Soy Pedro A… y sólo quiero saber si habrá venido una joven, en una silla de ruedas que me esperaría en esta farmacia.
– Por eso…¡saque un número! –
Juan B… Se acerca al mesón de la oficina previsional donde indica: “INFORMACIONES” y cuando alcanza a decir: señor… lo interrumpe el interpelado:
– ¡Saque un número! –
Diego C… Pregunta a la funcionaria uniformada del extenso supermercado, para indagar por la ubicación de las conservas; y antes de que precise su consulta… una voz agradablemente terca le responde: – ¡Saque un número! –
María D… Se aproxima al reducto de “su banco”, signado como “ATENCION CLIENTES”; y el “atento informante” se anticipa a su consultora con la orden: – ¡Saque un número! –
Rosa E… Enjugando sus lágrimas en el pañuelo, mira sollozando al enfermero que está de pié en la entrada de “URGENCIA” de la Clínica; y éste la consuela con la frase: – ¡Saque un número! –
¿Qué está pasando en el mundo de los HUMANOS?
Ninguna otra especie subsistente – de linaje animal – exhibe problema alguno derivado de su convivencia, en grupos o en multitud, en aislamiento o desamparo, en jerarquía o dependencia, en procreación o abstinencia; ni siquiera en nutrición o ayuno.
Los problemas humanos, que están dañando el maravilloso privilegio de “vivir racionalmente”, con que nos honró el Creador o nos distinguió el proceso vital de la evolución, no están siendo causados por fenómenos físico-químicos, ni por circunstancias sobrevinientes de orden corporal, que afecten con relativa frecuencia, a ciertos individuos, a muchos individuos o a la especie en su conjunto. Tampoco resulta explicable, que la naturaleza que nos rodea, en su conformación inerte o vital; en sus transformaciones de orden planetario o en las variedades cambiantes de su compleja estructura, puedan originar el grado de extrañamiento, desdén e indiferencia que nos abruma; pero que además de contagiarnos virtualmente a todos, “nos aleja”, “nos separa”, y hasta “nos enfrenta” como si fuéramos combatientes. El aire se contaminó de egolatría. ¿Lo infectó la putrefacción de la codicia insaciable, que se respira en el mundo de los grandes negocios?
Examinemos objetivamente la secuencia cronológica de esta expresión: “Saque un Número”; que está sustituyendo la comunicación oral entre dos seres humanos; uno preocupado o sufriente por un problema cuyo curso de solución desconoce y otro, a quien se supone experto en el caso y apto para explicar su manera de abordarlo. Hasta hace 60 ó 70 años, aún predominaba el quehacer de quienes dedicaban su vida a determinada empresa productora o comercial y atendían por sí mismos o por 2 ó 3 de sus más cercanos colaboradores. A quien entraba a la oficina, a la farmacia, al Banco o a cualquier local abierto al público, con cara de pregunta, entonces, sin demora, afectuosamente y con expresivo esmero por ayudarlo, el dueño o el jefe del recinto le resolvía el problema por ellos mismos o le explicaban detalladamente el método a seguir para resolverlo. Regía en todas partes y con absoluto predominio, “el contrato bilateral sinalagmático”, en que ambas partes intercambiaban lealmente sus propósitos e intereses. Consumado el acuerdo, ambos quedaban contentos, generalmente amigos; y además, se había incorporado un cliente a esa pequeña o mediana distribuidora. Esa categoría empresarial de gente de trabajo a la cual, el capitalismo salvaje y mezquino le arrebató su mercado.
Al amparo de la buena fe de los científicos que desarrollaron el automatismo, la electrodinámica y la fabricación en serie, entre miles de otros progresos; lo eternos esclavos de su codicia sustituyeron el beneficio de que todos trabajen menos, por la extraordinaria economía de costos que les proporciona la reducción multitudinaria de trabajadores. Es decir, que sean muchos menos los que trabajan más… y por menos plata, pero que esos afortunados trabajen.
El astuto aprovechamiento del maquinismo y su técnica viene confiriendo a las grandes empresas y a sus accionistas mayoritarios – además de una drástica reducción de empleos – los siguientes beneficios adicionales:
a) La eliminación práctica y generalizada de la competencia, por el virtual desaparecimiento de la mediana y pequeña empresa.
b) La baja sustancial de sueldos y salarios; por el escandaloso aumento de la cesantía – que se aproxima al 40% en Europa y al 30% en nuestro Continente – porque siendo muchos los que buscan trabajo, el nivel de las rentas pretendidas por los cesantes y ofrecidas por los escasos y eventuales empleadores, se aproxima al mínimo legal, e incluso a la “concertada burla de la ley”, para no pagar ni siquiera ese mínimo.
c) El surgimiento progresivo de “demandas cautivas”, por barrios, por temporadas o por especialidad de consumidores; lo cual, además de garantizar el éxito futuro de la gran empresa, ha transformado el “contrato bilateral” en un simple, autocrático y subjetivo “contrato de adhesión”.
En breve síntesis es lo que está pasando en el estilo de convivencia de nuestra especie. Grupos de timadores contaminados de codicia, vienen aprovechando la genialidad de los científicos, la formalidad de los juristas, la incertidumbre de los ciudadanos y la necesidad de los trabajadores; para restablecer los económicos rangos presupuestarios del trabajo esclavo. Único método realista – según afirman – de promover el desarrollo y enriquecer a las Empresas; que serían además, las que financian la investigación y los descubrimientos.
Este es el discurso, que transmite como dogma religioso el tráfago comunicacional del Planeta, perteneciente también en un 90% al monopolio ideológico del “Capitalismo Universal”.
No se trata de confundir la civilización y el progreso científico, con la sabiduría de compartir de la existencia. Ambos ideales son compatibles y debieran ser coherentes. Como tampoco importa que haya muchos ricos… siempre que desaparezca la pobreza.
Se trata, en fin, de que el avance de la civilización no dañe la bondad del auténtico humanismo; y que tampoco se atrape esta lógica de solidaridad, afecto y generosa convivencia en la fe ascética de nuestro mensaje cristiano de “amor la prójimo”. Islámicos y Budistas; Judíos y Confucionistas; místicos y agnósticos; racionalistas e idealistas; teóricos y prácticos; todos los humanos, sin privilegios ni exclusiones; y solo en virtud del precepto común e irrevocable “cogito ergo sum” – de cuya lógica elemental parte toda reflexión – sabemos que la vida racional no nos fue concedida ni surgió espontáneamente para que algunos disfruten su existencia a costa del sufrimiento de otros.
El sentido de la vida, como la lógica de la mente contienen en su esencia los valores necesarios para compartir, con elemental sensatez y sincera solidaridad, lo bueno y lo malo que contienen o puedan contener.
El sentido del bien y del mal, de lo justo y lo arbitrario, de lo solidario y lo mezquino, está claro y presente en toda forma de vida, instintivamente; y en nuestra especie, en el privilegio de la razón con que nos honró el Creador.
Saquemos un número; pero no para guardar silencio y hacer cola; sino para ubicar la butaca en que nos corresponde sentarnos, con la seguridad de que nos tocará al lado una mujer simpática, un joven alegre o un viejo entretenido…
Por José M. Galiano H.
Abogado