El enigma de la flor cadavérica: ¿Placer o masoquismo?

Habiendo tantos placeres olfativos en la naturaleza, ¿por qué hay gente que busca oler algo tan maloliente? Hay expectación, es una experiencia sensorial -de las desagradables- un olfateo tentativo y después, una mueca de asco típica y muy natural. Y sin embargo, todos se alegran de haber estado allí.

El enigma de la flor cadavérica: ¿Placer o masoquismo?

Autor: El Ciudadano

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En los Jardines Botánicos de la Universidad de California, en Berkeley, EEUU, habita una flor llamada aro gigante, también conocida como flor cadavérica, originaria de Indonesia. En agosto pasado, el ejemplar californiano al que apodaron cariñosamente “Trudy”, finalmente se abrió y más de mil personas hicieron fila para aspirar su “magnífica pestilencia”.

El capullo gigante exhala una abrumadora mezcla de pescado podrido, aguas negras y cadáveres. La razón por la que esta flor huele de tal forma es la de atraer moscas, pero en los jardines botánicos de Berkeley, esta belleza exótica atrae a cientos de turistas.

De hecho, la demanda para ver y oler una flor cadavérica es tal, que los jardines botánicos ahora compiten por tener uno de estos ejemplares en sus dependencias. La planta puede esperar hasta diez años para florecer, por lo que recibe cuidados especiales de los jardineros, con la esperanza de obtener más capullos malolientes. Su aroma es muy raro, y tan efímero, que sólo dura de 8 a 12 horas. A menudo los visitantes se retiran decepcionados por haberse perdido un momento de hediondez único.

La pestilencia de esa planta es una combinación de compuestos que incluyen indol y el dulzón alcohol bencílico, además de la trimetilamina, que producen los peces en descomposición.

flor guacala

Habiendo tantos placeres olfativos en la naturaleza, ¿por qué hay gente que busca oler algo tan maloliente? Hay expectación, es una experiencia sensorial -de las desagradables- un olfateo tentativo y después, una mueca de asco típica y muy natural. Y sin embargo, todos se alegran de haber estado allí.

La ciencia, en su búsqueda de respuestas, no sólo ha investigado acerca de animales, microorganismos y planetas, sino también acerca de repulsiones y reacciones humanas, y tiene un nombre para esto: masoquismo benigno.

El psicólogo Paul Rozin describió este efecto en un artículo publicado el año 2013 con el título “Glad to be sad, and other examples of benign masochism” [Feliz de estar triste, y otros ejemplos de masoquismo benigno]. Su equipo descubrió 29 actividades dolorosas o desagradables que las personas solemos disfrutar, pese a que la lógica indica que no debiera ser así. Muchas eran placeres comunes: el miedo de una película de terror, el picor del ají o el dolor de un masaje excesivamente fuerte. Otras eran simplemente, asquerosas, como reventar granos y espinillas o mirar cuerpos abiertos, sangre y vísceras.

Lo que hay que considerar es que, para ser llamado masoquismo benigno, la experiencia debe ser una “amenaza segura”.

“El mejor ejemplo es subir a la montaña rusa”, cuenta Rozin a National Geographic. “De hecho, estamos protegidos y lo sabemos; pero el cuerpo no, y en eso estriba el placer”. Oler una flor cadavérica es el mismo tipo de emoción, explica.

Como dice Valerie Curtis, investigadora en repulsiones de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, es parecido a lo que hacen los niños cuando juegan a la guerra o la lucha. “El motivo del ‘juego’ (…) lleva a probar experiencias en un entorno relativamente seguro, a fin de estar mejor preparados para enfrentarlas cuando se presenten en la vida real”, informa.

De modo que, al oler una flor cadavérica, ponemos a prueba nuestras emociones. “Nos motivamos a indagar cómo huele un cadáver y cómo responderíamos en la eventualidad de topar con uno”, afirma.

Después de todo, nuestras repulsiones tienen un propósito y las cosas que consideramos universalmente como asquerosas, son aquellas que pueden enfermarnos, como un alimento, un veneno o un cadáver putrefacto.

Por esto también se explica que  nuestro sentido de la repulsión sea tan selectivo y «egoísta»: nadie tiene problema alguno con sus propias flatulencias y hediondeces corporales, mientras cuidarse de las de otros es, básicamente, una forma de protegerse de algo que instintivamente entendemos como amenaza.

Tal vez por eso, cuando tenemos plena confianza con alguien, podemos llegar a tolerar sus pestilencias. Ya no le percibimos como un peligro.

Fuente: National Geographic

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