El acuerdo alcanzado por Lula y por el primer ministro turco con Irán respecto a la producción de uranio enriquecido para fines pacíficos tiene una singularidad que conviene resaltar. Fue conseguido mediante el diálogo, la mutua confianza que nace de mirarse a los ojos y la negociación en la lógica del gana-gana. Nada de intimidaciones, de imposiciones, de amenazas, de presiones de todo tipo, ni de satanización del otro.
Ésa era y sigue siendo la estrategia de las potencias militaristas e imperiales que no se dan cuenta de que el mundo ha cambiado. Están incrustadas en el viejo paradigma del big stick, de la negociación con la vara en la mano o de la intervención pura y dura, para la cual todo vale; la mentira descarada, como en el caso de la guerra injusta contra Irak, la violencia militar más sofisticada contra uno de los países más pobres del mundo, como es Afganistán, o los conocidos golpes armados por la CIA en varios países, especialmente en América Latina.
Curiosamente, esta estrategia nunca ha dado ningún fruto en ningún sitio. Estados Unidos está perdiendo todas las guerras, porque nadie vence a un pueblo dispuesto a dar su vida hasta el punto de suscitar «hombres-bomba» para enfrentarse a un enemigo armado hasta los dientes, pero lleno de miedo y expuesto a la vergüenza y a la irrisión mundial. Lo que han conseguido es alimentar la rabia, el rencor y el espíritu de venganza, fermento de todo terrorismo.
La mayor amenaza para la estabilidad mundial hoy es Estados Unidos pues la ilusión de ser «el nuevo pueblo elegido» —así reza el «destino manifiesto» en el que los neocons, muy fuertes, como Bush, creen ciegamente— hace que se sientan con el derecho de intervenir en todo el mundo. Pretenden llevar los derechos humanos, cuando los violan vergonzosamente; quieren imponer la democracia cuando, en realidad, crean una farsa; buscan abrir el libre mercado a sus multinacionales para que libremente puedan explotar la riqueza de los países, su petróleo y su gas.
La diplomacia de Lula se contrapone directamente a la del Consejo de Seguridad y a la de Barack Obama. La de Lula mira hacia delante y se adecúa a lo nuevo. La de Barack Obama mira hacia atrás y quiere reproducir lo viejo.
El viejo paradigma supone que hay una nación hegemónica e imperial, en este caso Estados Unidos, que se rige por el paradigma del enemigo, muy en la línea del teórico de la filosofía política que fundamentó los regímenes de fuerza, Carl Schmitt (+1985), tal como él mismo hizo con el nazismo. En su libro El Concepto de lo Político dice claramente: «la existencia política de un pueblo depende de su capacidad de definir quién es amigo y quién es enemigo… el enemigo debe ser combatido y psicológicamente debe ser descalificado como malo y feo».
¿No fue exactamente eso lo que hizo Bush, llamando a los países de donde venían los terroristas «países canallas» contra los que se debía hacer una «guerra infinita»? Esta argumentación es sistémica, y funciona todavía hoy en la cabeza de los dirigentes estadounidenses. Las políticas inspiradas en ese paradigma ya superado pueden llevar a situaciones dramáticas, con serio peligro de destruir el proyecto planetario humano. Ese paradigma es belicista, reduccionista y miope, pues no percibe los cambios históricos que están ocurriendo en la línea de la fase planetaria de la historia, que exige estrategias de cooperación que busquen proteger la Tierra y cuidar de la vida.
El paradigma nuevo, representado por Lula, asume la singularidad del actual momento histórico. Nuestra percepción de fondo ha cambiado: somos todos interdependientes, habitamos juntos la misma Casa Común, la Tierra. Nadie tiene un futuro particular y propio. Surge un destino común globalizado: o cuidamos de la humanidad para que no se bifurque entre los que comen y los que no comen, y protegemos el planeta Tierra para que no sea destruido por el calentamiento global, o no tendremos ningún futuro. Estamos vinculados definitivamente unos a otros.
Lula, con su fina percepción por lo nuevo, actuó coherentemente: no se puede aislar y castigar a Irán. Hay que traerlo a la mesa de negociaciones, con confianza y sin prejuicios. Esta actitud de respeto dará buenos frutos. Y es la única sensata en esta nueva fase de la historia humana. Lula marca e inaugura el futuro de la nueva diplomacia, la única que nos garantizará la paz.
Por Leonardo Boff
Teólogo de la Liberación brasileño