactos los bloques sociales y políticos de poder progresistas, no se abrieron fuertes clivajes hacia la izquierda y las derechas son relativamente más débiles (salvo en el incierto escenario venezolano donde esta evaluación es discutible). Aunque el fenómeno de fondo son los desplazamientos moleculares a nivel de alianzas sociales y políticas, de influencia de clases, fracciones de clases y grupos sociales y políticos y su contraparte en términos de reorientación de las políticas públicas mencionaremos aquí, a título de ejemplo -por razones de espacio y por la dificultad objetiva de dar cuenta a escala latinoamericanas de todos estos pasajes- solo algunos de sus reflejos más visibles en la esfera político partidaria y del recambio de los liderazgos.

En Argentina el giro conservador es bastante evidente con la candidatura de Daniel Scioli en el Frente para la Victoria (FpV) quien no viene, para usar una expresión argentina, del “riñon” kirchnerista, a diferencia del candidato a vicepresidente Zannini, lo cual sanciona un ajuste hacia el centro-derecha del “sistema político en miniatura” peronista (usando la expresión de Juan Carlos Torre) que ya estaba en curso en los últimos años de paulatino debilitamiento del kirchnerismo.[10]

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En Brasil hace tiempo que varios autores señalaron una mutación genética, al margen de los escándalos de corrupción, al interior del Partido de los Trabajadores (PT). El sociólogo Francisco “Chico” de Oliveira la identificó en el surgimiento del ornitorrinco, una figura híbrida, medio sindicalista-medio especulador financiero, instalada en la gestión de inmensos fondos de pensión que navegan en los mercados financieros.[11] En este sentido el posible retorno de Lula no modificaría substancialmente la orientación política asumida por Dilma, de la misma manera que no ocurrió cuando ella lo substituyó, mientras que el viraje hacia el centro se manifestaría en la coyuntura más bien por la disminución del gasto social en comparación con el persistente apoyo directo e indirecto a los procesos de acumulación de capital. Esta misma tendencia aparece en el caso ecuatoriano desde el desplazamiento de sectores de izquierda al interior de Alianza País (AP) y la elección de Jorge Glas, un vicepresidente claramente identificado con el sector privado para acompañar a Correa en las elecciones de 2013.[12] En Uruguay es evidente la regresión a nivel ideológico del liderazgo de Pepe Mujica al de Tabaré Vázquez, como reflejo de equilibrios internos y externos al Frente Amplio (FA) que se movieron hacia la derecha, aún con la continuidad propia de una fuerza política estable y con un proyecto definido. Al mismo tiempo, este movimiento es muy reciente y apenas se empieza a reflejar en acciones y situaciones concretas que parecen apuntar en la dirección de una pérdida de hegemonía y un despertar de las oposiciones sociales y políticas.[13]

En relación con los casos andinos, bolivianos y ecuatorianos, Maristella Svampa señala un quiebre de las promesas que sancionaría “la pérdida de la dimensión emancipatoria de la política y la evolución hacia modelos de dominación de corte tradicional, basados en el culto al líder y su identificación con el Estado”.[14]

En el caso de Bolivia, más allá de la emergencia de una “burguesía aymara” y de la burocratización y la institucionalización de amplias franjas dirigentes de los movimientos sociales que impulsaron las luchas antineoliberales, es menos sensible el deslizamiento hacia el centro en términos de la composición política del bloque de poder. Al mismo tiempo, el tema de la re-elección de Evo y un posible referéndum abren a un escenario delicado, a pesar de que no se consolidaron alternativas electorales sólidas ya que la derecha, salvo algunos resultados locales, todavía no levanta plenamente la cabeza y el Movimiento Sin Miedo no pasa de su sólido arraigo en la capital (no llegó al 3% a nivel nacional en las elecciones de 2014).[15]

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Estas tendencias regresivas son todavía menos sensibles en Venezuela, el único país en donde se impulsó la participación generalizada de las clases subalternas con la conformación de las Comunas a partir de 2009, a pesar de que esta apertura descentralizadora fue compensada por la casi simultánea creación del Partido Socialista Unificado de Venezuela como órgano de centralización y brazo político del chavismo. Por otra parte, la polarización exasperada por las derechas tiende a compactar el campo popular detrás de los grupos dirigentes de la revolución bolivariana, a pesar de que las circunstancias de una economía particularmente frágil no permiten una profundización de la misma, generan tensiones internas y eventualmente pueden fortalecer la tendencia más conservadora.[16]

