Por Isabel Sanginés
Durante los últimos 20 años, uno de los grupos sociales más afectados por esta “epidemia” de suicidios son los campesinos. Según un reportaje realizado por Aljazeera en mayo de 2015 (Umar, 2015), son más de 40 campesinos los que se quitan la vida diariamente. Y el escritor P. Sainath, quien se ha dedicado a estudiar la pobreza en su país y basándose en datos del Buró Nacional de Antecedentes Criminales (NCRB), del Ministerio del Interior, Gobierno de India,afirma que en promedio cada 30 minutos un campesino se mata así mismo (Dhar, 2011).
Lo que los lleva al suicidio es el círculo de endeudamiento en el que entran cuando, al ya no poder obtener de manera natural la semilla de sus cultivos de algodón, como lo hacían antes de la introducción del algodón genéticamente modificado (algodón Bt), se ven obligados a comprarla. En la India “el 95% de las semillas de algodón son propiedad y están controladas por Monsanto. Como la mayoría de las empresas de semillas de algodón están atrapadas en acuerdos de licencia con Monsanto, el precio de las semillas aumentó el 8.000%” (Upadhayaya, 2013), mientras con 10 dólares se compran únicamente 100 gramos de semilla transgénica, con esa misma cantidad de dinero se obtendrían 100 mil gramos de la orgánicas (Malone, 2012).
Otros problemas que ha traído el algodón transgénico a los campesinos es que éste requiere el doble de agua que el algodón orgánico así como mayor cantidad de fertilizantes y pesticidas, de tal forma que “la combinación de alto costo, las semillas no renovables y los costosos pesticidas dejaron a los agricultores atrapados en deudas” (Upadhayaya, 2013). En una espiral ascendente de endeudamiento que termina con sus esperanzas y tras un trago de pesticida, con sus vidas.
Con la muerte del campesino las que se quedan son las viudas, herederas, junto con los hijos, de la deuda y condenadas por el resto de su vida al estado de viudez. Muchas de ellas regresarán a trabajar los campos de la familia o se contratarán como jornaleras para intentar pagar a los prestamistas locales o a los bancos, al tiempo que luchan por sacar adelante, ellas solas, a sus hijos. Estas son las historias y testimonios de algunas de ellas en el estado sureño de Telananga, India.
Rama Devi de 26 años quedó viuda el 19 de diciembre de 2014. Tres días antes su esposo, Sapati Ugender, dijo que iba a trabajar su tierra (menos de una hectárea sembrada de algodón), al llegar allá bebió pesticida. Lo encontraron aún con vida pero en el hospital ya no pudieron hacer nada para salvarle la vida por la cantidad de veneno que había ingerido.
Rama afirma que se encontraba deprimido por una deuda de entre 500 o 600 mil rupias (entre 8 mil y 9 mil dólares aproximadamente). El motivo del endeudamiento fue la compra de semillas de algodón, pesticidas y fertilizantes, al tiempo que durante tres años perdía la cosecha.
Rama no trabaja, vive de la ayuda de sus familiares, perdió la mitad de su tierra para pagar los gastos de hospitalización de su esposo agonizante y piensa que lo único que le queda es rentar la casi media hectárea de tierra que le queda para mantener y pagar los estudios de su hijo de 10 años, dice: “que mi hijo tuviera una buena educación era el sueño de mi esposo y yo quiero cumplir ese sueño… él era un buen hombre que estudio hasta décimo grado pero hace unos años comenzó a deprimirse por las deudas”.
Su hija Indra Preyederishina murió 11 meses antes que su esposo por una picadura de alacrán, “el tiempo no ha sido bueno para nosotros”, finaliza.
Lakshimi Rasuri de 50 años quedó viuda el 14 de noviembre de 2014 después que su esposo vertiera pesticida en sus orejas.
Nos cuenta que desde hace 10 años comenzaron a tener problemas de endeudamiento debido a la pérdida de las cosechas, lo que les obligó a vender su tierra para pagar la dote de las hijas y los estudios del hijo. Durante los últimos 5 años rentaban cerca de dos hectáreas pero la cosecha de algodón nunca se dio y la deuda con los vecinos creció hasta las 500 mil rupias (casi 8 mil dólares).
