El lunes, Lucas Cabello, un joven de 20 años, fue baleado por un agente de La Policía Metropolitana cuando volvía de comprar comida hacia su domicilio en el barrio de La Boca. Lucas continúa internado en el Hospital Argereich en estado de gravedad.
María Eugenia Vidal, vicejefa del gobierno porteño y gobernadora electa de la provincia de Buenos Aires, dio una conferencia de prensa al día siguiente en donde ratificó la versión de la institución policial, desmentida por los testigos y vecinos de La Boca.
Además, Vidal afirmó que el origen de la balacera había sido un conflicto de violencia de género, lo cual fue rechazado por la pareja de Lucas y por organizaciones a favor de la igualdad de género como #Ni Una Menos, la cual lanzó un comunicado titulado “No en Nuestro Nombre” en donde condenaba la justificación de la violencia institucional con la violencia machista.
Carolina, la madre de Lucas, escribió esta carta difundida por las redes sociales y por la revista La Garganta Poderosa:
LES PIDO QUE RECEN POR MI HIJO
Y EXIJO QUE VIDAL SE RECTIFIQUE
* Por Carolina, mamá de Lucas Cabello
Desde el lunes estoy sin dormir. Angustiada. Siempre la peleé, toda mi vida. Una se aguanta todo, pero hay algo que no soporto y que nunca voy a aceptar como mamá: el dolor de mi hijo. En este momento, daría lo que fuera por salvar a Lucas, por hacer que algo mejore, aunque sea un poco. Como familia, estamos destrozados.
Antes que nada, quiero contarles quién es Lucas, para que ya nadie pueda hablar por hablar sobre mi hijo. Lucas nació y se crió en el barrio de La Boca. En estas calles, creció jugando a la pelota con los amigos, siempre fue muy futbolero. También, disfrutaba de los domingos en familia, que compartíamos todos juntos. De adolescente, comenzó a interesarse en los instrumentos de percusión y así fue que junto con sus compañeros armó una banda de música. Hoy, Lucas tiene 20 años y junto a Camila construyen día a día una familia hermosa. Su hija de dos años se llama Milena. Ella le cambió la vida a Lucas. Hasta el lunes que pasó, todos los días, a toda hora, mi hijo jugaba y reía con su beba.
Pero este lunes, eso se terminó. A la tarde, mi hijo fue baleado por el agente Ayala de la Policía Metropolitana en la puerta de nuestra casa, cuando venía de comprar comida en la panadería de la esquina. No se trató de un enfrentamiento, ni de un tiroteo como dice la policía. Nosotros vivimos en uno de los Hogares de Tránsito del Instituto de la Vivienda de la Ciudad, en Martin Rodríguez al 500. Allí se encontraba, desde hace meses, un oficial de consigna, por un problema que existe entre vecinas. Ni Lucas ni su novia, Camila, están vinculados a este caso. Él no tenía ninguna restricción, ni denuncia, ni intentó fugarse, como dijo la versión policial y como repitieron muchos medios. Este policía lo interceptó cuando estaba por entrar a nuestra casa, sin motivos, y le disparó tres veces. El primero, fue para bajarlo a Lucas. Y los otros dos, para rematarlo cuando ya estaba tirado en el suelo, ensangrentado, a tres pasos de su hija de 2 años, que vio todo. El agente, lejos de ayudar a Lucas, solo guardó su arma y volvió a su lugar, donde estaba haciendo guardia.
En medio de la desesperación, aparecieron los vecinos, quienes subieron a Lucas a un auto y lo trasladaron de inmediato al Hospital Argerich. Al momento del hecho, yo estaba trabajando, a unas cuadras de mi casa. Cuando me enteré lo que le había pasado a mi hijo, me fui corriendo para allá. Una vez en el lugar, les pedí por favor a unos efectivos de la Metropolitana que me llevaran hasta el hospital, pero se negaron a hacerlo. Hasta ahí, yo aún no sabía que esos policías que me negaron ayuda eran los compañeros de quien le había disparado a mi hijo. Por suerte, estaban los vecinos para darme una mano.