En estas diferencias nacionales se refleja la mayor o menor influencia de la reactivación de una oposición social y/o política de izquierda. En efecto, hay que registrar cómo en la mayoría de estos países, además de la recuperación relativa de fuerza de las derechas, se asiste desde hace unos años a un repunte de la protesta por parte de actores, organizaciones y movimientos populares, donde vuelve a destacar un perfil antagonista y autónomo a contrapelo de la subalternización propia de las revoluciones pasivas. Sin embargo, por falta de persistencia en el tiempo, de consistencia organizacional y articulación política lamentablemente no parece estar en el horizonte político un escenario de izquierdización de la política latinoamericana. En efecto, a pesar de una lenta recuperación de autonomía y de capacidad de lucha, no se observan relevantes y trascendentes procesos de acumulación de fuerza política a lo largo de estos últimos dos años de pérdida de hegemonía del progresismo, salvo eventualmente en el caso del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) en Argentina, cuyas perspectivas y potencial expansivo tampoco están asegurados.[17] La explosión de protestas en el Ecuador en los meses pasados atraviesa distintos sectores y demandas pero, a pesar de que se acumuló malestar en los sectores populares, en particular indígenas y de trabajadores organizados, esto no garantiza el fortalecimiento de un polo político alternativo.[18]

Esta dificultad se debe parcialmente al efecto de reflujo, después de la oleada ascendente de luchas antineoliberales, de los sectores populares hacia lo clientelar y lo gremial originado por una cultura política subalterna pero, por otra parte y en buen medida, producto de las iniciativas, o la falta de iniciativas, de gobiernos progresistas más interesados en construir apoyos electorales y garantizar una gobernabilidad sin conflictos sociales que a impulsar, o simplemente respetar, las dinámicas antagonistas y autónomas de organización y la construcción de canales y formas de participación y autodeterminación en aras de transformar profundamente las condiciones de vida, y no solo la capacidad de consumo, de las clases subalternas.

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Este debilitamiento, o ausencia de empoderamiento, hace pensar que la intención pasivizadora que operó como contraparte de las transformaciones estructurales y las políticas redistributivas (sin considerar aquí la polémica continuidad extractivista y primario-exportadora) provocó una década perdida en términos de la acumulación de fuerza política desde abajo, desde la capacidad autónoma de los sectores populares, a contracorriente del ascenso que marcó los años 90 y que quebró la hegemonía neoliberal, abriendo el escenario histórico actual.

Este saldo negativo es lo que impide, por el momento, hacer frente a una doble deriva hacia la derecha: por el fortalecimiento relativo de las derechas políticas y por el giro conservador y regresivo que modifica los equilibrios y la orientación política de los bloques de poder que sostienen a los gobiernos progresistas latinoamericanos.

Al mismo tiempo, el fin de la hegemonía progresista no parece implicar un riesgo inmediato de restauración de las derechas latinoamericanas, como a veces se vaticina a modo de chantaje hacia la izquierda, porque éstas apenas están remontando la profunda derrota política de los años 2000 y, como reflejo del impacto de la hegemonía progresista, están aceptando e incorporando ideas y principios que no corresponden al ideario neoliberal[19], a demostración de que el ciclo de mediano alcance, entre las luchas antineoliberales de los 90 y los gobiernos que se declararon posneoliberales, desplazó ciertos pilares del sentido común y marcó en efecto un relativo cambio de época en la agenda y el debate político y cultural.

En conclusión, en medio de tiempos convulsos, siguen su curso las revoluciones pasivas latinoamericanas, rodeadas por una creciente oposición a su derecha y su izquierda, marcadas en su interior por un viraje conservador y regresivo, deslizándose peligrosamente por una pendiente en la cual pierden brillo hegemónico, anuncio del posible inicio de un fin de ciclo de duración variable e indeterminada.

Por Massimo Modonesi

Profesor titular de la FCPyS-UNAM. Director de la revista Memoria del Cemos. Autor de nueve libros sobre movimientos sociales y políticos en México y América Latina y conceptos de teoría política marxista, ver massimomodonesi.com.

NOTAS

[1] No incluyo a Honduras y Paraguay que, bajo los gobiernos de Zelaya y Lugo, durante un breve periodo, antes de que los llamados “golpes blancos”, fueron parte del “ciclo”, ni Perú ya que el gobierno de Ollanta Humala no tuvo un momento progresista suficientemente claro y duradero. Tampoco se puede agregar Chile por el perfil neoliberal de los gobiernos de la Concertación previos al más reciente de la Nueva Mayoría encabezada por Bachelet que, al margen de su caracterización, resulta desfasado cronológicamente respecto de la temporalidad procesual y el surgimiento coyuntural del ciclo.

[2] Para un balance equilibrado ver Franck Gaudichaud, “¿Fin de ciclo en América del Sur? Los movimientos populares, la crisis de los “progresismos” gubernamentales y las alternativas ecosocialistas” en América Latina. Emancipaciones en construcción, Tiempo Robado Editoras/América en movimiento, Santiago, 2015. Hay que señalar que la noción de “fin de ciclo” está exacerbando un debate de por sí tendiente a la polarización. Algunos intelectuales orgánicos del progresismo latinoamericano reaccionaron sosteniendo una defensa irrestricta de los logros de los gobiernos y denunciando de forma vehemente esta hipótesis por ser, según ellos, obra de una ultraizquierda marginal. Por ejemplo, Emir Sader, “¿El final de un ciclo (que no existió)?”, Pagina 12, Buenos Aires, 17 de septiembre de 2015. Esta posición que simplifica y polariza las críticas en clave ultraizquierdista también es sostenida por el vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera cruzandola con la cuestión ambiental, desde el conflicto del Tipnis iniciado en 2010 y hasta tiempos recientes al acusar a ONGs de “trotskistas verdes” de estar coludidas con intereses extranjeros. http://www.la-razon.com/nacional/Vicepresidente-Garcia-advierte-ONG-entrometen-pais_0_2324167612.html.

[3] Massimo Modonesi, “Revoluciones pasivas en América Latina. Una aproximación gramsciana a la caracterización de los gobiernos progresistas de inicio de siglo” en Horizontes gramscianos. Estudios en torno al pensamiento de Antonio Gramsci, FCPyS-UNAM, México, 2013.

[4] Ver Massimo Modonesi, “Revoluciones pasivas en América Latina. Una aproximación gramsciana a la caracterización de los gobiernos progresistas de inicio de siglo” en Mabel Thwaites Rey (editora), El Estado en América Latina: continuidades y rupturas, Clacso-Arcis, Santiago de Chile, 2012.

[5] El vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera habló de “punto de bifurcación” para dar cuenta de este pasaje estratégico de la correlación de fuerzas que abrió a la posibilidad del ejercicio hegemónico. Ver Álvaro García Linera, “Empate catastrófico y punto de bifurcación” en Crítica y emancipación núm. 1, Clacso, Buenos Aires, junio de 2008.

[6] La noción de cambio de época surge de una expresión del presidente ecuatoriano Rafael Correa quien en 2007 sostuvo que lo que se vivía no era una “época de cambios sino un cambio de época”. Esta idea fue retomada por el título del Congreso de ALAS de Guadalajara, este mismo año, donde presenté un texto asumiendo y desarrollando la temática, posteriormente publicado como Massimo Modonesi, “Crisis hegemónica y movimientos antagonistas en América Latina. Una lectura gramsciana del cambio de época” en A contracorriente, Vol. 5, No. 2, University of Oregon, 2008. Simultaneamente, Maristella Svampa – con quien iniciamos justo en este Congreso un fructifero diálogo- publicó un libro cuyo título contribuyó a difundir ampliamente esta noción en el debate académico, Maristella Svampa, Cambio de época. Movimientos sociales y poder político, Clacso-Siglo XXI, Buenos Aires, 2008.

[7] Como señalé en Massimo Modonesi, “Conflictividad socio-política e inicio del fin de la hegemonía progresista en América Latina” en Jaime Pastor y Nicolás Rojas Pedemonte (coordinadores), Anuario del conflicto social 2013, Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona, 2014.

[8] Ver Massimo Modonesi, “Pasividad y subalternidad. Sobre el concepto de revolución pasiva de Antonio Gramsci” en Gramsciana. Rivista Internazionale di Studi su Antonio Gramsci núm 1, Turín, 2015.

[9] Maristella Svampa, “América Latina: de nuevas izquierdas a populismos de alta intensidad” en Memoria núm. 256, México, noviembre de 2015.

[10] Mabel Thwaites, “Argentina fin de ciclo” en Memoria núm. 254, México, mayo de 2015.

[11] Massimo Modonesi, Entrevista a Francisco De Oliveira, “Brasil: una hegemonía al revés” en Osal núm. 30, Clacso, Buenos Aires, noviembre de 2011.

[12] Francisco Muñoz Jaramillo (editor), Balance crítico del correísmo, Universidad Central del Ecuador, Quito, 2014.

[13] Zibechi ya señala expresiones muy concretas y tangibles en las recientes movilizaciones contra el tratado de libre comercio de servicios Tisa, Raúl Zibechi, “Diez días que sacudieron a Uruguay” en La Jornada, México, 18 de septiembre de 2015.

[14] Maristella Svampa, “Termina la era de las promesas andinas” en Revista Ñ, Clarín, Buenos Aires, 25 de agosto de 2015.

[15] Pablo Stefanoni, “¿Perdió Evo Morales?” en Revista Panamá, 9 de abril de 2015, http://panamarevista.com/2015/04/09/perdio-evo-morales/

[16] Edgardo Lander, “Venezuela: ¿crisis terminal del modelo petrolero rentista?” en Aporrea.org, 30 de octubre de 2014, http://www.aporrea.org/actualidad/a197498.html

[17] Pablo Stefanoni, “El voto trotsko explicado a un finlandés” en Revista Panamá, 24 de julio de 2015, http://panamarevista.com/2015/07/24/el-voto-trosko-explicado-a-un-finlandes/

[18] Massimo Modonesi, “Entrevista a Alberto Acosta, ¿Fin de ciclo de los gobiernos progresistas en América Latina? Límites y crisis del correísmo en Ecuador” en Memoria núm. 256, México, noviembre de 2015; Jeffery Webber, “Ecuador: en el impasse político” en revista Viento Sur, 20 de septiembre de 2015, http://vientosur.info/spip.php?article10496.

[19] Véase el dossier de la revista Nueva Sociedad núm. 254 sobre “Los rostros de la derecha en América Latina”, noviembre-diciembre de 2014, en particular los artículos de Fernando Molina sobre Bolivia y de Franklin Ramírez y Valeria Coronel sobre Ecuador.

Tomado de Revista Memoria


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