Ten paciencia con todo lo que no está resuelto en tu corazón y trata de amar a las preguntas mismas.
Rainer Maria Rilke
«Yo creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de tensión que experimentamos como si se tratara de una parálisis», le escribió Rainer Maria Rilke al joven Franz Xaver Kappus, con quien tendría una correspondencia epistolar por más de cinco años. «Porque ya no percibimos el vivir de nuestros sentidos enajenados, y nos encontramos solos con lo extraño que ha penetrado en nosotros».
En casi todas sus cartas, que más allá de estar dirigidas al militar Kappus, nos habla a todos, profundamente. Rilke retoma el tópico de la tristeza, y la soledad que necesariamente la acompaña. En su carta VIII, hay un cúmulo de meditaciones que vale la pena tener en cuenta cuando nos acaece el ubicuo fantasma de la melancolía. Equiparar las emociones con la arquitectura de una casa, por ejemplo, o con un cruce de avenidas, es una buena manera de aprehenderlas. Cuando una tristeza grande entra en nosotros, nos transformamos como se transforma una casa en la que ha entrado un huésped. «Por ello es tan importante permanecer solitario y alerta cuando se está triste», escribió Rilke.
De acuerdo con el poeta, la importancia de la soledad radica en que no es algo que podamos escoger o rechazar. Somos solitarios, enfatiza. Sin embargo, todos tenemos la tendencia a engañarnos a nosotros mismos y pretender que no es así: nos engañamos por miedo a sentir y perdernos en los cambios de infraestructura que ocurren alrededor. «Así, por cierto, ocurrirá que sintamos vértigo, pues nos vemos privados de todos los puntos de referencia en que solía descansar nuestra vista. Ya no hay nada cercano. Y todo lo que es lejano está infinitamente lejos».
Esta es la arquitectura transformada de la que hablábamos. La soledad es un cambio tan grande que se extiende al mundo de las cosas. Las paredes pueden alejarse de nosotros hasta el punto de hacernos sentir que no estamos allí. Y no importa cuánto tiempo pasemos en un cuarto, cuántas cosas introduzcamos en él, no podemos llenarlo, habitarlo.
Le parecería estar cayendo, o se creería lanzado al espacio, o bien estallando en mil pedazos. ¡Qué enorme mentira debería inventar entonces su cerebro para alcanzar a recuperar el estado anterior de sus sentidos y devolverles su serenidad! Así se transforman, para quien se vuelva solitario, todas las distancias, todas las medidas.
Muchos de estos cambios que menciona Rilke se producen de un modo repentino o brusco, y entonces surgen aprensiones insólitas, sensaciones extrañas que parecen rebasar lo humanamente soportable. «Pero es necesario», aconseja, «que también esto lo vivamos. Debemos aceptar y asumir nuestra existencia del modo más amplio posible».
Sobre la tristeza
Usted ha tenido muchas y grandes tristezas que han pasado ya. […] Por favor, compruebe, más bien, si aquellas grandes tristezas no atravesaron por lo profundo de usted; si no cambiaron en usted muchas cosas; si usted, en alguna parte, en cualquier lugar de su ser, no se transformó mientras estaba triste.
Creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de tensión, que a modo de parálisis experimentamos porque ya no percibimos el vivir de nuestros enajenados sentidos. Porque estamos solos con lo desconocido que ha entrado en nosotros; porque nos han quitado por un instante todo lo familiar y habitual; porque nos hallamos en medio de un tránsito donde no podemos permanecer. […] Cuanto más serenos, sufridos y francos somos en nuestras tristezas, tanto más profunda y decididamente entra en nosotros lo nuevo, tanto mejor lo asimilamos, tanto más será “nuestro” destino; y un día, cuando “se realice” (es decir: cuando de nosotros pase a los otros), lo sentiremos en lo íntimo afín y cercano. Y esto es necesario.
Fragmento «Carta VIII», de Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke.