¿Qué pasa cuando pones a gente buena, estable y aparentemente “normal” en un ambiente malvado y hostil? ¿Podrías sobrevivir y mantenerte optimista si estuvieras en una prisión durante sólo dos semanas? ¿Quién triunfaría: la maldad o la bondad?
En 1971 las mismas preguntas fueron planteadas en la Universidad de Stanford, California. Un equipo de investigadores liderados por Philip Zimbardo, intentaba explicar las causas de conflicto entre guardias y convictos en prisiones. Lamentablemente todo se salió de control.
Se necesitaron de 24 estudiantes para el proceso. Se les asignó aleatoriamente el rol que desempeñarían (convicto o guardia) en un auténtico escenario de prisión, e incluso se les arrestó como si se tratara de un hecho real. Los participantes estaban catalogados como saludables y psicológicamente estables, además de recibir un pago equivalente a 87 dólares por día.
Celda real ubicada en el sótano del Departamento de Psicología, Stanford.
Como relata el Prisionero #8612: “Un policía llega a casa y pregunta por mí. Me llevan fuera, ponen mis brazos sobre su auto y me arresta. El policía era real. La patrulla era real y los vecinos no tenían idea de que todo se trataba de un experimento”.
Testimonio del Prisionero #8612
El experimento requería que todo fuera lo más apegado a la realidad. Policías. Guardias. Prisioneros. Todo. Fecha de inicio: 14 de agosto de 1971.
Se construyó en el sótano del Departamento de Psicología de la Universidad de Stanford lo que sería la prisión; el escenario. El único lugar donde los prisioneros tenían permitido comer y caminar era el pasillo conocido como The Yard, todo se manipulaba para crear un verdadero ambiente de pesadilla; las oficinas se convirtieron en celdas e incluso había cuartos especiales donde los prisioneros eran castigados.
El sótano del Departamento de Psicología en Stanford.
Al llegar, los prisioneros son llevados y despojados de su ropa para revisión y eliminación de gérmenes así como piojos que pudieran encontrarse en su cuerpo. Todo es tan real y controlado, incluso la inspección de los convictos. La humillación es frecuente.
Se les asignan uniformes, matrículas y les colocan cadenas en las piernas para asegurarse de que cuando despertarán recuerden que están en prisión; ni en sus sueños son libres.
Inspección a prisioneros.
La opresión, maltrato y denigración era tal que se les rapó para eliminar su individualidad. Tenía como fin el sometimiento a la autoridad y la supresión de esperanza.
Los guardias, en cambio, eran libres de hacer lo que quisieran en cuanto la ley y el orden de la prisión estuviera asegurada. A diario se violaban los derechos humanos de los convictos. Los guardias, al igual que los prisioneros, estaban perdiendo el control de sus facultades mentales, ensimismados en el rol que les tocó personificar. Las confrontaciones no tardaron en mostrarse.
Guardias despiertan a prisioneros a las 2 a.m.
Rebeliones empezaron a manifestarse por parte de los prisioneros. Los guardias respondían de igual forma. Los sacaron de su celda y los humillaron desnudos; algunos fueron encerrados en la oscuridad de celdas individuales. Aislados.
Tal era la locura emergente, que los guardias empezaron a usar tácticas psicológicas en lugar del maltrato físico. Asignaron un cuarto especial con privilegios, se les permitía dormir en camas, cepillarse los dientes e incluso se les alimentaba de forma especial frente a sus compañeros. La solidaridad ya no existía y las rivalidades incrementaban.
Se les dividía como buenos y malos prisioneros. La situación comenzaba a salirse de control. Ya no era un experimento, los guardias empezaban con agresiones y los prisioneros formaban alianzas.
Prisionero con privilegios descansa.
El prisionero #5401 era el más castigado, humillado y maltratado. Él era el líder de las rebeliones. El convicto entró de tal forma en su rol, que se encontró una carta enviada a su novia en la que explicaba que estaba orgulloso de haber sido elegido como líder de un Comité Especial dentro de la prisión.
En menos de 36 horas de iniciado el experimento, el prisionero #8612 ya mostraba desórdenes emocionales, llanto incontrolable, ira y signos de locura. Aun así se le impidió desertar, “You can’t leave. You can’t quit”, le decían.
Testimonio #8612
No pasaría mucho para que los prisioneros, hartos de las humillaciones y sublevación, planearan el escape. Al final sólo terminaron en eso, planes. Los guardias aumentaron el nivel de agresividad, obligando a los convictos a limpiar inodoros con sus propias manos, lagartijas sin parar y confinados en soledad, como fue el caso del prisionero #416.
El 20 de agosto de 1971, Zimbardo dio por finalizado el experimento. Nada volvió a ser normal. El prisionero #819 fue el ejemplo perfecto. Cuando Zimbardo llegó con él a anunciar el fin, el prisionero argumentaba que era un convicto malo, quería regresar a la cárcel y probar lo contrario. Zimbardo le explicó que todo se trataba de un experimento, que él no era un convicto y nada de lo que pasó fue real. El prisionero accedió y finalmente salió a la libertad.
Prisionero #819
Meses después del experimento el prisionero el #416, dio su testimonio, donde es notoria su afectación por lo sucedido:
“Comencé a sentir que estaba perdiendo mi identidad, que la persona que yo llamaba Clay, la persona que me puso en este lugar, la persona con la que decidí ser voluntario para ir a esta prisión –porque fue una prisión para mí; todavía es una prisión para mí. No lo considero un experimento o simulación porque era una prisión a cargo de psicólogos en lugar del Estado. Empecé a sentir esa identidad, la persona que era, que había decidido ir a prisión era diferente de mí –estaba lejana hasta que ya no lo era, yo era 416. Era en realidad mi número”.
Lo que tuvo como fin el estudio de las condiciones punitivas y correctivas en una cárcel, arrojó como resultado que un tercio de los guardias desarrolló tendencias sádicas, la efectividad del control por medio de tácticas psicológicas, formación de alianzas en situaciones extremas y la efectividad de los castigos.
Lo que puede ser uno de los más escabrosos e incluso inhumanos experimentos de la historia fue llevado a las pantallas por Paul T. Scheuring y protagonizado por Adrien Brody en el 2010.
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