Ahora ella vive con su hijo y su nuera, trabaja como jornalera y declara que se siente “sin más esperanza en la vida”. Cada que recuerda llora y clama en un grito repetitivo y desgarrador: “Dios mío ¿dónde estás? ¿Por qué me has abandonado?”.
Lakshimi Srinu de 37 años de edad quedó viuda el 11 de marzo de 2015. Fue al hospital porque se sentía muy enferma y ese fue el momento en que su esposo bebió pesticida para quitarse la vida. Cuando ella regresó lo encontró agonizando pero no puedo hacer nada para salvarle la vida.
Sin tierra propia eran arrendatarios de menos de una hectárea en la que sembraban algodón. Pidieron prestadas, a sus vecinos, 175 mil rupias (cerca de 2,700 dólares) al 24% de interés, para comprar semilla, fertilizante y pesticida, cuando el algodón murió sólo se quedaron con una deuda creciente.
Ella ahora vive sóla, está enferma y además de pagar la deuda tiene que mantener a su única hija, en edad escolar.
Shoba Shrinivas de 32 años de edad quedó viuda el 9 de agosto de 2014 cuando su esposo se quitó la vida tomando pesticida.
Ella afirma que “él no soportó más las presiones”. Debía 200,000 rupias (aproximadamente 3 mil dólares) y los prestamistas estaban presionando para pagar. Desde hacía dos años que las cosechas se perdían por la sequía y la necesidad de comprar nueva semilla y pesticida aumentaba su deuda.
Shoba no tiene hijos y ahora vive con los padres de su marido. Ella y su suegro trabajan como jornaleros y dice que “estamos pensando en vender la tierra que tenemos (una hectárea y media) para pagar la deuda. Me siento muy deprimida”.
Kavita Komaraiah de 27 años de edad quedó viuda el 13 de marzo de 2014, después que su esposo se quitara la vida con un trago de pesticida al ser el cuarto año consecutivo perdiendo la cosecha.
Sostiene con nerviosismo la camisa de su esposo y cuenta que “antes de la muerte de mi esposo yo no trabajaba, ahora tengo que hacerlo y aún no sé cómo le voy a hacer… tengo dos hijos pequeños”, un niño de 13 y una niña de 11 años, con quienes vive. La deuda sigue creciendo a un interés de 2% al mes.
Además de la faena en su tierra, menos de media hectárea, hace otros trabajos pero “aun así no es suficiente dinero”, afirma. Su familia la apoya emocional pero no económicamente y ahora “solo espero que mis hijos crezcan y puedan continuar con sus estudios”, dice.
Swarupa Damasani de 38 años quedó viuda el 25 de septiembre de 2014. Su esposo se suicidó ese día, en su casa, ingiriendo pesticida. “Él estaba muy asustado de morir” dice, y agrega: “salió a buscar ayuda después de tomar el veneno y gritaba que le ayudaran, un vecino lo intentó pero ya no pudo llegar al hospital”.
Por más de cinco años habían perdido la cosecha de algodón, por lo que se fue endeudando cada vez más con el banco y los vecinos. Con el dinero prestado compraban semillas, pesticidas y fertilizantes esperando que “ahora sí la cosecha se diera”, también tuvieron que pagar la dote y la boda de la hija y cuando ella se enfermó de dengue pidieron más dinero prestado para el médico y las medicinas. Al final debían 700 mil rupias (cerca de 11 mil dólares) y él no resistió la presión. Ahora ella es responsable de pagar la deuda y declara: “No sé cómo voy a poder pagar todo ese dinero. Me siento sin esperanza del futuro”.
Rama Bollem de 39 años quedó viuda el 20 de enero de 2015. Su esposo se quitó la vida bebiendo pesticida en sus campos. Tenían menos de una hectárea de tierra en la que sembraban algodón y un poco de maíz. Después que un huracán destruyó las cosechas, durante 5 años intentó resolver sus problemas. Se fracturó la pierna y eso le causó problemas de movilidad, “aun así siguió trabajando, intentando” declara su esposa.