Desde un primer momento, fueron ellos los únicos que nos ayudaron tanto a mí como a Lucas, porque lo conocen a él y a su familia. Es la misma gente del barrio la que se puso de pie, y se convocó para marchar y pedir justicia por mi hijo. Los vecinos y las vecinas sienten como propios el sufrimiento y la injusticia que estamos atravesando, porque saben que mi hijo es una gran persona, querido por todos sus amigos; y no un “trapito” como titulan, despectivamente, algunos medios de comunicación. Lucas cuida coches en la esquina de su casa, con la conformidad de los dueños del restaurante que allí se encuentra. Lo hace porque es un pibe laburante, que quiere ganarse una moneda sin que le regalen nada, para darle lo mejor a su hija y su familia. Me llenó de emoción sentir el apoyo de todos mis vecinos. Eso lo hacen porque Lucas tiene un corazón de oro. Siempre ayudó a los demás.
En estos días, la cantidad de versiones que se generaron desde la misma Policía Metropolitana, distintos funcionarios del gobierno de la Ciudad y algunos medios de comunicación, no hacen más que faltarle el respeto a mi hijo y a toda nuestra familia. Quiero dejar en claro que no se trató de un caso de violencia de género. Me parecieron indignantes las declaraciones de María Eugenia Vidal, que intentó justificar lo injustificable con una mentira. Como madre y como mujer, no puedo aceptar sus palabras; por eso, es que exijo que se rectifique, que pida perdón, y que diga la verdad sobre lo que pasó con mi hijo. Esto fue un accionar ilegítimo de la fuerza de seguridad que responde al gobierno porteño. Nada justifica que un agente policial dispare a un chico por la espalda, y lo remate en el suelo. Pero ese es el accionar de la Metropolitana, que no entiende de diálogo: su idioma es la intolerancia y la represión. Desde hace un tiempo, en el barrio estamos descontentos con la violencia ejercida por los policías metropolitanos.
A partir de lo que pasó con Lucas, me fui enterando de muchos casos más de violencia institucional cometidos por la fuerza de seguridad porteña. En diciembre del año pasado, el oficial Daniel Germán Castagnasso, acompañado por el subinspector José Daniel Soria Barba, atropelló y mató a Nehuén Rodríguez, en el barrio de Barracas.
Como si todo este sufrimiento fuera poco, como si no alcanzara con el dolor que estamos viviendo al ver a Lucas en terapia intensiva, tuvimos que soportar el maltrato inhumano de la Metropolitana una vez más. Ese mismo lunes, cuando volví del hospital a mi casa, me encontré con un vallado de policías, que me impedía entrar a mi propio hogar. Ahí estábamos con mi hija, bajo la lluvia, mientras mi hijo peleaba por su vida en el hospital. Intentamos pasar y una mujer policía le dijo a mi hija Aldana, hermana de Lucas: “DALE, PENDEJA, SALÍ. HAY QUE ACOSTUMBRARSE, HAY QUE CRECER”. ¿Hacía falta volver a lastimarnos? ¿Hacía falta volver a maltratarnos?
En este momento, mi hijo Lucas está peleando por su vida en terapia intensiva. Su estado es muy grave. Hay grandes probabilidades de que no pueda volver a caminar y que sus brazos queden inmovilizados para siempre. Les pido por favor, a todos los que lean estas palabras, que recen por él, para que pueda salir adelante.
Escribo esta carta para que todos sepan la verdad sobre mi hijo. También para agradecer a todos los que se hicieron presentes desde un primer momento, como La Garganta Poderosa, que estuvo acompañándome en el Hospital Argerich. Y que me permitió expresarme a través de estas palabras para que ningún medio de comunicación, ni ningún funcionario del gobierno porteño, ni ninguna versión policial, pueda silenciar lo que pasó con Lucas.
Nosotros, su familia, vamos a seguir esta lucha para exigir junto a la querella que la causa sea caratulada como tentativa de homicidio agravada por el estado de indefensión de la víctima, y por haber sido cometido el delito por un funcionario público. Solicitamos que sea procesado con prisión preventiva, y que Mauricio Macri y Guillermo Montenegro exoneren al agente Ayala de la fuerza de seguridad. Espero que se haga justicia.
Vamos a seguir luchando,
Y por favor, recen por Lucas.