Necesaria para el actual debate sobre el desastre de nuestro sistema educacional se hace la lectura de Cómo educa el Estado a tu hijo del pedagogo argentino Julio Ricardo Barcos, obra dedicada a “los heroicos maestros chilenos que intentan desfeudalizar su patria”, y que ahora es editada por Nadar Ediciones (2015), inaugurando su colección Magisterio.
El libro, por medio de una extensa y sistemática argumentación, un particular enfoque para analizar el hondo problema que significa la administración del sistema educativo de una sociedad. Hoy, cuando muchas de las perspectivas que se usan para darle remedio a la cuestión educativa recaen en la figura administrativa del Estado, el autor logra proponer su total cuestionamiento como órgano real de funcionalismo y progreso cuando monopoliza las políticas pedagógicas y académicas. Vayamos incluso más lejos; Julio Ricardo Barcos, como alivio para a este asunto, se halla en las antípodas de sugerir la regulación de la actividad educacional por medio de un tratamiento de mercado; sus enfoques, más bien, apuntan a la revalorización espiritual del niño como agente crucial para el desarrollo y la revolución de una sociedad, y a la autonomía misma del pueblo para administrar su propio sistema de enseñanza.
Gabriela Mistral, quien prologa esta edición con una carta al autor, ya había depositado sus convicciones pedagógicas en los más pequeños, cuando afirmaba que la práctica educativa debe fundarse en “una fe desenfrenada en que de veras el niño es la salvación de todos, carne en que va a hacerse la justicia nueva, carne que no va a oprimir, ni a matar y que no ha venido en vano”.
Julio R. Barcos fue uno de los fundadores en 1921 de la Internacional del Magisterio Americano. Mientras que por un lado trabajaba comisionado por el Estado para realizar la vigilancia del régimen escolar, simultáneamente escribía manifiestos anti-escolares, dictaba conferencias y fundaba escuelas autónomas. Se le recuerda hoy como una de las grandes plumas del pensamiento libertario argentino.
Barcos sintetiza su pensamiento en una de sus frases: “Libertar al niño de la opresión del método, el programa, la autoridad del maestro, los exámenes, es liberarlo del espíritu de rebaño, salvarlo de la uniformidad y la rutina que matan las condiciones asimilativas y creadoras de la inteligencia”.
Los doce capítulos que componen la obra abarcan los múltiples aspectos de este problema que el autor califica como sociológico. Allí son conjugadas sistemáticamente cuestiones políticas, psicológicas, históricas y morales, cuestionando mucho de lo que tradicionalmente la sociedad valida. El autor mismo señala: “¿Cuál puede ser el fin perseguido por un órgano de clase, como lo es el Estado, al pretender monopolizar la enseñanza, sino educar a las generaciones que pasan por sus manos en el respeto de los privilegios que él mismo encarna?”. Sus agudas consideraciones desembocan en la desmitificación de las “sagradas y omnímodas funciones del gobierno”, quien por medio del lenguaje oficial, justifica y engrandece sus prerrogativas, mientras que vuelve regresivas las prácticas que puedan resultar perjudiciales para sus intereses.
Es imperioso el aporte de múltiples perspectivas a la hora de discutir “la cuestión educativa”, cuyos alcances tocan de lleno la espiritualidad y el desarrollo de toda cultura, de toda sociedad.
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