La deuda era de unas 230 mil rúpias (3,600 dólares) y con el 24% de interés que es lo mínimo que se consigue en un préstamo, crecía cada vez más. Ahora ella tiene que pagar la deuda, se siente desesperanzada acerca de la vida y está nerviosa, ahora depende por completo de sus familiares. No sabe trabajar la tierra y dice: “Si mi esposo, que era un hombre muy fuerte (nunca imaginé que se quitara la vida) no tuvo respuestas … yo … no sé qué es lo que voy a poder hacer yo”. Tengo una hija, Manasa de 16 años a quien en esta situación “solo nos queda encontrarle un buen esposo”; y un hijo, Naveen de 12 años.
Vijea Pakiré de 48 años quedó viuda el 21 de marzo de 2015 después que su esposo se suicidara tomando pesticida.
Durante dos años perdieron la cosecha de algodón y de arroz por falta de agua, así que comenzó a endeudarse para comprar semilla y pesticidas que le permitieran volver a sembrar. También, dice Vijea, estaba decepcionado por no poder pagar el doctor para curar los ojos de su hijo menor, de 16 años.
Ahora ella tendrá que seguir trabajando los campos sola y Paramesh, el mayor de sus hijos, casado y con un niño, está obligado a responder por la deuda del padre (120 mil rupias –cerca de 1,900 dólares) y encargarse de su madre y su hermano.
Lalita Burgula de 40 años, quedó viuda el 15 de marzo de 2015, después que su esposo por no resistir la presión de las deudas, que ascendían a 460 mil rúpias (aproximadamente 7,000 dólares) ingiriera pesticida para matarse a sí mismo. Los motivos de su endeudamiento fueron la compra de semilla de algodón, fertilizante y pesticida, así como pagar la dote de la hija.
Ahora ella vive con sus dos hijos varones. El menor tiene discapacidad mental y no puede trabajar y Rajkumar, el mayor, trabaja en The Cotton Corporation of India, gana 12 mil rúpias al mes y junto con su madre, que se encuentra totalmente deprimida, es responsable de la deuda que dejó el padre al morir. Él declara: “Es muy fuerte lo que nos está ocurriendo… no puedo planear nada sobre el futuro, estoy tratando de resolver lo que nos pasa ahora”.
Ryayasudeen de 40 años, quedó viuda a los 23 años, el 6 de julio de 1998. Su esposo se quitó la vida bebiendo pesticida por una deuda de 50 mil rúpias (780 dólares aproximadamente), que adquirió para comprar semillas de algodón y pesticidas.
Cuando su esposo se suicidó ella estaba enferma de dengue y tifoidea, y 16 días antes había nacido la menor de sus tres hijos. “Tienes que vivir por tus hijos”, le decían sus familiares y la apoyaron emocional y económicamente para continuar con su vida. Cuando quedó viuda sus hijos sufrían insultos y maltratos por lo que se fue a vivir a Hyderabad. Regresó y uno de sus hermanos (tres son conductores de “auto” –un triciclo motorizado que se utiliza en India como taxi y transporte de mercancías- y uno es asistente de inspector) la acogió en su casa durante 11 años, hasta que hace cinco años logró comprar su casa.
Ella no tiene escolarización pero desde el primer momento, sus hijos fueron el motivo y motor de su vida, pensando en ellos y en darles un buen futuro tuvo que superar la depresión y se fue a trabajar a los campos. Tardó un año y medio en pagar la deuda con su trabajo y la ayuda de su familia. Ahora la hija mayor está por graduarse, el más chico estudia el décimo grado y la de en medio trabaja con ella, como jornaleras, en los campos.
Aún hoy no entiende porque se suicidó su marido, “él era una apasionado de la vida” dice. Y 17 años después “aún lo extraño y me siento triste por no tener su soporte”, pero se siente fuerte, sonríe y afirma “17 años de vida después del suicidio de mi esposo… ¡esto es poder de mujer!”.
Nos cuenta, entre lágrimas por el recuerdo de lo vivido que cada que se entera del suicidio de un campesino se entristece. Después mira a sus hijos y sonriendo dice: “No tengo el poder de ayudar (económicamente) a otras familias pero busco a las mujeres y les doy palabras de aliento”. Las mujeres aquí no están organizadas porque en lugar de hablar con otras mujeres prefieren trabajar, pagar sus deudas, mantener a la familia.