«Estados Unidos está orgulloso de ti». Aquella frase sobre Pat Tillman escondía una tragedia y una gran mentira. Su historia la ha contado el escritor Jon Krakauer en Donde los hombres alcanzan toda gloria, que ahora publica Capitán Swing; como también lo hizo Magnolia Izquierdo en El que calla otorga.
Pat Tillman había sido un muchacho ejemplar, al menos, uno de esos típicamente cinematográficos: lindo, popular y exitoso. Era bueno en los estudios y mejor en el deporte. Desde el instituto, comenzó a jugar a fútbol americano en el equipo local, y luego consiguió una beca para la Universidad Estatal de Arizona.
En 1998, hizo realidad su sueño de jugar en la NFL con los Arizona Cardinals. Su portentoso físico y su entrega en el terreno de juego le convirtieron en uno de los mejores defensas del país.
En el campo era una fiera. Mientras, fuera, este muchacho introvertido y callado se graduaba en márketing y seguía saliendo con Marie, su novia de la adolescencia, miss sonrisa cuando empezaron a salir en el instituto.
Todo era «perfecto», hasta que Al Qaeda atacó Nueva York. El 11-S dejó a Tillman consternado, nunca volvió a ser el mismo. Su país había sido atacado en suelo patrio de una manera salvaje. Completó, en duelo íntimo y secreto, la temporada 2001-2002.
Al final de esa temporada, los Cardinals quisieron mejorarle el contrato por su óptimo rendimiento. La oferta era de 3,6 millones de dólares por otros tantos años. Tillman los rechazó. No quería más. No quería irse a otro equipo. Quería irse a la guerra. Se iba a alistar en el ejército de los Estados Unidos de América.
Se graduó como soldado y antes de ser destinado a Iraq en 2003, se casó con Marie. En el país asiático, Tillman comenzó a cuestionarse aquel enjambre político en el que se había metido. No acababa de tener claro hasta qué punto era legítima aquella invasión de un país por lo demás tan hostil.
Como ateo confeso, dudaba de que el Dios invocado por George W. Bush y su «guerra contra el terror» tuviese mucho que ver con aquella campaña. Llegó a intercambiar emails con el ácrata más famoso de su país, Noam Chomsky.
Tillman, a miles de kilómetros de casa, demostraba que no era solo un buen hijo, amigo, estudiante y defensa de fútbol, sino que además era un excelente soldado. Pero su unidad fue enviada a Afganistán, donde le esperaba el episodio final.
El 22 de abril de 2004, acabó todo para él. En un enfrentamiento con rebeldes afganos fue alcanzado y murió en el acto. Tenía 27 años.
Eso dijo el gobierno de Estados Unidos. Presentaron a Tillman como un mártir de la patria. Un ejemplo del sacrificio, una alabanza humana a la bandera. Tillman se convirtió en el Capitán América. Pasó a ser un héroe nacional.
Su físico, su pasado, su final, todo encajaba. Era la propaganda que necesitaba en ese momento la maltrecha imagen de la administración Bush. «Era una inspiración tanto dentro como fuera del terreno de juego» dijeron desde La Casa Blanca. «Tillman ha traído a casa el dolor de cada pérdida que sufre nuestro país. Nos recuerda el carácter de los hombres y las mujeres que sirven en nuestro nombre» vociferó el mismísimo George W. Bush, en un discurso posterior a la muerte del exdefensa.
Solo había un problema. Washington estaba obstaculizando la publicación de lo verdaderamente sucedido: Pat Tillman no había muerto en un enfrentamiento con el enemigo. No habían sido los talibanes. Había muerto por fuego amigo.
En la noche en la que Tillman murió, su escuadrón había salido para marcar su posición, y un segundo pelotón lo confundió con el enemigo. Dispararon hacia Tillman hasta acabar con su vida.
La verdad se supo gracias a las presiones de la familia Tillman. Su propio hermano Kevin se había alistado con Pat y, para desgracia no solo de sí mismo, sino también de Bush, estaba cerca. Kevin llegó a la escena del homicidio solo 30 minutos después de la muerte de su hermano. Se quemó su diario. También su ropa.
Asi es que Pat Tillman, el exdefensa que quiso defender acaso lo indefendible, murió a manos de quienes luego pretendieron exaltarlo a la figura de mártir nacional. Vender héroes siempre conlleva mentiras.